Los aduladores del liberalismo

 Pep Vílchez


En Mallorca, en unos momentos de extrema preocupación por las consecuencias de una crisis económica que todavía parece no haber mostrado la parte más virulenta de su cuerpo, no hay día en que no deje de sonar la hucha que alberga ingentes cantidades de euros: 600 millones de Grande, 300 apelotados en el Plan Territorial y, por si fuera poco, nos enteramos que la mafia rusa ha limpiado en Mallorca más de 30 millones.

La desmesura de vaivén de inmensas cantidades monetarias nos da el perfil de una sociedad que presenta acusadas anomalías. Al tiempo, el común de los mortales para llenar la cesta de la compra, pagar la hipoteca o llegar a final de mes debe realizar laboriosos esfuerzos mientras contempla, desmoralizadoramente, como el dinero fácil – el de la especulación, la corrupción o la delincuencia común - corre a raudales.

Paralelamente a esta situación, algunos aduladores del liberalismo sostienen públicamente que los especuladores son necesarios ya que realizan una función de prospección en el mercado y abren nuevas posibilidades. Eso, evidentemente, sucede mientras perdura la burbuja ya que cuando revienta la pompa  las consecuencias están a la vista. En fin, poco preocupa la economía productiva, la que genera riqueza estable y mucha loa a la especulación y a sus servidores.

El liberalismo a secas, además de considerar a la persona individual como primordial, por encima de todo aspecto social o colectivo,  nos sugiere una práctica económica descontrolada que se fundamenta en la  idea de que los recursos deben ser adjudicados por el  mercado a través del libre juego de la oferta y la demanda, sin ningún tipo de correctivo o paliativo.

En buena parte de Europa, tras una larga batalla - que aún perdura -, el movimiento obrero y de la izquierda progresista han abierto el camino hacia una concepción del   Estado que le otorga un papel corrector, adelantando un modelo que goza de mayor estabilidad y contenido humanitario, aunque sus insuficiencias tampoco estén exentas de provocar injusticias y desigualdades. Se trata del denominado Estado del Bienestar, caracterizado por  resituar racionalmente parte de los recursos para evitar que el mecanismo ciego del mercado, al  generar profundas desigualdades sociales, lance a la miseria y a la desprotección social a los que no pueden situarse aventajadamente en su dinámica competitiva. Así,  la protección social se asegura a través de los poderes públicos que se responsabilizan en el objetivo de que determinados  servicios, de utilidad general, lleguen al conjunto de  la población en materias como la educación o la sanidad.

El centro de interés no debe ser, pues, la sacralización del mercado por sí mismo, como objeto mágico que genera riqueza,  sino el  ser humano y su calidad de vida. Se trata de poner la atención en las personas y no en  la  exaltación cosificadora de la economía al margen del desarrollo material y cultural de las gentes. Ese es uno de los ejes que caracteriza las políticas progresistas en contraposición con las recetas gestadas en los círculos conservadores.

No obstante, en el mundo actual, estamos observando como un acelerado desarrollo cualitativo y cuantitativo de las fuerzas productivas provoca nuevas e incalculables contradicciones que abren paso a un futuro más bien opaco y lleno de inquietudes, que ponen en cuestión los beneficios sociales que con tanta dificultad se han logrado conquistar como sucede con  la duración de la jornada laboral o los derechos sociales de los inmigrantes.

Ese fenómeno expansivo y desordenado, al generalizarse y basar su subsistencia en fuentes energéticas y materias primas limitadas, aunque relativamente abundantes, al ampliar su la demanda las encarecen desenfrenadamente siendo campo abierto para la especulación. A la vez, las prácticas contaminantes y depredadoras del medio ambiente, en gran parte inherentes al crecimiento económico del actual modelo de desarrollo, sostienen y aceleran una manifiesta contradicción con la Naturaleza provocando uno de los fenómenos más inquietantes de la historia de la Humanidad: el cambio climático.

La ley del beneficio sitúa ciegamente los recursos a través de la óptica de la rentabilidad de los capitales  enajenándose de sus consecuencias tan a menudo extremadamente dramáticas. Una prueba de estos efectos nocivos la podemos observar en la rentabilización de la producción agraria por medio de los  biocombustibles, lo cual, al sustraer fuentes de alimentación para el consumo humano, genera el encarecimiento de los productos agrarios básicos y abre una perspectiva de grandes hambrunas en países con economías de subsistencia.

Ni el liberalismo deshumanizado ni la planificación centralizada han sido recetas que hayan generado en el pasado estabilidad social y respeto a los derechos elementales del ser humano y, por ello, la vía del equilibrio basada en sociedades justas, solidarias, democráticas y respetuosas con los derechos humanos, el medio ambiente y la naturaleza, fundamentadas sobre la base de un desarrollo equilibrado y sostenible es el camino a recorrer para legar al futuro un planeta más habitable o siquiera para evitar que el catastrofismo que se abre paso tenga el punto de verosimilitud que muchos analistas reconocen.

PD. El fantasma del capitán Kan surge de nuevo desde las profundidades donde habitan los héroes del marxismo-ladrillismo y nos envía una ráfaga putrefacta desde las entrañas del Ayuntamiento de Estepona. Mensaje a ZP: los muertos que vos matáis gozan e buena salud. (José Zorrilla)

19/06/20