Pep Vílchez     Tres supervivientes republicanos

Permítanme, una vez más, que entorno al 14 de abril, les hable del pasado. Hoy recodaré a tres supervivientes del genocidio insular, el  que afectó al mundo republicano mallorquín. Tres  personajes  con una historia a cuestas: la que les permitió sobrevivir ante un seguro destino de  muerte violenta. Se trata de Antoni Llodrà, Miquel Rigo y Guillem GayàEs Mestre”..  De ese fatal destino, por desgracia, no se pudieron librar buena parte de los  ciudadanos republicanos de la Mallorca de aquel entonces. 

Hace algunos años, en el lugar donde hoy se ubican unos grandes almacenes, existía otra finca, en ella vivió, durante mucho tiempo, la que fue dirigente del comunismo balear durante la transición, Francisca Bosch Bauçà. Cuando yo contaba  unos veinte años  solía frecuentar aquella casa, primero por amistad con uno de sus hijos, después también por afinidad política  En aquel entonces, Francisca habitaba, con sus dos hijos, el segundo piso. En el primero vivían los hermanos Llodrà, doña Llucía y don Antoni. Este último, felanitxer,  fue miembro destacado de las Juventudes d’Esquerra Republicana de su pueblo allá por aquellos lejanos años republicanos.  Fue él,  “don Toni d’abaix”, quien inculcó a su vecina del segundo piso, allá por los años sesenta, las ideas del comunismo.

Llodrà era un superviviente. Un hombre que, destinado a la muerte, nunca creyó en ella, no por valentía sino, como el mismo comentaba, por inconsciencia. Jean Schalekamp (Mallorca any 1936, d’una illa hom no en pot fugir, Palma 1981) tuvo la oportunidad de oír y transcribir su relato: “un no por creure en la seva pròpia mort” comentaba. Llodrà, pudo engañar  su sino ya que sólo la suerte y la influencia de su hermana, casada con un importante hombre de la derecha local, consiguió salvarle de una muerte segura. Fue encarcelado en castillo de Bellver y de allí pasó a Can Mir. Posteriormente, fue ingresado en a la prisión provincial y, tras unos años de reclusión, fue finalmente liberado.

Cuenta Llodrà que en Can Mir – unos almacenes de madera habilitados como presidio ubicados en el lugar donde hoy se encuentran unos populares cines de Palma - se hacinaban unos 900 presos cuya identidad iba variando ya que,  día si y otro no, durante tres meses seguidos, se realizaron “sacas” que oscilaban entre veinte y treinta y cinco personas cuyo destino era la muerte. Un promedio, pues, de 25 salidas irregulares en un período de unos 45 días en que hubo “sacas” continuas nos da como resultado una cifra aproximada de 1.125 asesinatos. La encomiable  “Associació per la Recuperació de la Memòria Històrica de Mallorca” a cifrado en unos 3.000 el número  global de asesinados y desaparecidos durante pasada la contienda civil en Mallorca. Está claro que se refiere a civiles, no a fallecidos en actos de guerra. Antoni Llodrà salió del infierno, pudo contarlo y, aún hoy, la descripción del genocidio que pudo presenciar es tan dramática que ensordece los oídos y nubla la vista  de los que no quieren ni mirar hacia atrás ni oír los lamentos de la tragedia.

Otro personaje que frecuentaba la casa de Francisca Bosch,  poseía, también,  el relato de los que engañaron  la fatalidad de su futuro. Se llamaba  Miquel Rigo. En más de una ocasión tuve oportunidad de escuchar su historia en aquel caserón, allá por la primera franja de los años setenta del siglo pasado, antes de la muerte del dictador. Rememoraba como su compañera, Reyes Díaz, fue herida por la bomba que los falangistas pusieron en la Casa del Pueblo de Palma en el mes de junio de 1936, su partida, el mes siguiente, hacia los Olimpíadas Populares de Barcelona junto a casi un millar de republicanos mallorquines -para muchos de ellos verdadero pasaporte hacia la vida-, sus vivencias en el desembarco en la expedición del capitán Bayo en las costas de Porto Cristo, su salida por la frontera francesa en 1939 tras la derrota republicana, el exilio e internamiento en los campos de concentración d’Argelès Sur Mer y Sant Cyprien, su vuelta a la isla y su permanente compromiso con la lucha clandestina por la democracia  en los años más oscuros del franquismo.

En el mismo escenario, más esporádicamente, aparecía Guillem Gayà “Es Mestre”, enigmático, cargado de años de presidio – 18 años seguidos – y con una historia de supervivencia que, posteriormente, tuve la oportunidad de volver a recrear a través del texto recogido en la obra citada de  Jean Schalekamp. Guillem Gayà, maestro de escuela y miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas,  fue detenido en los primeros momentos del golpe militar y trasladado a la Casa del Pueblo que entonces se encontraba incautada por Falange. Una vez torturado fue trasladado en coche hacia las inmediaciones de Son Dureta y allí se encendieron los faros del vehículo que le portaba  junto con otro detenido a los que se ordenó, a punta de pistola, correr para ser a continuación tiroteados. Gayà corrió tanto como sabía y podía –“en el meu poble era bon corredor de pollastes” comentaba años después en la entrevista citada – Tuvo la fortuna – que no tuvo su acompañante que falleció acribillado – de caer en una ondulación del terreno de tal modo que sufrió una herida que le dejó inconsciente y ensangrentado. Fue dado por muerto. Despertó, se ocultó en la zona de Calvià e incluso llegó a leer la noticia de la muerte de uno de sus verdugos – uno de los hermanos Barbará fallecido en el frente de Manacor, ya que el otro murió el primer día del golpe  en un confuso tiroteo entre falangistas y militares en las inmediaciones de la calle Colón de Palma-, se desplazó hacia otros escondrijos, participó en los servicios de espionaje clandestino durante la contienda en Palma y fue de nuevo detenido. Interrogado por Alfonso de  Zayas y otros camaradas de camisa azul, que entonces ya ocupaban la sede del Consulat de Mar, fue posteriormente entregado a la Guardia Civil. El benemérito capitán que le recibió exclamó ¡Però aquest ja era mort!. Fue ingresado en Can Mir donde pudo oír el relato de su propia muerte por boca de uno de los presos. Juzgado y  condenado a muerte a finales de 1939, le fue conmutada la pena capital por la de cadena perpetua y pasó 18 años de su vida entre rejas. Recuerdo como comentaba que, en 1945, después de la caída de Berlín,  encontrándose preso en las islas Canarias, los funcionarios de prisiones compartían la angustia – para los presos esperanza – de la segura caída del régimen nazi-fascista del general Franco por obra de las tropas Aliadas y como la frustración y la desesperación se adueñó de los miles de presos republicanos cuando la liberación, que recorría las tierras de Europa, se paró ante los Pirineos.

De los tres, de un modo u otro,  tuve conocimiento directo hace ya tiempo. Hoy todos los protagonistas han fallecido.  Les dedico, pues, con respeto, reconocimiento y admiración este escrito ya que, a través del recuerdo de unos seres humanos que fueron    supervivientes de una gran tragedia, se entremezclan en mi mente las imágenes de los que nunca pudieron dar su testimonio por ser víctimas del silencio.

Pep Vílchez

(Publicat a Diario de Mallorca, 20-04-2007