La realidad republicana

Memoria Civil, núm. 1, Baleares, 5 enero 1986

Miquel Durán

Desaparecido M. Primo de Rivera, nuestro paisano el general V. Weyler le confiaba a I. Prieto "No se concibe en verdad cómo ha podido el país permanecer tanto tiempo sometido al capricho de unos cuantos locos aventureros. Y me preocupa ahora hondamente el giro que van a tomar las cosas con motivo de la actuación que se avecina", Weyler era consciente de que se hacía "cada vez más necesario volver por la hegemonía del poder civil, vejado y maltrecho por los profesionales de la violencia", y por ello no se le ocultaba que "la gente teme, y teme con razón, que un nuevo desmandamiento militar ponga en serio peligro la vida misma del país". De ahí su tesón en recetar "Responsabilidades, responsabilidades. Que se aplique a todos la ley. Que concluya para siempre esta terrible pesadilla de la amenaza cuartelera"

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Para el colaborador más eficaz de los planteamientos civilistas de la izquierda dinástica, estaba meridianamente claro que a la altura de los años treinta sólo había una salida posible que no era otra que contar con un programa mínimo, y a continuación "abordar la magna obra política que se debe al país. Porque lo que a éste importa sobre todo, y más que a todo, es una bien definida orientación política"

Significado de la República

Y efectivamente esto supuso la República, que C. Seco contempla como un capítulo más de la historia de los regeneracionismos. porque aunque indefectiblemente hay que asignarle la significación de pórtico cronológico de la guerra civil, presenta una línea de continuidad histórica con el proceso político y social anterior, pese "al aparatoso cambio de régimen" y en consecuencia supone algún tipo de acuerdo entre una "burguesía" radicalizada y de procedencia monárquica en buena parte, y el Partido Socialista que ya estuvo "muy bien avenido con Primo de Rivera", pero que hasta abril de 1931 quedó marginado del poder.

Sin manipulaciones en Gobernación, en 1931 no hubo resistencia para la aceptación de la democracia con todas sus consecuencias. Por tanto la onda expansiva de las limitaciones no depararía planteamientos de signo contrario hasta que también aquí se tuvo conciencia de la desestabilización proyectada en 1932, contra un gobierno de izquierda, reiterado después con el pronunciamiento del genral Sanjurjo, y aun con los sucesos de 1934 en Cataluña y Asturias contra un bloque gubernamental de centro-derecha.

En nuestra circunstancia es verdad que en los días de la Dictadura ya estaban perfiladas posturas muy opuestas, dígalo sino lo aireado por A. Ma. Alcover en 1924: "La raó me vessa per dalt les espatles, si me demostr satisfet de què el Directori Militar haja mudats Ajuntaments i Diputacions"; pero también hay que retener como G. Alomar apostrofaba contra el "espíritu provincial" subordinado voluntariamente a las normas vulgares y externas que envía la Corte", y el que calificaba de "especie de cursilería colectiva" capaz de garantizar hasta la "muerte civil".

En la primavera de 1931, en el momento de la efervescencia popular en la Plaza de Cort, para J. Pons i Marquès "Es començava a respirar l'airet de la República .." Y sabemos que pese a algunos desperfectos callejeros la proclamación de la República en nuestra ciudad tuvo en A. Pou, en el Gobierno Civil, F. Julià en la Diputación y en L. Bisbal en el Ayuntamiento unos responsables que garantizaron el tránsito con normalidad. Aunque no se nos escapa que el director jefe de Palma que se pusiera a la disposición de las nuevas autoridades y que el Presidente de la Audiencia A, Gil de Tejada hubo de protagonizar el relevo en el mando civil.

Valoración burguesa

La cuestión radica pues en hasta qué punto el nuevo régimen supuso que aflorara una nueva conciencia colectiva, si la puesta en marcha de los noveles mecanismos políticos significó la transformación suficiente de los compartimientos cívicos, y por tanto si se puede considerar la República como una etapa que consolidara aquí también la democracia real.

Expectativas las había. Así en los momentos decisivos de 1930 para una publicación inequívocamente burguesa como La Nostra Terra se contaba con "una porta oberta, que en deixa els pas franc per seguir lliurement el nostre camí", planteando además que "el canvi precipitat de Govern, obliga més que mai, en funció social, tothom a actuar decididament en el camp de la política" Y en este sentido el Manifestat del Centre Autonomista demandaba -eso sí, dentro de las "normas de la moral cristiana"- libertad, dignidad, y seguridad en el trabajo con una nómina de firmantes muy esclarecedora: F. S. Aguiló, L. Amorós, M. Arbona, G. Colom, E. Darder, J. Estelrich, M. Ferrà, M. Ferrando, I. Forteza Rey, J.A. Fuster Valiente, A. Giménez, V. Juan, B. Oliver, A. Parietti, J. Pons i Marquès, J. Vidal Burdils y J. I. Valentí, entre otros.

Nada extraño pues que en abril de 1931 La Nostra Terra llegara a constatar con optimismo que "El nostre poble se'ns ha revelat - ho volem proclamar amb orgull - amb una potència espiritual insospitada, amb un sentit cívic exemplar, amb una capacitació de força ordenada, que ens convida a pensar en les grans possibilitats futures que se li poden, amb tota confiança, encomanar".

Sin embargo tendría que producirse la primera amargura, la sorpresa que se produjo en las elecciones para constituyentes, especialmente por el comportamiento que la burguesía esperanzada atribuyó a la derecha caciquil. Así La Veu de Mallorca no tendrá inconveniente en denunciar que a pesar de la difícil erradicación del caciquismo en los pueblos, el triunfo habrá sido para la izquierda, llegando a señalar a un "botxí de les dretes per guanyarse les simpaties de les esquerres ..."

No en balde M. Villalonga en su autobiografía se referirá a que "gentes de paz, conservadoras y bien conceptuadas entre la morigerada burguesía, se declaraban republicanos y se aliaban - ·sólo bajo el punto de vista cultural- con las izquierdas catalanas". Aunque asimismo revelador resulte este pasaje, para comprender la complejidad presente entre nosotros en el momento de operarse la presencia republicana: "un insulso domingo de abril del año 31 el espectral desgobierno se dejó ganar las primeras elecciones que convocara y por las que tanto cloqueara. Mentiría si dijera que en mi Regimiento nos entristeció el planchazo gubernamental. Bien merecido se lo tenía" Evocando al respecto el "Tout va très bien, Mme. la Marquise ..."

Lo cierto es que aquí triunfó la izquierda en 1931, pero fue la derecha quien lo hizo en 1933 y en el decisivo 1936. ¿Es así de fácil la interpretación? ¿Era asumible la valoración establecida por La Veu de Mallorca tras los resultados de las constituyentes de 1931?

Radicalización política

Quizá habría que atender a la argumentación, que aunque a escala nacional, arriesgara J. Pons i Marquès en 1932, porque con motivo de la discusión del Estatut Català ponia el dedo en la llaga: "Les esquerres a favor, les dretes en contra. Potser aquesta és una afirmació massa atrevida per excesivament simplista. Els radicals, es dirà, són esquerra i posaren més d'un emperò; el mateix Sr. Ortega y Gasset, entre d'altres, no esquivà en cap moment la seva opinió contrària, que tant podia haver pesat en certs sectors, igual que el Sr. Unamuno. I en el camp d'enfront, en canvi, tenim els nacionalistes bascs, dreta i gairebé extrema en gran part, i al mateix Sr. Ossorio, blanc avui dels extremismes dretans magníficament aïllat en la seva actitud plena de generositat i de comprensiva simpatia. Tot això és cert, com o és també la, per altra banda natural, indiferència absoluta dels extremistes roigs: i, així i tot, l'afirmació sembla en termes generals justa i de difícil desmentiment". Concluyendo que tal vez fuera más correcto referirse a la disciplina o interés de partido ..., y señalando que la derecha no sólo no sabia estar a la altura de su misión, sino que en vez de oponer soluciones a soluciones, ideas a ideas, tendía a "taponar-les lo més sovint amb negacions".

Todavía hay un veredicto final de Pons, tan duro como el de Weyler: Resulta anticívico, antisocial y anticristiano el espíritu catastrófico que desearía el fracaso.

Así pues la república en vez de orientarse según el esquema de Azaña, que quería hacer posible "que en nuestro país se haga una transformación profunda de la sociedad española, ahorrándonos los horrores de una revolución social", se decantó irremisiblemente por las formulaciones excesivamente rupturistas, como la de Álvaro de Albornoz que no tuvo inconveniente en cacarear despropósitos del tipo "no más abrazos de Vergara, no más pactos de El Pardo ..."

Y a la postre todo se va a reducir, incluso aquí, trágicamente a todos rojos o todos fascistas, sin posibilidad de comprender que progresivamente la confrontación era cada vez menos serena, y por tanto resultaba más difícil reparar en las coincidencias y más fácil subrayar las divergencias. Prieto no dudaría en plantear si estas últimas "valían la pena de ventilarlas en el campo de batalla".

¿Que como se llegó a esta situación? Leyendo a Madariaga, Azaña, Vidal i Barraquer y Alcalá Zamora, por ejemplo es posible calibrar hasta qué punto falló la templanza de espíritu y se aclimató el fanatismo; como fueron esquilmándose las condiciones propicias para que la razón y la experiencia pudieran garantizar saber hacer una política mínimamente aceptable.

Se malogró de esta guisa una vez más la oportunidad de aprovechar la resolución de la mayoría de los ciudadanos, que a partir de abril de 1931 unos por convencimiento y otros realmente con sólo dejar hacer habían exteriorizado. Por el radical intento de democratizar  y nacionalizar la monarquía que Canalejas soñara se había hecho cada vez menos evidente para amplios sectores.

Y como fallaron antes quienes desde un radicalismo democrático trataron de persuadir para que el liberalismo se incrustara en el sistema canovista, porque es posible que aquel sistema no permitiera tanta permeabilidad, fallaron de nuevo quienes probaron de saldar el radicalismo democrático de la segunda república a base de un apel a l'ordre, tal vez porque este sistema era generosamente permeable.

Manifestació en el Passeig Sagrera de Palma dia 14 d'abril de 1931

Elecciones insulares

Lo cierto es que ciñéndonos a la realidad de las islas hay que preguntarse por qué, por ejemplo, A. Jaume pierde tantos votos en 1933 en Manacor, Sa Pobla, Pollença, Inca y Menorca, aunque no en Ibiza y Formentera. Como podría inquirirse lo mismo respecto a los ganados por J. March en Felanitx, Llucmajor, Manacor, Andratx, Sa Pobla, Inca, Pollença, Sóller, Alaró, Algaida, Marratxí, Calvià, Esporlas, Capdepera, Palma, Menorca e Ibiza y Formentera.

Por supuesto hay otras dilucidaciones pendientes. Una primera seria averiguar el fluctuante comportamiento electoral favorable a la izquierda en 1931 que sitúa en cabeza en Palma a G. Alomar en los pueblos de Mallorca a A. Jaume, en el total de Mallorca a M. Azaña, lógicamente a Canet en Menorca, de nuevo a M. Azaña en Ibiza y Formentera al que asímismo da la mayoria de Baleares; en tanto que a J. March se le sitúa en cabeza de los votos opuestos de los pueblos de Mallorca y a Matutes de los de Ibiza, aun cuando el triunfo fuera de izquierdas.

Más homogéneo resulta el comportamiento de 1933, pero de nuevo en 1936, la derecha triunfa con Fons a la cabeza en Palma, Matutes en los pueblos de Mallorca, en Menorca y en Ibiza y Formentera, pero J. March obtiene el primer pùesto en el total de Baleares. Por su parte Jofre sitúa en su candidatura el primero en Palma y pueblos de Mallorca, pero no en Menorca, ni en Ibiza que esta vez da el primer puesto de los votos de izquierda a A. Jaume.

Así las cosas, y mientras aguardamos aportaciones esclarecedoras en este y otros apartados, digamos que el fallo definitivo de la República en lo que para J. Ma. Cuenca supone la quiebra del esfuerzo por llevar a término la convivencia asentada sobre unas determinadas bases. Bases que en Mallorca, especialmente, fueron puestas en tela de juicio en 1933, pero sobre todo a partir de las elecciones generales de 1936.