El legado del 68                                                       Pep Vílchez      

Nicolás Sarkozy ha expresado su convicción de que en el movimiento generado en Francia durante el mes de mayo de 1968 se encuentra el origen de todos los males y, en consecuencia, ha prometido enterrar todo lo que representa. No obstante, al cumplirse el cuarenta aniversario de aquel complejo acontecimiento – no exento de connotaciones de revolución social -,  la efeméride no ha pasado desapercibida centrando la atención de múltiples análisis y comentarios públicos.

Aquella masiva protesta causó en  la sociedad francesa tal estupefacción que el propio Partido Comunista Francés resultó ser uno de los principales sorprendidos ante la magnitud de los hechos ocurridos.  Estudiantes y obreros fueron los principales protagonistas de una revuelta en  la cual  tomaron parte un nutrido grupo de intelectuales,  con frecuencia singularizados en la figura  de Jean-Paul Sastre y Simone de Beauvoir.

Barricadas en las calles y fuertes enfrentamientos entre manifestantes y policías provocaron una situación sumamente delicada al entonces presidente de la República francesa, general De Gaulle, quien ordenó reprimir violentamente unas movilizaciones cuyas demandas  cuestionaban la propia base sobre la que se sustentaba la sociedad francesa.

Con todo,  el mayo francés,  no fue el único indicio que señalaba los cambios que se estaban gestando a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta del siglo XX.  En ese abanico temporal irrumpió una inquietud crítica que afectó a diversos escenarios políticos y geográficos donde tuvieron lugar una serie de acontecimientos que, observados desde la perspectiva actual,  no dejaron de influir  en el periclitar de los viejos modelos sociales.

Hay que considerar que el contexto de la época mostraba ya un fuerte agotamiento y cansancio ante el modelo surgido de la posguerra, lo cual  actuó como revulsivo para encrespar las conciencias y generalizar  el desarrollo de una actitud crítica que en buena parte aún perdura.

En Checoslovaquia, tenía lugar la denominada Primavera de Praga, tal vez la última oportunidad que tuvo aquel “socialismo realmente existente” en tomar el camino de la libertad y la democracia como esencia de cualquier propuesta transformadora. La experiencia reformista dejó una profunda huella en la percepción crítica que se tenía en relación a los sistemas políticos de los países del este europeo que derivó en repulsa ante el incalificable comportamiento de la nomenclatura de la Unión Soviética y sus subordinados, integrantes del Pacto de Varsovia.

La contundente intervención de los tanques soviéticos  acabaron con el  experimento denominado socialismo con rostro humano encabezado por Alexander Dubcek, - muy probablemente el principio del hilo conductor que llevó a la posterior caída de un sistema estancado e impopular -  lo que no dejó de conmover la conciencia inquieta de las jóvenes generaciones que, simultáneamente, mostraban un rechazo contundente contra la política belicista de los Estados Unidos cuya sangrienta intervención en tierras vietnamitas hizo estremecer a los que tuvieron conocimiento de las atrocidades cometidas en aquellas tierras.

A su vez, la contienda vietnamita provocó el surgimiento de un fuerte movimiento pacifista - cuya vertiente más significativa fue el movimiento hippie-  que tuvo su epicentro en los Estados Unidos,  irradiando  un fuerte protagonismo en el imaginario colectivo de la época al apelar al amor y al repudio a la guerra.  Las costumbres  tendieron a relajarse y liberalizarse; parte  de los nuevos postulados fueron asumidos por amplias capas de la población, especialmente en occidente,  que comenzó a romper con los moldes socio-culturales del pasado, cosa que  no sólo se redujo a “sexo y rock & roll”.

Es difícil  olvidar que también fueron los  tiempos en que la violenta muerte en Bolivia del guerrillero  Ernesto "Che" Guevara o  el  asesinato de Luther King – hoy convertidos en imagen de consumo y recurso retórico para sus admiradores – simbolizaron el ímpetu revolucionario y la protesta frente a la injusticia social y la discriminación racial.

En un país como el nuestro, en plena dictadura,  todos estos aspectos fueron percibidos con pasión por una minoría activa fuertemente impresionada por la dicotomía que presentaba la dictadura franquista frente a los países libres y democráticos donde se gestaba el desarrollo de las nuevas sensibilidades.

Una incipiente toma de conciencia se extendió entre diversos ámbitos de la sociedad    mostrando rechazo hacia el autoritarismo represivo   de unas estructuras políticas, sociales y culturales obsoletas y yermas. El desarrollo de un incipiente movimiento de protesta estudiantil y la aparición de un nuevo movimiento sindical – las Comisiones Obreras -   muestran ya, entoces, un sólido perfil que con el tiempo se ira agrandando hasta mostrar su plenitud en la recuperación definitiva de los derechos y libertades usurpadas por el régimen del general Franco.

De aquellos años nos queda la significativa imagen del recital de cantante catalán Raimon, en mayo del 68, en la madrileña Facultad de Políticas, como un hito que representa el surgimiento de un imparable fluir democrático que ya contenía, en esencia, la imagen del futuro.

Finalmente, cabe afirmar que de aquellos años atesoramos el realce de una concepción de la libertad cuyo eje se sitúa en el conocido “prohibido prohibir” que nos muestra el ansia de liberación de los que ven en las cadenas impuestas por una moral obsoleta y pacata una fuente de infelicidad. 

De aquellos años, en el haber nos queda, pues, la lucha por  las libertades, los derechos individuales y colectivos y por la justicia social.  Todo lo cual conforma un conjunto de ingredientes   indispensables para el desarrollo pleno del ser humano libre de la alienación que los valores egoístas e insolidarios de la sociedad capitalista, adoradora del Becerro de Oro, comporta, lo cual no es una menudencia.

Hoy, cuarenta años después de los acontecimientos comentados, los sepultureros de la rebeldía, entre los que se encuentran los nuevos filósofos de la nada y el cada vez más impopular  Nicolás Sarkozy,  deben saber que, muy a su pesar,  resta viva la inquietud que reivindica aquel clamor que reclamaba con insolencia que sea la imaginación  la que tome el poder.

Diario de Mallorca

14/05/2008