Gabriel Alomar i Villalonga

    DESPUES DE LA TRAGEDIA / AMNISTIA Y RECUERDO

 

 

Se ha vuelto a hablar de amnistía. Amnistía es una palabra espectro, que aparece por temporadas en nuestra política. Esta vez el señor conde de Romanones la ahuyentó con unas declaraciones sobre la cuestión social de Barcelona. ¿Vuelven los atentados? Pus no se hablará de amnistía, aunque la intención de proponerla figuraba entre los proyectos del Gobierno.

Como síntoma de consistencia jurídica de un país esa alternativa de represiones y amnistías envuelve una triste elocuencia. Dígase la verdad: nuestros Gobiernos no proponen la amnistía como una gracia, sino como una justicia, o, mejor, como reparación de un período de injusticia. Cada una de esas amnistías es un examen de conciencia gubernamental y un acto público de penitencia.

Pero amnistía significa olvido. ¿Y qué cosas debemos olvidar? ¿Para qué faltas o delitos proponen los Gobiernos un generoso olvido? Para los delitos artificiales que la represión gubernativa inventó. En realidad, pues, lo que piden los Gobiernos es la propia amnistía de los otros Gobiernos que les precedieron; que el país olvide el delito de los Gobiernos al impulsar, provocar y excitar una penalidad de ocasión, una supuesta justicia circunstancial. Ada amnistía es una apelación a la justicia inmanente y absoluta contra las pequeñas vindictas de Estado interesados y parciales.

¿Amnistía? ¿Olvido? Claro está que no ha de ser mi voz la que se oponga a esa mínima reparación de desafueros. Pero conviene decir que, después del vergonzoso período que atravesó España bajo el dominio de las derechas, no es el olvido lo que importa. No es el olvido, sino, muy al contrario, el recuerdo, la memoria ejemplar y eterna, diariamente renovada. Haría falta un “Remember” de fuego, inscripto sobre estos años de oprobio, grabado en el corazón de nuestros hijos para que aprendiesen a no parecérsenos. Estas letras de sangre no se borrarán fácilmente. Hay nombres que tienen asegurada la inmortalidad, la ignominiosa inmortalidad, aunque imploren del porvenir el olvido, la “amnistía”. Toda la parcialidad habitual de la Historia, aduladora de los Poderes no bastará para cubrir de olvido aquellos nombres.

Lo que importa no es olvidar, sino recordar. “Acordaos del pobre hornero, clamaba una voz ante los tribunales venecianos, del pobre hornero, ajusticiado por error” ¿Cuántas sombras de amarga ejemplaridad, parecidas a aquélla, podrían lanzar su voz ante nuestro sentido jurídico, para que el santo horror de nuestra vergüenza nos devolviese, paradójicamente, la dignidad perdida?

Yo creo que el señor ministro de Gracia y Justicia rectificará su airada negativa, y las Cortes dictarán justicieramente su amnistía. Pero esa amnistía debería juntarse a una ejemplaridad memorable: el castigo de los que hicieron imposible la reparación. Porque decimos fácilmente amnistía refiriéndonos al posible desagravio de las injusticias que no costaron la vida. Pero ¿y las otras, tan numerosas, tan claras? Y esas no tuvieron la excusa aparente de las formas legales, la cooperación judicial como garantía. Las víctimas recluidas en cárceles y presidios por la sinrazón de la razón de Estado piden ahora la amnistía, la mutua amnistía entre vencidos y vencedores, y otorgan el perdón de los Poderes que los condenaron. Pero las otras víctimas, sombras sangrientas, imágenes de remordimiento y pesadillas, esas no piden amnistía, sino el recuerdo, la rememoración inflamada y perenne.

Si atribuimos a las Cortes futuras la exigencia de responsabilidades y la amnistía social, esas funciones antagónicas envuelven dos actitudes inversas, que mutuamente se completan: recuerdo y olvido. Si sólo fuesen exigidas responsabilidades para la ineptitud, que originó el desastre, y no para el atropello sangriento, que causo el deshonor, haríamos patente, con más vigor aún, nuestra falta de equidad, nuestra iniquidad.

Uno de los más corrientes errores consiste en confundir el patriotismo con el silencio, con el disimulo;  como si nuestra mudez pudiera borrar de la realidad los hechos deshonrosos. Hemos impuesto una forma de amnistía como ley reguladora de patriotismo, callando lo que pueda perjudicar, en apariencia, a nuestro buen nombre. Nada más pernicioso y contraproducente que ese criterio. Memoria, recuerdo, revelación a gritos, es lo que importa para nuestra salvación. Urge asomarse a las páginas de la Historia, que nosotros mismos fabricamos, y gritar con todas nuestras fuerzas: ¡Acordaos!

Cuando una nación reconoce la propia injusticia, alcanza una victoria sobre sí misma superior a todas las victorias de las batallas materiales. La rehabilitación de Dreyfus es un acto más grande, para Francia, que la batalla del Marne. Y es muy posible que sin la purificación que representa la fecunda guerra civil librada en torno al nombre de Dreyfus no hubiera habido victoria del Marne. En cambio, una nación puede recorrer en muy poco tiempo el camino que va de Montjuich a Annual, de las calles de Barcelona a los yermos del Rif …

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Ha preocupado al Gobierno estos pasados días el retorno de los crímenes sociales en Barcelona. No nos engañemos. Ni a este Gobierno ni a otro cualquiera le es posible el milagro de suprimir el encono de las luchas sociales con todas sus estridencias. La eficacia de las barbaries gubernativas quedó juzgada  ya. La caída de las autoridades culpables fue seguida instantáneamente de un largo período de paz. Aunque ahora recomenzasen las luchas cruentas, ya sabemos que, ni siquiera por un criterio de eficacia o justificación de los medios por el fin, aquellas ignominias gubernamentales no deben volver.

Pero hay una triste experiencia psicológica en esas observaciones. Los que con la excusa del retorno de los atentados piden que se acuda otra vez al crimen gubernativo para reprimirlos, en el fondo de su corazón deseaban que volviesen. Esta es la verdad. Han estado esperando hasta ahora ansiosamente la noticia de un nuevo asesinato para poder, a su vez, exigir el suyo. Viven de venganza y no de justicia. Se alegraban de que muriesen algunos de los suyos, para poder matar también. Dos actos de violencia cometidos estos días han promovido más exclamaciones farisaicas en esos hombres que todo el río de sangre de la represión.

Conozco demasiado el falso celo por la justicia, las hipocresías tartulescas de la bondad. En los períodos del terror dinamitero de Barcelona, casi todos los que lamentaban con énfasis la “despoblación” de aquella ciudad se regocijaban en su odio a la urbe inquieta, parturienta en el dolor. ¿No recordáis, por comparación, a los que durante la guerra exclamaban plañideramente: “¡Pobre Francia!”, con un secreto saboreo de la probable caída de aquella nación pecaminosa y subversiva.

Dígase la verdad. No puede la amnistía depender de circunstancias anecdóticas, al azar de las inevitables violencias que surgirán por mucho tiempo en la guerra social. Esa amnistía que pedimos es una sombra de la justicia que deberíamos pedir. ¿Quién puede olvidar que las culpas de la represión invengada dejaron un sedimiento de odios, cuyas consecuencias nadie puede prever? Abramos, pues, las cárceles injustas, para que pueda olvidarse su injusticia. Y acordémonos de nuestro deber, castigando a los que produjeron aquellos odios, para que la justicia normal evite las justicias anormales. Recordemos, para que los demás puedan olvidar …

Gabriel Alomar

(De La Libertad)

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Uno de los pocos intelectuales, al margen de nuestras luchas que imprecan al capitalismo, es ese catedrático, que con fervor de humanismo, invoca la verdadera justicia social. Tal es la causa de que hoy reproduzcamos al artículo que antecede en el cual con visión clara y precisa arremete contra todos los que niéganse a dar una amnistía y contra los que solo piden amnistía.

Amnistía es olvido, dice muy bellamente, el escritor Alomar. Y no hay que olvidar, sino recordar, recordar quienes son los que desencadenaron la tempestad social.

Recordad, si; recordar y tener siempre en la memoria el tirano que, nuevo Molock, tritura constantemente al proletariado.

Parece que adivina, unos días antes, la tragedia que ha vuelto a expansionarse por la calles de la ciudad parturienta en dolor.  El asesinato aleve de Seguí y Paronas da la razón al articulista cuando dice conocer las hipocresías tartufescas de bondad. Y es verdad.

La algazara que reina entre el capitalismo español es de los que deberán formar época, pues al caer Seguí y su acompañante, habrán creído ver salvada su causa. ¡Oh tartufa sociedad ruin! ¡Qué poco conoces la psicología del trabajador consciente!

La lucha impone esos “accidentes” pero, cuan equivocado está el “régimen” al creer mellar nuestros cuerpos avezados a las rozaduras que nos infringe cotidianamente la opresora grey solo avispada en tener en alto el látigo y abierta la ergastula.

Amnistía, en el concepto que dice el escritor Alomar, para que nuestros hermanos sean libres de la prisión en que yacen, pero recuerdo, imperecedero recuerdo, para los que teniendo el hacha siempre en alto van inmolando vidas cuya dádiva la hacen puesto el pensamiento en redimir de la esclavitud al esclavo de siempre.

Recordemos bien todos los atropello que sufrimos. Recordemos bien que quien nos mata es el que al pedirle olvido por lo delitos no cometidos por hermanos nuestros, nos abrogamos la razón de olvidar que nos quiere destrozar pese a quien pese.

Y no seamos más cándidos y miremos el semblante gozoso de esa burguesía que no querrá saber (y sino al tiempo) quien disparó contra Seguí y Comas. Ha hincado el diente sobre estos compañeros porque el proletariado todo se ha olvidado que quien le tritura en el taller y en la calle, es el capitalismo organizador del desconcierto humano.

Váyanse enterando los trabajadores de quienes son sus enemigos y al primer reglón se presentará con su faz tartufesca el régimen, una veces triunfante con sus aceros inhiestos y tajantes y otras veces con la presión brutal o bien solapada de toda su cohorte de fantoches sin alma ni corazón.

Por lo demás no nos condolemos cual plañideras del hombre que cae al brutal empuje de una bala. Son “accidentes”, como decía un compañero nuestro, de la lucha que podrá haber eliminado un hombre, diez, cien, pero no matará aquello que es más preciado que la vida: el ideal. Y tengamos memoria, mucha memoria para ir almacenando no odio, queramos ser humanos, sino justicia, justicia grande, pura, para castigar al huracán devastador solo bueno, sólo útil para matar, lo que nace, lo que se mueve al compás inmenso de regenerar la humanidad.

Recordemos que la burguesía mató a muchos y hoy mata a Seguí, a Comas; mañana, tal vez seamos nosotros los “agraciados”. ¡Remember! ¡Remember!

CULTURA OBRERA nº 187

   17 de Marzo de 1923