La historia no
siempre la escriben los vencedores. Es cierto que la historia
escrita suele ser la expresión de aquellos grupos que ostentan o
detentan el poder en cada momento. Intentan apropiarse de toda la
historia, incluso intentan legitimar lo ilegítimo, pero la memoria
colectiva es mucho más fuerte y a medio plazo prevalece sobre
cualquier intento de manipulación. Además, aquellos grupos humanos
que se sienten vencidos siempre dejan sus notas y sus huellas en los
márgenes del relato. Por lo general son notas invisibles,
escondidas, ausentes. Pero lo ausente y lo invisible también forma
parte indisociable de la realidad. La memoria colectiva no puede
ocultarse, ni enterrarse, ni suprimirse, pero se toma sus tiempos. Y
cada pueblo suele tomarse el suyo. La historia del siglo XX nos
enseña que han de transcurrir más de treinta o cuarenta años para
que los pueblos afectados por traumas colectivos sean capaces de
romper sus "silencios obligados" en palabras de Luisa Passerini. Ahí
están los ejemplos de Alemania o Francia para demostrarlo.
El psicoanálisis,
tanto da si se trata de experiencias individuales como colectivas,
también tiene su lugar en estos procesos y viene en ayuda de la
historia para explicarlos: cuando se viven experiencias traumáticas,
crueles, descompasadamente conflictivas, el resultado es el dolor,
el síntoma, la enfermedad vivida. Y uno de los métodos preferidos
para superar estas situaciones es el olvido, la represión de los
hechos. La persona o la sociedad no quieren recordar. Y así ocurre
muchas veces. El silencio voluntario es, también, la expresión del
olvido y de la represión y puede ser incluso positivo para el cuerpo
social en determinados momentos. Sin embargo, hay otros caminos
transitables: hacer hablar al que así sufre es uno de ellos. Porque
hablar y recordar es una terapia que serena, que repara, que además
permite luego olvidar de otra manera. Hablar para contribuir a
serenar el cuerpo social y el alma colectiva. Pero hacerlo de una
manera especial.
Seguramente el
mejor camino es no mirar atrás para juzgar(te) y castigar(te).
Seguramente el mejor camino es querer recordar para olvidar
aceptando que somos quienes somos y aceptarlo significa y contribuye
a vivir en paz. Como personas y como colectivo. Asumiendo, como
expresa Sandrine Lefranc en su espléndido libro Políticas del
perdón, que el olvido no se decreta. Que las páginas dolorosas
de la historia de los pueblos no se pueden cerrar con leyes de
amnistía, ni con expedientes administrativos, sino que para que no
sean "suturas ficticias" deben descansar en generosos compromisos
democráticos decididos a recomponer una historia-memoria aceptable
por la inmensa mayoría. De persistir "relatos contradictorios, la
tentativa ha fracasado", afirma Lefranc. Y en España corremos ese
riesgo.
Ha transcurrido el
tiempo necesario para poder recuperar toda la historia y todas las
historias. Más de medio siglo ya es distancia suficiente para
aproximarnos al estudio y al (re)conocimiento del trauma colectivo
que supusieron la Guerra Civil y la represión franquista. Es el
momento para dejar atrás, sin pretender ajustar cuentas con el
pasado, lo que el profesor Fontana definiera como "historiografía de
supervivencia" o una "historia defensiva llena de prevenciones". Y
más allá del importante papel asignado a la historia es también el
momento de (re)construir la memoria colectiva. De poder contar y
conocer todas las historias invisibles, ocultas, silenciadas,
reprimidas, suprimidas, desterradas, enterradas... No es casualidad
que ahora en España se asista a la eclosión de la historiografía, a
la constitución de foros de la memoria y a la conmemoración de
decenas de actos que quieren hablar de nuestros "olvidados"como
diría Hilda Sabato. El propio Parlamento español se ha implicado e
impulsa medidas encaminadas a ayudar, a restaurar, a recordar, a
reconocer, a reconstruir nuestro pasado.
Reconstruir toda la
historia y recordar sin afán de escarbar, de expurgar o de
escamotear. No será fácil, pero es una tarea colectiva insoslayable.
En parte histórica y en parte terapéutica. Como dijo el ex canciller
alemán Gerhard Schröeder a propósito del holocausto nazi, "no sólo
se lo debemos a las víctimas, a los supervivientes y a sus
familiares, sino también a nosotros mismos (...) llevamos esta carga
con dolor, pero también con responsabilidad. La mayoría de las
personas que viven en Alemania, afirmaba, no tienen ninguna culpa
del holocausto. Pero arrastran una responsabilidad especial".
Esa es ahora
nuestra obligación moral colectiva y nuestro compromiso democrático:
recordar a todas las personas decentes a quienes la historia de
España de la segunda mitad del siglo XX apenas permitió vivir en sus
márgenes. Recordar para que dejen de estar en los márgenes de los
libros de historia, en los márgenes de la memoria colectiva.
Joan Romero es catedrático en la Universidad de Valencia y
autor del libro España inacabada |