La otra noche, en el
programa de TVE
Tengo una pregunta
para usted,
Josep Lluís Carod-Rovira
fue quien centro la
atención de la
inmensa mayoría de
telespectadores,
supongo que, en
estos momentos, tan
sólo el
lehendakari
Ibarretxe
hubiera podido
superar la
expectativa. En mi
caso el interés se
centró en una doble
vertiente: por una
parte el poder
conocer algunas de
las convicciones del
dirigente de
Esquerra Republicana
de Cataluña -
como aquella tan
llamativa de no
considerarse
nacionalista - y,
por otra, el pensar
que esa intervención
era contemplada por
varios millones de
telespectadores de
Cataluña y del resto
de España.
Con independencia de
la calidad política
del personaje, lo
cierto es que Josep
Lluís expresó en el
plató televisivo, de
forma clara y
rotunda, las razones
que pueden esgrimir
muchos catalanes
para optar por el
camino de la
independencia.
Se compartan o no
las ideas de Carod,
hay que convenir
que las expresó de
manera nítida, y, a
su vez, de forma
creíble e incluso
pedagógica. ¿Por
qué creible?
Sencillamente:
porque gran parte de
sus afirmaciones se
corresponden con la
realidad catalana
que en aspectos
esenciales es
similar a la de
nuestras islas.
Tal vez la
aseveración más
contundente y a su
vez, en mi opinión,
incuestionable, es
la que se refiere a
las nefastas
consecuencias del
nacionalismo
español. Para el
político
independentista
catalán el
nacionalismo
español, que en
buena parte se
expresa
políticamente a
través del Partido
Popular, es uno de
los obstáculos
insalvables para
hallar un proyecto
político común.
Comparto el criterio
que sostiene que ese
nacionalismo
españolista
representa uno de
los factores que
contribuyen a
fomentar los efectos
disgregadores que
vive nuestra
sociedad,
especialmente en
Cataluña y Euskadi,
aunque no sólo en
esos territorios, ya
que dificulta
enormemente el
acomodo estable de
las comunidades con
rasgos culturales,
lingüísticos e
históricos propios ,
es decir: de las
nacionalidades que
existen en el Estado
español.
Yo, que como Carod,
no soy nacionalista
pero, a la inversa
de él, no soy
independentista,
acepto la entidad
de los agravios
públicamente
expresados que
afectan a Cataluña y
a la lengua y
cultura catalana.
Gran parte de las
afrentas que expresó
Carod las vivimos
aquí de manera
similar e incluso
con mayor virulencia
por el peso
específico que posee
el nacionalismo
españolista en
nuestra sociedad
balear.
El franquismo fue un
régimen ferozmente
enemigo de Cataluña
que intentó, por
medio de la
represión, la
anulación de la
personalidad
catalana, de su
lengua y cultura
cuyas
manifestaciones
fueron vejadas y
prohibidas bajo el
impulso de una idea
de exterminio
socio-cultural cuyo
objetivo no era otro
que uniformar un
conjunto territorial
sobre la base de un
modelo
castellanizado
vinculado a una idea
sectaria, excluyente
y represiva de
España apoyada en un
exacerbado
nacionalismo. Parte
de ese ideario se
encuentra hoy entre
los herederos del
franquismo, entre
aquellos que tienen
la desfachatez de
afirmar que la
situación, en
tiempos del dictador
del Pardo, era de
una “extraordinaria
placidez” como ha
declarado
recientemente el ex
ministro del
Interior y
eurodiputado del PP
Jaime Mayor Oreja. A
esos, la sociedad
catalana los ha
excluido,
democráticamente,
arrinconándolos del
mapa político y
reduciéndolos a un
papel marginal.
Allí, en Cataluña,
los populares se
muestran incapaces
de superar una
imagen deteriorada
cuyo máximo
exponente es el
frikismo político de
personajes del tipo
Aleix –¿ Alejo?-
Vidal-Quadras en
cuyo entorno no
poseen oxigeno
político ni siquiera
gentes como el ex
presidente del
Partido Popular de
Cataluña Josep
Piqué.
Es duro para gran
parte de la sociedad
catalana observar
como las maniobras
del Partido Popular
en el Tribunal
Constitucional
tienen como objetivo
obsesivo la
liquidación del
proceso de reforma
estatutaria -
apoyada por el
parlamento y el
refrendo popular
catalán y las Cortes
Generales - a
partir del intento
de control político
de los magistrados
que tienen que
entender sobre los
recursos de
inconstitucionalidad
instados mayormente
por el PP y que
afectan a numerosas
leyes impulsadas por
el gobierno de
Rodríguez Zapatero,
y, entre ellas, de
manera destacada,
al nuevo estatuto
catalán. Es de
extremada dureza
tener que contemplar
como las
consecuencias de la
actuación del
Partido Popular,
que en Cataluña
posee un papel
tangencial, atenten
contra aspectos de
gran trascendencia y
sensibilidad para el
pueblo catalán como
es la expresión
democrática del
deseo de reforma
estatutaria sin
olvidar el ataque
político y mediático
que la derecha
españolista
infringió al pueblo
catalán en el
proceso de reforma
estatutaria donde se
vertieron fuertes
descalificaciones
que, de manera
irresponsable,
tuvieron un efecto
claramente
disgregador y
abrieron cauces de
ofensa y
resentimiento entre
muchos catalanes.
El punto caliente de
mi diferenciación
con Cardod – el
independentismo – se
basa en que, en mi
opinión y en mi
convicción, la
mayoría de los
habitantes del
Estado español no
son nacionalistas –
no son españolistas
- especialmente
entre la izquierda y
amplios sectores
democráticos y
progresistas. En el
pasado reciente los
demócratas y los
progresistas del
Estado español han
luchado de manera
persistente no sólo
para obtener el
restablecimiento de
la democracia y el
respeto a las
libertades públicas
sino también por los
derechos de las
nacionalidades. El
camino a recorrer,
pues, no es, según
mi criterio, el de
la independencia
sino el de la
búsqueda del
acuerdo con la
España tolerante,
democrática y
progresista para, a
través del
entendimiento, el
reconocimiento y el
diálogo, hallar ese
acomodo que de forma
libre y sin
condicionamientos de
ningún tipo abra el
paso a una
federalización del
Estado basada en
una estabilidad
libremente asumida
por todos.
En fin, Carod
expresó unas
inquietudes
compartidas por
muchos aunque no
necesariamente quepa
identificarse con
sus conclusiones
pero también
realizó algunas
afirmaciones que
muchos hace tiempo
que deseábamos oír
como es el
considerar la
gravedad de la quema
de una foto del rey
en la misma medida
que lo es la quema
de la imagen de
cualquier otro
ciudadano aunque
este se llame Josep
Lluís Carod-Rovira.
Cuando la llamada
caja-tonta abre sus
puertas a la
realidad política el
interés de los
ciudadanos se
manifiesta. Bueno
es, pues, que hablen
los políticos con
los ciudadanos,
bueno es, pues, que
los ciudadanos lo
contemplen, y bueno
seria, pues, que,
desde otro rincón, y
referido a otro
problema de la misma
naturaleza como es
el vasco, pudieran
someterse a las
preguntas de los
ciudadanos políticos
como el lehendakari
Ibarrexe. ¿Para
cuándo?
Palma. 20 de
octubre, 2007
Pep Vílchez