Uno de los
mitos centrales construidos por los vencedores de la Guerra
Civil fue vincular la fecha inicial del golpe militar a un
pretendido “alzamiento nacional”. Nada más lejos. Fueron las
capas populares con el apoyo de militares y fuerzas de seguridad
leales al gobierno republicano legalmente establecido las que
hicieron fracasar el golpe. Así sucedió, entre otras capitales,
en Madrid y Barcelona y ciudades como Zaragoza o Sevilla sólo
fueron dominadas por los rebeldes por medio del engaño.
En realidad
el “grueso” del “alzamiento” afectó a las tropas africanas
fundamentalmente compuestas por el cuerpo de regulares –
integrado por indígenas marroquíes – y las fuerzas legionarias.
La mayor parte de este contingente fue aerotransportado a la
península por la aviación alemana e italiana en lo que se ha
señalado como uno de los primeros “puentes aéreos” de la
historia militar. Esta fuerza, verdadera “máquina de matar”,
dejó a su paso una estela de muerte y terror por el sur
peninsular, de forma especial en su
avance por tierras extremeñas. Francisco Espinosa -
La columna de la muerte. El avance del ejército
franquista de Sevilla a Badajoz, Barcelona, 2003 -
ha dejado testimonio historiado del
trayecto de la denominada “Columna Madrid” comandada por el
teniente coronel Yagüe. Se
trataba, pues, de tropas avezadas en el uso de las armas. De
hecho eran las mismas fuerzas que intervinieron sin piedad para
sofocar con extrema crueldad la revolución asturiana de 1934.
Lo cierto
es que el golpe militar fue planificado desde la estructura
militar y ejecutado a través de la cadena de mando. En Baleares,
tras la partida del general Goded hacia Barcelona, donde fracasó
en su intento de tomar el mando de la sublevación, la
comandancia militar debía pasar a manos del general Bosch quien
no se pudo desplazar desde Menorca al fracasar allí también la
intentona militar por la radical oposición de un sector del
ejército comandado por la suboficialidad. En este orden el mando
militar pasó a manos del coronel de Infantería Aurelio Díaz de
Freijó. Pero en Mallorca los verdaderos protagonistas del golpe
fueron la Falange, el carlismo tradicionalista y un sector de
militares cuyo máximo exponente fue el coronel de Ingenieros
Luis García Ruíz quien desempeñó sucesivamente los cargos de
Gobernador Civil, Jefe de Operaciones del frente de Manacor y
Comandante Militar hasta la llegada en septiembre de 1936 del
nuevo Comandante Militar Trinidad Benjumea del Rey.
Fue este último quien, por orden del general Franco, mandó
detener, encarcelar y enjuiciar a parte de la cúpula militar
destinada en Mallorca, bajo la acusación de cobardía y
desobediencia. Díaz de Freijó fue expulsado del ejército y sentenciado
a doce años de prisión y con él fue condenado a diez años de
reclusión y expulsión del ejército el coronel Ramos Unamuno
quien en su momento se había hecho cargo de la presidencia de la
Diputación Provincial para seguidamente desempeñar el cargo de
comandante militar de la plaza de Palma e inspector de milicias
nacionales. También fueron expulsados del ejército el
teniente-coronel Garrido de Oro, el comandante José Clar Pujol y
el capitán Francisco Sancho Candela, todos ellos del Cuerpo de
Estado Mayor, retirándose del ejército el teniente-coronel de
Infantería Pedro Llompart Ramis quien había tenido bajo su mando
una de las columnas que se opusieron al desembarco del capitán
Bayo en Porto Cristo.
El núcleo
duro de la sublevación mallorquina lo formaron exmilitares
falangistas – Alfonso de Zayas, Canuto Boloqui, Jaume Jaume – “capità
Jaume” de triste recuerdo en Manacor – y Miguel Villalonga,
todos ellos con experiencia africana y acogidos desde el
principio de la II República al retiro militar contemplado por
la llamada Ley Azaña. A ellos hay que sumar un conjunto de 29
oficiales de Caballería recluidos en la fortaleza de San Carlos
por su desafección al régimen republicano denominados “Jinetes
de Alcalá” por su pertenencia al regimiento de Alcalá de
Henares y el sector militar encabezado por el coronel de
Ingenieros Luis García Ruíz, el comandante Mateo Torres Bestard,
jefe de la Junta Divisionaria preparatoria del golpe militar,
falangista y en su momento ayudante del general Franco y el
también militar falangista teniente de Ingenieros Ladislao López
Bassa quienes de no ser por la llegada de ayuda área italiana
difícilmente hubieran podido frenar la acometida del capitán
Bayo en Porto Cristo. La fuerza expedicionaria dirigida por
Alberto Bayo se vio definitivamente perdida al no poder contar
con la supremacía aérea de sus limitados hidroaviones frente a
la súbita aparición de los aviones italianos – cazas y
bombarderos - conducidos por expertos pilotos ítalos como fue el
caso de Leone Gallo “José Cirelli”. Ante esta situación
y considerando la extrema necesidad de trasladar la fuerza
naval que le daba cobertura hacia el escenario del estrecho de
Gibraltar, verdadero punto caliente del golpe militar, recibió
orden de abandonar la intentona ordenando la retirada.
Lo cierto
es, pues, que el golpe militar, en general, fue frenado en
primera instancia, por los recursos propios del estado
republicano con la decisiva actuación del elemento popular que
sólo en noviembre de 1936 vio abrirse la esperanza en los cielos
de Madrid al aparecer los primeros
"Chatos"
soviéticos
defendiendo la ciudad y
rompiendo la supremacía aérea que los Fiat italianos
proporcionaban a los militares rebeldes en la madrileña capital
republicana.
Aún así,
las fuerzas franquistas, durante toda la contienda, contaron
con al continuo y fluido apoyo de un cuerpo militar de elite
como era la germana Legión Cóndor y una ingente masa de soldados
italianos que conformaron el Cuerpo de Tropas Voluntarias,
material bélico, ayuda política y estratégica aportada por la
Alemania nacionalsocialista de Adolf Hitler y la Italia fascista
de Benito Mussolini que proporcionaron a las fuerzas
insurgentes y a las tropas regulares africanas un determinante
apoyo que posibilitó la victoria de los rebeldes que abrió las
puertas a cuarenta años de dictadura personal del general
Franco.
Palma. 16
de julio 2007
Pep Vílchez, es licenciado en historia
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