Los que tenemos
cierta edad, digamos los nacidos a mediados del siglo XX,
constatamos la aparición recurrente de viejas ideas como si
fueran novedosas ocurrencias. Una de ellas nos habla de que la
vieja división entre izquierdas y derechas está superada. Nada
nuevo. Alberto Reig Tapia, en su obra La cruzada de 1936,
nos cita una frase, pronunciada en la Salamanca de 1937, por el
inefable poeta del régimen franquista, José María Pemán – autor
del celebrado “Poema de
la Bestia y el
Ángel” –
que, para el caso, nos sirve de claro ejemplo ilustrativo: “ …
Nosotros no admitimos más calificativo que el de nacionales:
nada de izquierdas ni derechas.” De hecho esta convicción
fue uno de los ejes centrales de la doctrina falangista y del
nazi-fascismo en general.
En un reciente
artículo, el prestigioso historiador Hilari Raguer, monje de
Monserrat, recordaba que su profesor – Maurice Duverger – decía
que, cuando alguien afirma que no tiene sentido esta distinción
–entre derecha e izquierda – podemos tener por cierto que es muy
de derechas.
Como es sabido, el
origen de esa convencional denominación se encuentra
en la Francia revolucionaria.
La idea
surgió para designar el lugar físico donde se sentaban los
diputados de la
Asamblea Constituyente, que inició sus trabajos en 1792. Los
diputados se hallaban divididos en dos grupos enfrentados: el de
la Gironda, que se situó a la derecha del Presidente, y el de la
Montaña, que se situó a la izquierda. En el centro tomó asiento
una masa indiferenciada a la que se designó como el Llano.
Desde entonces este concepto
se ha
mantenido y, en la medida en que las sociedades se han ido
transformando, algunos de sus contornos se han difuminado y, sin
alterar su esencia, ha ido perdiendo virulencia; muy
singularmente, en los países que llamamos desarrollados. Pero lo
cierto es que, en la actualidad, la clásica división no está
vacía de contenido. Y ello es así, hasta tal punto, que el
propio desarrollo económico, político, social y cultural, de
las sociedades que denominamos del bienestar sería ininteligible
sin contemplar esa histórica dicotomía.
El prestigioso y
longevo pensador italiano Norberto Bobbio, dedicó una de sus
obras más emblemáticas - Derecha e izquierda- a deshacer
el entuerto mediante el análisis de los valores que dan sustento
a la izquierda, a la idea de progreso. Aunque la izquierda tiene
su ala derecha – el sociólogo británico Anthony Giddens autor de
la llamada Tercera Vía y mentor del primer Tony Blair, es un
ejemplo de ello - y la derecha liberal su ala izquierda –Ralph
Dahrendorf
– en el lado opuesto,
los principios de igualdad, solidaridad y justicia social no han
periclitado. Más bien al contrario, se han ampliado y
profundizado con la incorporación de nuevos referentes
procedentes del pacifismo, el ecologismo y el feminismo, a los
que hay que sumar los valores democráticos como elemento
esencial e indispensable para la convivencia y, por tanto, para
la transformación social.
La derecha sostiene
la perpetuación de las desigualdades inherentes a su poder
económico y político y, para ello, encuentra apoyo y acomodo
entre los que históricamente se han ido resistiendo al progreso
y al cambio. Así, frente a una idea inmovilista, se contrapone
una presión por el cambio y el rechazo hacia una concepción
tradicionalista tras la cual sólo se amparan viejas
injusticias, supersticiones de carácter religioso e ideas sobre
las relaciones colectivas y los derechos individuales que,
objetivamente, obstaculizan la felicidad y la libertad de los
seres humanos. Pese a quien pese, derecha e izquierda, pues,
continúan siendo, en el siglo XXI, referentes fundamentales para
la orientación de la sensibilidad política de los ciudadanos,
aunque de nuevo surjan voces que pretendan negar su necesidad e
incluso su existencia.
Pep Vílchez es licenciado en historia.
09/04/07
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