No sé si
Antoni Tarabini se acordará pero, en mi memoria, aparece en
una mesa compartiendo manteles con Roger Garaudy. Debió
suceder en Palma a mediados de la década de los setenta.
Entonces el filósofo francés era portaestandarte del diálogo
entre marxistas y cristianos. En su obra La Alternativa
congenió los valores del materialismo marxista con los del
humanismo cristiano. Posteriormente, a principios de los
ochenta, Garaudy, abdicó del cristianismo apuntose al
islamismo y fue procesado y condenado por un delito de
"negación de crimen contra la humanidad" y "difamación
racial", al defender ideas “negacionistas” en relación al
Holocausto y sostener ideas antisionistas en su obra Los
mitos fundadores del Estado de Israel,
Los setenta
del siglo pasado se me antojan como la “década prodigiosa”.
La muerte del longevo dictador – de cuyo nombre no me quiero
acordar - apareció como un hecho asombroso y la denominada
Transición rellenó la vida cotidiana de acontecimientos y
vivencias. En cualquier caso, muchos entonces éramos más
jóvenes. También aquella década fue de renuncias cuyo
objetivo no fue otro que acomodar el bagaje ideológico de la
izquierda a la nueva realidad emergente. Felipe González
consiguió – no de manera fácil – la renuncia del PSOE del
“marxismo” y, siguiendo su camino – para no ser menos –
Santiago Carrillo propuso y consiguió deshacerse del pérfido
“marxismo-leninismo” para dejarlo en un escueto “marxismo
revolucionario”. Pero la renuncia más sonada fue protagonizada
por el Partido Comunista de España cuyo Comité Central acogió
la monarquía parlamentaria en la persona de don Juan Carlos y
colocó la roja y gualda en compañía de la roja –con hoz y
martillo-. Por la borda quedó lanzada la tricolor y la
reivindicación republicana. Carrillo recordó el “bienio negro
republicano” aseverando que lo substancial era la democracia e
indicó a la audiencia que República, también lo era la
chilena entonces en manos del dictador Augusto Pinochet.
En ese mar de
renuncias y asombrosas transformaciones dio comienzo la década
de los ochenta con Tejero, los diez millones de votos del PSOE
y la OTAN – que “de entrada, no” se convirtió en una “de
salida tampoco” y Javier Solana presidió y predicó el
atlantismo por doquier. Y, claro, vino “el desencanto”. Por si
fuera poco Louis Althusser perdió la razón y apretó sus manos
sobre el cuello de su esposa. Toda una premonición.
Ahora, a
comienzos del siglo XXI, Nicolás Sarkosy ha decretado el fin
del espíritu del “mayo francés del 68” no sin antes rendir
homenaje a los resistentes franceses caídos en la lucha contra
el fascismo. Esa si que es una “derecha sin complejos”, la que
preside los destinos de Francia y no la que pulula por los
presupuestos del municipio de Calvià.
Palma. 26 de julio 2007
Pep Vílchez, es licenciado en historia
|