Los miserables | Pep Vílchez |
No, no se trata de la emblemática novela del insigne escritor francés Víctor Hugo, aquella que tantas conciencias adormecidas ha ayudado a despertar. No nos referiremos a los desgraciados, a los infelices. Hablaremos de los perversos, de los abyectos, de los canallas, escogiendo una de las acepciones que recoge el diccionario de la Lengua Española confeccionado por la Real Academia al referirse al significado de la palabra miserable. Porque miserable es la práctica de significar a una persona para, a continuación, escudriñar entre sus bienes y su vida privada para buscar alguna anomalía y, si lo que se encuentra no tiene suficiente entidad, manipular la realidad a través de montajes amañados puestos a disposición de los intereses de los que sí delinquen y, además, corporativa y sistemáticamente. Es sencillamente inmoral que, desde determinados tinglados mediáticos, se entretejan tramas urdidas para el desprestigio cuyo único objetivo es extender la sospecha sobre todo hijo de vecino que no sea afín a sus intereses. En definitiva: les urge demostrar, desesperadamente, que todos los políticos son iguales y que, en definitiva, la corrupción es una de las variantes del comportamiento humano que forma parte inherente de la actividad política. Vaya, que todo está podrido y que el compromiso político, invariablemente, obedece, exclusivamente, a intereses y comportamientos inconfesables. En fin, aquello de “todos son iguales”, concepción que no sólo empobrece la democracia sino que la desvaloriza y provoca la desmovilización de los ciudadanos, su desinterés y apatía.
Entre ellos se hallan los hijos de las tinieblas, nostálgicos del franquismo el mismo que fundamentó su poderío en una profunda, extensa y duradera represión sobre la base de una férrea despolitización de la población. Un desinterés generalizado por la cosa pública que, al alejar a la ciudadanía de la actividad cívica, generaba una cortina de humo infranqueable tras la cual se practicaban todo tipo de tropelías. Esta es la única verdad demostrable de las estúpidas incriminaciones que desde determinado panfleto se desparraman sin ton ni son contra el candidato a la alcaldía de Palma del “Bloc Progressista”. La víctima: un hombre honrado, como la mayoría de la población. Su pecado: denunciar la corrupción. Su nombre hoy es Eberhard Grosske, en el pasado reciente, entre otros, Miquel Àngel Llauger y Pilar Costa. A estos cabe decirles que su fortaleza moral sale reforzada ante la evidencia de que sus enemigos mediáticos, a las órdenes de determinados poderes fácticos, en realidad no son más que pobres diablos que habitan en las profundidades del escosistema animal, entre insectos y roedores. No sólo son molestos, sino que provocan repugnancia y, consecuentemente, generan náuseas. Palma, 25 gener, 2007 |