La asimetría de la venguenza | Pep Vílchez |
Seguramente, una vez pasado el clima
conmemorativo que envuelve el 2006 -75 años desde la proclamación de la
II República y 70 años del inicio del golpe de estado militar y del
comienzo de la Guerra Civil-, el tema de la memoria histórica, que
embarga la atención de buena parte de la opinión pública, disminuirá su
protagonismo. En fin, la entidad de estas efemérides no da para menos.
En cualquier caso es buena ocasión para la reflexión colectiva.
El interés por la llamada memoria
histórica ha estado últimamente en primera línea más allá de la acción
legislativa del gobierno del Estado o de la propia voluntad de los
partidos políticos. Las nuevas generaciones se han enfrentado de cara a
un pasado que otros, en otros momentos, tuvimos que afrontar
mediatizados por la voluntad suprema de reinstituir los valores
democráticos a los ciudadanos del Estado español. Hoy, sin ruido de
sables ni amenazas directas a la democracia, el tema, recurrente, ha
vuelto a saltar a la palestra generando una enorme cantidad de
literatura de la cual la prensa ha dado buena cuenta.
También la ocasión ha evidenciado la
existencia de una historiografía rigurosa y profesional que ha puesto
los puntos sobre las ies en lo que se refiere al conocimiento del
período republicano, de la guerra civil y de sus consecuencias.
Paralelamente no ha dejado de operar una reinterpretación revisionista
de los hechos en manos de turbios personajes que, con escaso rigor, ha
utilizado las palabras que algunos sectores de la derecha no se atrevían
a hilvanar para reconstruir un relato que en el pasado fue patrimonio
casi exclusivo de los nostálgicos del franquismo. Estos charlatanes de
ocasión, desde Pío Moa hasta el incendiario predicador de la COPE
Federico Jiménez Los Santos, han provocado el efecto contrario al de sus
deseos ya que la verdad de los demócratas florece entre la
historiografía seria, el mundo académico y la inmensa mayoría de la
población pensante.
En este contexto el problema más delicado,
sin lugar a dudas, es el de las víctimas que, por supuesto, las hubo de
una parte y de otra, aunque en general de forma asimétrica y desde
actitudes cualitativamente diferentes. No obstante, todas las personas
que vieron como sus derechos fueron violentados son víctimas a las
cuales, sin distinción, se debe reconocer su consideración.
En el campo republicano, el golpe militar
determinó la caída del orden institucional provocado por aquellos que,
precisamente, tenían entre otras obligaciones la de salvaguardarlo. El
desorden dio pie a múltiples anomalías que se escaparon del control del
gobierno republicano provocando lamentables incidentes entre los cuales
no estuvieron ausentes los asesinatos y las vejaciones indiscutiblemente
condenables.
El caso menorquín nos puede ayudar a
ilustrar esta situación. La complicidad de la mayoría de la oficialidad
de la isla hermana con el golpe militar fue anulada tras una acción
decisiva de otra parte del ejército, especialmente entre la
suboficialidad y la tropa. El coste en vidas fue considerable. En este
contexto se dio la lamentable muerte del joven sacerdote de Ferreries
Juan Huguet Cardona vilmente asesinado por el brigada Pedro Marqués.
Éste, finalmente, pagó con su vida tal fechoría ya que al finalizar la
contienda fue fusilado por los vencedores.
En Mallorca, donde triunfó el golpe
militar, Jeroni Alomar Poquet, también sacerdote, murió fusilado a manos
de los golpistas. Su delito no fue otro que ayudar a escapar a los
perseguidos. Nadie ha exigido responsabilidades hacia los que ordenaron
su muerte. Como ésta, todas y cada una de las acciones criminales que
tuvieron lugar en la isla quedaron impunes y las víctimas y su entorno
sujetas a un silencio amenazador que produjo una amnesia colectiva hija
del miedo y el sufrimiento.
Esta es, en mi opinión, la base de la
asimetría: el hecho de que las víctimas de los llamados "nacionales"
fueron durante cuarenta años reconocidas y ensalzadas hasta la saciedad
mientras que las otras fueron silenciadas y calumniadas para ser luego
olvidadas. Aún hoy algunos han sido incapaces de compensar los cuarenta
años de ignominia con un solo acto de reconocimiento a las víctimas
republicanas.
El franquismo depuró hasta la hez todas
las responsabilidades más allá de los hechos mediante actos judiciales
ilegales realizados por tribunales militares, a través de procedimientos
sumarios adoptados bajo apariencia jurídica pero sin ninguna base ni
garantía procesal. Estableció una Causa General y una draconiana Ley de
Responsabilidades Políticas retroactiva a 1934. Se juzgó, fusiló,
torturó y encarceló a centenares de miles de personas, pero las
responsabilidades de los golpistas quedaron indemnes y se lanzó sobre
los vencidos, sobre las víctimas, todo tipo de bazofia y desprecio.
La muerte del sacerdote Juan Huguet fue la
responsabilidad de un acto deleznable cometido por dicho brigada en un
contexto de descontrol y no la acción fría, meditada y contundente del
aparato del Estado. En septiembre de 1936 el gobierno de la República
pudo comenzar a restituir el orden institucional, a través del teniente
coronel de Artillería José Brandaris de la Cuesta nombrado por el
gobierno republicano Gobernador Militar de la isla menorquina. A partir
de ahí, los incidentes practicados por grupos incontrolados tendieron a
desaparecer, lo cual supuso un punto de inflexión en cuanto al
desarrollo de sucesos violentos restituyéndose la legalidad republicana.
La diferencia entre una y otra situación
-en un bando y en otro- fue que la legalidad republicana era la de un
estado de derecho incapaz de asegurar el orden por el desorden provocado
por los golpistas, mientras que el orden de los golpistas era el del
asesinato y la represión realizada desde la ausencia del estado de
derecho. A través de un inmoral aparato judicial, se practicó una
represión amplia, profunda, generalizada y persistente en el tiempo, y,
donde este aparato represor no alcanzaba, la muerte a través del tiro en
la nuca dejando las cunetas repletas de cadáveres deliberadamente
expuestos para la práctica del terror.
Si Manuel Azaña, presidente de la República, exclamó horrorizado su "¡Paz, Piedad y Perdón!". Si el gobierno del doctor Negrín resistió firmemente con el objetivo preferente de evitar la matanza y la represión indiscriminada, que finalmente no pudo evitar, el comportamiento del gobierno de Burgos fue el de institucionalizar la represión trasladándola hasta la médula de la sociedad con espíritu revanchista y vengativo y, lo que es más grave, con el objetivo de amedrentar a toda la población para evitar la restitución de los derechos democráticos que la Constitución y el ordenamiento jurídico republicano garantizaban de forma rotunda.
|