Los miserables      Pep Vílchez

No, no se trata de la emblemática novela del insigne escritor francés Víctor Hugo, aquella que tantas conciencias adormecidas ha ayudado a despertar. No nos referiremos a los desgraciados, a los infelices. Hablaremos de los perversos, de los abyectos, de los canallas, escogiendo una de las acepciones que  recoge el diccionario de la Lengua Española confeccionado por la Real Academia al referirse al significado de la palabra miserable.

Porque miserable es la práctica de significar a una persona para, a continuación, escudriñar entre sus bienes y su vida privada para buscar alguna anomalía y, si lo que se encuentra no tiene suficiente entidad, manipular la realidad a través de montajes amañados puestos a disposición de los intereses de los que sí delinquen y, además,  corporativa y sistemáticamente.

Es sencillamente inmoral que, desde determinados tinglados mediáticos, se entretejan tramas urdidas para el desprestigio cuyo único objetivo  es   extender la sospecha sobre todo hijo de vecino que no  sea afín a sus intereses. En definitiva: les urge demostrar, desesperadamente, que todos los políticos son iguales y que, en definitiva, la corrupción es una de las variantes del comportamiento humano que forma parte inherente de la actividad política. Vaya, que todo está podrido y que el compromiso político, invariablemente, obedece, exclusivamente, a intereses y comportamientos inconfesables. En fin, aquello de “todos son iguales”, concepción que no sólo empobrece la democracia sino que la desvaloriza y provoca la desmovilización de los ciudadanos, su desinterés y apatía.

La virulencia que muestran contra los que combaten la corrupción muestra sus cartas marcadas al trilear un amaño que no consigue ocultar su verdadero talante, justificador y endulcorante, ante los casos reales de corrupción, en manos de la justicia, e implacable contra los que la combaten y denuncian. En realidad no son más que cómplices morales de los corruptos – la manipulación informativa es una de las variantes de la corrupción y, no precisamente, de las menos practicadas y reprochables -  al ejercer una prestación de servicios de valor incalculable cuyos beneficiarios se encuentran agazapados entre las tramas objeto de investigación judicial.

Entre ellos se hallan los hijos de las tinieblas, nostálgicos del franquismo el mismo que  fundamentó su poderío en una profunda, extensa y duradera represión sobre la base de una férrea despolitización de la población. Un desinterés generalizado por la cosa pública que, al alejar a la ciudadanía de la actividad cívica, generaba una cortina de humo infranqueable tras la cual se practicaban todo tipo de tropelías.

Esta es la única verdad demostrable de las estúpidas incriminaciones que desde determinado panfleto se desparraman sin ton ni son contra el candidato a la alcaldía de Palma del “Bloc Progressista”. La víctima: un hombre honrado, como la mayoría de la población. Su pecado: denunciar la corrupción. Su nombre hoy es Eberhard Grosske, en el pasado reciente, entre otros, Miquel Àngel Llauger y Pilar Costa.

A estos cabe decirles que su fortaleza moral sale reforzada ante la evidencia de que sus enemigos mediáticos, a las órdenes de determinados poderes fácticos, en realidad no son más que  pobres diablos que habitan en las profundidades del escosistema animal, entre insectos y roedores. No sólo son molestos, sino que provocan repugnancia y, consecuentemente, generan náuseas.

Palma, 25 gener, 2007