Testimonis del cop d'estat feixista a Mallorca


 

Miquel Fullana   "Certes informacions són un llastre molt feixuc per continuar la vida"

"...Aquell 18 de juliol era diumenge. Quan la dona tornà del mercat em demanà: "què passa?" Havia vist metralletes muntades per la Plaça d'Espanya, que aleshores es deia d'Eusebi Estada. falangistes pel carrer uniformats i gent que cantava. Després vaig saber que els dirigents havian fugit o s'havien amagat. Dilluns vaig anar, com sempre a l'oficina i en Guillem Forteza ja era partit a Barcelona, després passà a França. No es va presentar ni un sol dels altres empleats. Vaig mantenir obert el despatx. on cada dia hi treballava jo totsol, fins que em varen venir a detenir a la mateixa oficina, al carrer de Sant Bartomeu. Va ser pel novembre. Un senyor es presentà dues vegades, primer de guàrdia municipal y després de paisà. Si el veia el coneixeria, perquè havia estat afiliat a Acció Republicana i feia de fotògraf. El matí em digué que en presentàs al comandant municipal, el qual em digué que ell no sabia res i que no m'havia enviat a demanar. A la tarda tornà el mateix guàrdia, que em va dur a un pis de la Plaça de Santa Magdalena. Allà hi havia un conegut meu, oficial de telègrafs, convertit en policia secreta de la Falange. Em varen fer una fitxa i em portaren detengut a una presó que es trobava al carrer de la Glòria. Si no vaig errat era el 23 de novembre. Allà vaig compartir un quartet de dos per dos metres amb dues persones més i l'endemà en portaren a Can Mir, on hi vaig estar un mes. Després, al camp de concentració de Regana i alguns mesos després a Illetes. Passava de ser pres civil a pres militar perquè, com a sergent de complement, no m'havia presentat voluntari quan el capità Bayo havia desembarcat a Porto Cristo. M'acusaren de "rojo separatista", però es va sobreseure la causa. L'any 38 era fora. Un dia pel carrer, algú em tocà l'espatlla. Era el municipal que m'havia detengut. Em demanà perdó i quan em digué que estava disposat a contar-me qui era que l'havia enviat a detenir-me, vaig respondre que m'estimava més no saber-ho perquè hi ha informacions que poden ser un llastre molt feixuc per continuar la vida."

Memòria Civil, núm. 1, Baleares, 5 enero 1986, entrevista de Jaume Pomar

 

 

 

Dia 19

Palma

Se cumplen hoy diez dias de que el escritor Antonio Espina ha llegado a Palma de Mallorca en calidad de gobernador civil. Antonio Espina tiene cuarenta y dos años de edad y ha publicado varios libros de poesía, ensayo, novela y cuentos. Después de su experiencia como gobernador civil de Ávila habia decidido abandonar la política activa y dedicarse con mayor intensidad a la literatura, principalmente al libro sobre Ángel Ganivet en el cual trabaja. Amós Salvador, antiguo ministro de la Gobernación, fue quien le convenció un día que se encontraron en los pasillos del Congreso de que aceptara el cargo en Palma de Mallorca. En su brillante carrera política el gobierno de Palma puede representar ventajoso escalón. Lo cierto es que desde la caída de la Dictadura no ha publicado ningún libro más; sólo mantiene su colaboración en El Sol.

Desde su despacho, a pesar del aislamiento, de la soledad en que se sabe, pues el edificio salvo la presencia de los representantes de los partidos del Frente Popular está semiabandonado, percibe el nerviosismo de la ciudad. Sonríe mentalmente cando recuerda que don Amós Salvador le convenció de que el gobierno de Palma era cargo sumamente tranquilo y la isla de Mallorca excelente lugar para pasar el verano.

El agente de policía señor Roldán le tiene informado de la situación. A pesar de que el estado de guerra no ha sido declarado, la sublevación ha estallado en la ciudad. En distintos lugares céntricos, paisanos armados pertenecientes a las Juventudes de Gil Robles, y más aún falangistas con camisas azules y brazaletes, patrullan armados con fusiles y correajes. Los militares se los han entregado.

Esta reunión en su despacho es como velatorio; lo triste es que el papel de difunto le corresponde a él, no precisamente al escritor Antonio Espina, sino a la autoridad que representa al Gobierno de la República.

Sus relaciones con el general Goded, las pocas que ha tenido en tan escasos días, han sido cordiales; el gobernador militar le había causado una impresión favorable. En su primera entrevista no dejó de halagarle que el general le conociera y aun que leyera sus artículos de El Sol. Un militar que lee El Sol, en principio ofrece ciertas garantías. Pero en los días de su llegada las circunstancias eran muy distintas. La isla está dominada por las derechas, tanto por los amigos de don Juan March como por los continuadores de la política maurista; nada, sin embargo, hacía suponer que pudiera desembocarse en un estado de tensión como el alcanzado en estos últimos dias. La chispa fue la noticia de la muerte de Calvo Sotelo. Por confidencias ha sabido que causó honda sensación y que fue comentada con exaltación en los cuartos de banderas.

El jueves ha recibido un telegrama cifrado pidiéndole que sondeara al general Goded y averiguara su actitud y la del resto de la guarnición en relación a un movimiento militar que parecía inminente y lo era, puesto que ya se ha producido. Cuando le expuso la situación. Goded se mantuvo tranquilo y cordial pero ambiguo. No consiguió arrancarle promesa firme de apoyo al Gobierno. El general se escudaba afirmando que él creía que en Madrid se hallaría solución satisfactoria para el lamentado estado de cosas a que se ha llegado.

Ha mantenido comunicación con el ministro de Gobernación y con el subsecretario, Ossorio Tafall. Las instrucciones que le han dado: que responda al bando del estado de guerra con la huelga general. Reunido con el Comité del Frente Popular han efectuado un balance de fuerzas; la impresión ha sido desoladora. Nadie se atreve a contar con la Guardia Civil a pesar de que esté a sus órdenes, y en cuanto a los carabineros por hallarse diseminados en diminutos destacamentos en toda la isla, hace que tampoco pueda contarse con ellos. Ante los jefes políticos y sindicales ha hecho constar que son ellos quienes deben adoptar medidas para que la huelga general se lleve a efecto.

Estaba informado de que la orden de sublevarse les llegaría a los militares por medio de un telegrama expedido desde la Península. Un telegrafista le entregó un comunicado que había interrumpido. Redactado en clave, se aludía a un parto, pero ¿no pueden haber enviado varios telegramas semejantes por diversos conductos?

Ayer, todavía, por hilo directo consiguió hablar con Ossorio Tafall y con Carlos Esplà; le costó trabajo conseguir comunicación con Madrid. Les informó de la situación en la isla, de su ambiente de inquietud, a pesar de lo cual ningún hecho había producido que anunciara la sublevación. En Madrid reinaba la misma inquietud y le pareció que sus interlocutores estaban agobiados. Es la última vez que ha conseguido comunicar con el Gobierno; durante la tarde de ayer dejaron de funcionar las comunicaciones.

No hace aún veinte horas que telefoneó el general Goded y sus respuestas fueron igualmente ambiguas: "Subordinación a la autoridad militar". A medida que transcurrían las horas se ha sentido más aislado e inseguro en este despacho. Trató de hablar con Barcelona y tampoco lo consiguió; la isla se halla incomunicada con el resto de España.

El viernes envió a su esposa y a los dos niños a casa de una familia amiga pues había recibido la confidencia de que el teniente coronel de ingenieros García Ruiz se proponía asaltar el Gobierno Civil.

Acompañándole en su despacho, están el abogado Feliu, Ferbal, Ferrer Sans, García y algunas personas cuyo nombre ni siquiera recuerda a pesar de que le fueron representadas a su llegada a la isla.

De la antesala proviene un barullo intranquilizador; no le queda tiempo de prevenirse. La puerta se abre violentamente y entra un oficial empuñando una pistola; le acompañan tres más. Se pone en pie; el oficial y el gobernador quedan frente a frente. La palidez del oficial debe ser reflejo de lo que en su propio rostro deben ver los demás.

- Señor gobernador; tengo orden de detenerle. Resigne pues el mando.

-Los representantes del Frente Popular se han apartado; observan a los oficiales y muchos ojos se dirigen a la pistola desenfundada.

- Ustedes, señores, son testigos de que no resigno el mando, de que me es arrancado por la violencia.

Los presentes no son capaces de disimular su desconcierto; se enfrentan con una situación nueva de la cual no hay precedentes. Al salir de su despacho la antesala se halla ocupada por personas desconocidas; algunos ciudadanos visten camisa azul. Le abren camino sin manifestaciones de hostilidad. Cuando llegan a la puerta de la calle observa agitación en el Born. Sube en un automóvil y se sienta junto al oficial que al salir del despacho ha enfundado la pistola. Los que le acompañan, militares también, ocupan otro coche que arranca cuando se pone en marcha el suyo, y les sigue como escoltándoles o vigilando al gobernador civil de Palma de Mallorca

[ Romero, Luis; Tres dias de julio, Madrid, 1967, págs. 259-261 ]

 

 

Mientras sube las escaleras del palacio de la Almudaina observa la anormal animación; llegan y salen militares y paisanos con camisas azules de uniforme y armas. El sol da sobre las palmeras y las tiñe de un verde amarillento.

La antesala del general Goded está ocupada por altos jefes de la guarnición que charlan animadamente en corrillos, algunos de ellos ostentan sobre el pecho sus condecoraciones.

Le miran sin hostilidad, con curiosidad; otros ni siquiera saben que es el gobernador depuesto hace unos minutos. Comunican al general que don Antonio Espina ha llegado. En seguida se abre la puerta; el general le hace signos de que pase.

- Lamento, señor Espina, haber llegado a una situación tan dramática; esperaba que todo pudiera resolverse de otra manera. Siéntese, haga el favor.

Goded, de uniforme, con la pistola al cinto, le examina con sus ojos oscuros, inquisitivos, inteligentes. Su actitud es cordial. Antonio Espina siente una fatiga atroz, una decepción ilimitada que apenas le deja espacio para preocuparse por su situación personal, por su inmediato porvenir.

- General Goded, a pesar de todas las previsiones, usted ha secundado la acción militar ...

Antonio Espina García

Manuel Goded Llopis

- Las circunstancias excepcionales por las que atraviesa España lo justifican todo. Nos hallamos en una situación dificilísima y debemos actuar con decisión. Señor Espina, no tengo nada que ocultarle, dentro de un momento salgo para Barcelona para ponerme al frente de la guarnición ... Una papeleta difícil ... Tan difícil, que si fracaso ...

El general Goded por un momento se ha quedado pensativo, en ademán rápido se lleva la mano al pecho fingiendo disparar una pistola. Espina ha perdido su capacidad de asombro. Los dos se miran y callan. ¿Qué podía decirle? A pesar de la aprente corrección, ¿no es acaso su prisionero?

- Confio en que todo salga como esperamos para bien de nuestra Patria. Y de nosotros mismos ...

- Yo, mi general, no sé qué contestarle ...

- Señor Espina, voy abandonar Palma y antes desearía arreglar algunas cosas. Usted, momentáneamente, será recluido en el castillo de San Carlos ... Lo siento, por otra parte estará más seguro allí. Querría, si no le parece mal, ocuparme de su família. Mandaré un ayudante mío a comunicarles lo ocurrido y cuál es su situación hasta que podamos resolver algo; y al mismo tiempo ofrecerme a su esposa para lo que necesite.

De nuevo se miran a los ojos. Su familia está albergada en lugar seguro, pero, ¿para qué ocultárselo? Su mujer, sus hijos ... Vinieron ilusionados a esta isla; ¿quién sabe qué aventuras les tocará correr? Esto es sólo el primer capítulo.

- De la cartera saca una tarjeta y apunta en ella la dirección y el nombre de los amigos en cuya casa se alojan.

- Tenga; le agradeceré que les tranquilice; si lo consigue ...

El general Goded coge la tarjeta, la lee y la deja sobre la mesa.

- Haré que le acompañen dos oficiales. No sé cuánto tiempo tendrá que durar su arresto - el general le mira y sonríe -. Ustedes me han declarado la huelga general.

Como si fueran dos amigos que hubiesen estado tratando de algún negocio, salen juntos del despacho y cruzan entre los militares que ocupan la antesala. Junto a la escalera el general Goded le estrecha la mano.

- Que los dos tengamos suerte ... si eso es posible.

En la calle le deslumbra el sol. El teniente Ramonell y otro oficial le acompañan. El público se acerca a mirarle. Suben al automóvil. Suenan algunos silbidos; el automóvil arranca. En la ciudad se oyen tiros dispersos.

[ Romero, Luis; Tres dias de julio, Madrid, 1967, págs. 270-272 ]

En la mañana del 19, y tras de haberse apoderado de la ciudad de Palma, Goded, con su hijo y su ayudante, se trasladó en hidroavión a Barcelona para ponerse al frente del alzamiento militar en Cataluña. Aquí le vemos en el momento de abandonar Palma de Mallorca [ Romero, Luis; Tres dias de julio ]