EL SOCIALISMO, UNIDAD MORAL DE EUROPA
Existe una unidad moral de Europa –me escribe un
amigo-: el Socialismo. Ya sé que se me objetará
el famoso fracaso de esa tendencia desde que la
vaga promesa general se convirtió, ante la
guerra, en sumisión absoluta de todo el pueblo
alemán a la movilización. Pero no se puede
considerar así las cosas. El Socialismo habrá
fracasado en cuento a la conducta de sus
adeptos, mas no en cuanto a la acción inmanente
de la doctrina La enseñanza subsiste, aunque
algunos discípulos hayan resultado indignos de
ella. Hay una fuerza inmaterial en las teorías
mucho más allá y eficaz que toda la fuerza
material y empírica. ¿Por ventura el
Cristianismo no tropezó con la pobreza de
espíritu de los hombres que debían adaptarse a
su nueva luz? El ideal opera siempre como luz, y
no tiene ninguna culpa de la ceguera momentánea
o persistente de los humanos.
Terminada la guerra pesará sobre el mundo el
despertar de una inmensa pesadilla. Una onda de
misticismo social avanzará como natural
reacción. El templo de Jano cerrará sus puertas,
como presintiendo la venida de un nuevo Mesias.
¿Y no será eso precisamente la menor de las
preparaciones para el Socialismo? Las vías del
Señor, como dice el Evangelio, quedarán
dispuestas.
Otro gran amigo me escribe hoy una carta llena
de fortaleza ante la posible adversidad de los
accidentes que sobrevengan después de la guerra,
pero llena también de fe en la grandeza de las
substancialidades. Cree –como yo mismo- en una
victoria del idealismo después que la baja
realidad de nuestra era bélica haya producido la
catástrofe memorable y durísima. Me habla mi
amigo de la
disciplina del dolor, gran palabra en los
actuales momentos, y que puede ser hubiéramos
olvidado demasiado en los tiempos de felicidad
pacífica.
Hubo, en el siglo pasado, un año esencialmente
tormentoso: 1848. Entonces se inició de lleno el
movimiento generosos que conocemos por la
expresión, tan vaga de Socialismo. No se ha
hecho aún (¡bien quisiera yo hacerla¡) la
reivindicación de aquellos ilusos Quijotes de
París jóvenmente revolucionario que sentía
retornar la savia de una nueva Primavera. Era
aquello una especie de napoleonismo desde abajo,
un empuje hacia la universalización hecha desde
el pueblo. En suma, un fuerte movimiento
antinacionalista.
Cuando se haga la historia psicológica de la
guerra presente, tal vez de la encontrará
demasiado impregnada de exaltación nacionalista;
en unos, por la agresión y, en otros, por la
natural defensa.
Sea como sea, la normalidad traerá entonces, un
movimiento de colectivismo armónico, un gran
ensanchamiento de brazos. En eso radica nuestra
esperanza y yo quisiera que la vida no se me
acabase antes de presenciarlo. Es imposible
prever las formas nuevas que saldrán de estas
larvas. Sólo, indecisamente, habremos dedicado
toda nuestra pasada ideología a imaginar las
normas generales; pero la variedad prolífica del
colorido
y de los perfiles escapará a nuestra
pobre fantasía.
Ahora mismo, lejos de las trincheras homicidas,
la nueva vida espiritual se está construyendo.
¿Y que podría ser esa nueva vida sino una nueva
renovación del eterno idealismo
sin
patrias, interrumpido por la temporal
defensa de los territorios devastados y
revueltos ¡La unidad espiritual de Europa, del
mundo! Nunca ha dejado de existir. Unas veces se
refugió en el convento pacífico, donde se
escondido la perseguida cultura clásica. Otras
veces se amparó bajo el brazo fuerte de los
conquistadores inconscientes y brutales. Pero,
siempre, como una fuerza secreta, los escogidos
pudieron descubrirla. ¿Dónde está hoy? ¿No la
podríais encontrar? Se halla disfrazada de
guerrera, porque ha estado provocada y
escarnecida escandalosamente. Pero mañana
recobrará su misión de voz y de verbo sereno en
medio de la dolorosa voluptuosidad de quienes
quisieran la guerra como satisfacción de mal
dormidas ambiciones primitivas.
Todo para
nuestro pueblo, ved aquí la fórmula antigua.
Nuestro
pueblo para todos, ved aquí la fórmula que
vendrá. ¿Y no es, por ventura, el Socialismo?
Núm. 693, 15 de mayo de 1915
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