Mariano y el morbo gótico   Pep Vílchez

Las sucesiones, en muchas ocasiones, son problemáticas. Sin ir más lejos me viene a la memoria que una de las causas que provocaron mayor inestabilidad en el período visigótico de la península ibérica fue la falta de un claro sistema sucesorio.  En efecto, una crónica presencia de conspiraciones y asesinatos  propiciaron el llamado “morbo gótico” una de cuyas  consecuencias fue  facilitar la invasión musulmana en 711.  En otro contexto, después de la  desaparición de la República, en la antigua Roma, se abrieron paso  diversas  fórmulas, especialmente la adopción en vida del sucesor por el emperador de turno, base de múltiples conflictos. Ni siquiera el emperador Diocleciano, a través de su compleja formulación tetrárquica, allá por el siglo III, logró poner fin a un mal endémico para aquel imperio finalmente fenecido.

Acercándonos más a nuestro presente, otro de los mayores desastres que acompañó el devenir de los pueblos hispánicos fue la desavenencia sobre los criterios sucesorios a la muerte de Fernando VII. Carlos, hermano del rey fallecido,  no aceptó la derogación de la denominada Ley Sálica que impedía el acceso de las mujeres a la realeza y se opuso a la coronación de su sobrina, Isabel II, provocando una de las mayores tragedias de nuestra historia reciente: las guerras carlistas.

El sistema del  pronunciamiento – palabra castellana aportada al léxico universal – tuvo un nutrido grupo de seguidores,  los llamados espadones, cuyo penúltimo devoto fue el generalísimo el cual, al fallarle el sistema, no paró hasta aniquilar a todo el que le opusiera resistencia. Fue el mismo, el Caudillo, el que pretendió que tras su desaparición quedara todo “atado y bien atado”, no obstante el nudo no aguantó aunque hubo quienes desearon que el desatado se hiciera cumpliendo la máxima que Lampedusa dejó escrita en El Gatopardo: “Algo debe cambiar para que todo siga igual”.  En la Transición las fuerzas democráticas consiguieron cortar de cuajo el nudo gordiano y abrir las puertas a un sistema estable de convivencia cívica.

En la actualidad, las sucesiones siguen provocando períodos de evidente dificultad. Recordemos que el tejerazo del 23-F de 1981 tuvo como escenario el momento de vacío de poder en que el presidente Adolfo Suárez abandonaba la jefatura del gobierno para cederla a Leopoldo Calvo Sotelo. Fue éste el último pronunciamiento, que no pasó de ser un bochornoso y  esperpéntico coup de force protagonizado por el tándem Tejero-Armada y otros más,  tras cuya fallida  parece ser que el país quedó definitivamente vacunado de tan nefastas prácticas.

 Las dificultades sucesorias se acrecientan cuando la entidad del sujeto que debe ser sustituido posee un cierto valor añadido, un perfil acusado. La sucesión de Felipe González costó sudor – a Almunia - y lágrimas – a Josep Borrell -, hasta que, surgiendo de la nada, desde las profundidades del PSOE, Rodríguez Zapatero venció, por el olvidado sistema de primarias, a un fajado José Bono eternamente feliz de cumplir con los deseos de su partido. El mismísimo Fraga Iribarne pasó las de Caín hasta hallar a ese monstruo cavernario que es José María Aznar, no sin antes perder un precioso período a manos de aquel Hernández Mancha hoy sumergido en el dulce olvido.

El panorama del curso político que se abre ha comenzado con susurros que auguran sucesiones no exentas de dramatismo. El viejo león gallego, presidente de honor del Partido Popular, ha rugido desde su Galicia natal: “Hay que ir preparando las sucesiones”. De fondo la pretensión del multivencedor alcalde madrileño Alberto Ruíz Gallardón de poseer plaza parlamentaria, en principio con la intención de fortalecer la candidatura del débil Mariano Rajoy pero, si el guión lo permite,  poder formar parte del cartel taurino que deberá afrontar las tareas de oposición en las próximas Cortes en el supuesto de que don Mariano fracase – por segunda vez – frente al meteorito ZP. Para contentar a los máximos responsables del desaguisado popular, Eduardo Zaplana y Ángel Acebes, el histrión parlamentario Martínez Pujalte especialista en ocurrencias y chascarrillos sentenció, refiriéndose al longevo ex ministro franquista : "No creo que se postule". Para López Garrido, Rajoy está en su "agonía política", razón por la cual, surgen constantemente candidatos a sucederle. Mientras,  se espera con expectante morbosidad la reentré en la política nacional del muy mimado expresidente del Fondo Monetario Internacional (FMI) Rodrigo Rato.

En las islas baleáricas las sucesiones están también en marcha. Aquí, la fuga de Jaume Matas propicia un incierto panorama para el Partido Popular de Baleares y uno tiene la sensación de que el jinete destacado monta sobre jamelgo y que la amazona, doña Rosa Estaràs, se halla cercana a revivir la experiencia de aquel Tòfol Soler, también evaporado en el dulce olvido. No podemos dejar de lado, en fin, que otro plato fuerte sucesorio, que presumiblemente dará mucho que hablar, será el que afecta a Maria Antonia Munar.  En el congreso uemita, antes de finalizar el año,  se abrirá una nueva página que, para UM y para el escenario público, sin lugar a dudas, sin MAM, nunca será igual ni siquiera se parecerá a las cientos de hojas escritas  durante el largo periplo político de la conífera representante del centro nacionalista mallorquín.

Palma. 5 de septiembre, 2007

Pep Vílchez