La conferencia de D. Gabriel Alomar

Completamente lleno de obreros el salón y parte de otras habitaciones. Difícil es, en dos o tres cuartillas, condensar y extractar la nutrida serie de razonamientos en que el conferenciante funda su categórica afirmación de que la enseñanza no ha de ser neutra sino laica o antirreligiosa. Así, claro, para que lo entiendan los que suben y bajan púlpitos en esta soporífera cuaresma.

Dos principios, dice, luchan todavía en nuestras sociedades: el dinámico y el estático. La revolución francesa creó en Francia una nación, una patria de hombres libres, mientras que en España aquel vendaval sólo produjo una afirmación del pasado, es decir, afianzamiento de lo tradicional y de lo estatuido.

De los cuatro momentos que, según el conferenciante, se distinguen en la construcción de toda Ciudad nueva, el lírico, el oratorio, el épico y el trágico, el segundo es el que lleva consigo el problema de la escuela laica. Siendo ésta la comunicación del pensador con las generaciones, el verdadero deber de los gobiernos es impedir que no llegue a la inteligencia de los alumnos todas las inducciones de la ciencia humana. La escuela es el taller donde se forma la Ciudad. El maestro la construye cada día. Por eso los dos partidos que están frente a frente saben que quien posea la escuela es dueño del porvenir. Y la Iglesia, en España, se ha apoderado de ella, por la candidez de los partidos liberales. La libertad que éstos le conceden para dedicarse a la enseñanza, pone en sus manos la formación de las nuevas generaciones. ¿Por qué? Porque se ha puesto en manos de la familia, de la paternidad, que es el elemento social, senatorial, de conservación y de la tradición lo que debiera corresponder al poder político, es decir a la ciudad. Y como de este poder social en nuestro país, es dueña la Iglesia, sobre todo, por el ministerio de la madre de familia, resulta que la ciudad futura está en manos del enemigo eterno del poder civil.

No hemos sabido crear, dice, un poder político que supiera ejercer una verdadera tutela sobre este pueblo de menores; y por eso, hemos entregado nuestra escuela oficial en poder de la Iglesia, haciendo obligatoria la enseñanza de la religión y dificultando seriamente la libertad de los maestros laicos particulares para ejercer su profesorado heterodoxo. De esta lucha pedagógica pueden citarse en Cataluña dos momentos: el presupuesto de cultura, en que la Iglesia manifestó su oposición a la libertad de los padres no católicos, y la infame serie de artimañas clericales que tuvo por termino la muerte de Ferrer y la deshonra del nombre de España.

Nuestra enseñanza oficial es católica con libertad para la enseñanza neutra o laica privada, mientras que en Francia la enseñanza oficial es laica, con libertad para la enseñanza católica privada. Y se da el caso muy significativo que mientras los obispos y católicos franceses pedían la estricta neutralidad de la enseñanza, los obispos y católicos españoles exigían la prohibición absoluta de toda enseñanza no católica. De modo que los obispos franceses podrían hablar en los mitines de nuestros liberales.

La verdadera escuela, sigue diciendo, tiene por objeto la asimilación de las revelaciones científicas en un espíritu libre. La escuela religiosa no tiene por fin enseñar sino impedir que se aprenda. Nuestra escuela admite todas las opiniones, todas las hipótesis. La escuela religiosa no acepta más que una sola: la suya. Son, pues, incompatibles. Es una lucha entre la cultura y la incultura. La pedagogía es, como la ciencia, antirreligiosa. Por eso la escuela ha de ser completamente laica.

La ventaja capital de la escuela laica es convertir en evolucionista la Naturaleza estacionaria de las sociedades, porque la palabra civilización quiere decir victoria del arte humano sobre la rudeza animal originaria. Esta victoria no puede obtenerse sin la escuela. El fin del hombre es conquistar la naturaleza, es decir, Dios. Si el quietismo espiritual reina en la escuela y se aniquila la inquietud filosófica, que quiere decir sed de noción, de ciencia, se mata toda la parte de heroísmos del patrimonio espiritual humano.

Nuestra escuela es, pues, afirmación, movimiento, ráfaga, o sea Espíritu, ideal ataque, lucha. La anti-escuela de ellos es negación, sumisión de esclavos, propia de los orígenes plebeyos del pueblo cristiano. Todo es la ciencia es comprobación, mientras que el confesionalismo se opone a toda comprobación. Así, destruye en los alumnos la facultad de observar y mata la curiosidad, madre de todo saber. Se opone, además, a todo cambio social en que peligren las ideas de patria o de ejército, ídolos del estatismo presente, y, por eso, quiere la escuela sometida, domada.

La tendencia de la tradición cristiana es humillar al hombre ante las indomables fuerzas naturales. Nosotros, por el contrario, queremos el resurgimiento de poderío espiritual, con la conciencia de su soberanía.

La evolución es la ley. Pero si se le ponen obstáculos se convierte en revolución inevitablemente. Así es que los verdaderos revolucionarios son los hombres que se oponen a la marcha normal de la evolución. De todos modos, las clases obreras son hoy las más aptas, por hallarse vírgenes de toda educación burguesa, para que en su seno estalle la chispa que encienda las ansias de la nueva sociedad redentora.

Una entusiasta salva de aplausos acogió la valiente y hermosa conferencia del notable publicista, nuestro ya en las ideas salvadoras del Socialismo.

EL OBRERO BALEAR

Núm. 471, 25 de marzo de 1911

 

fideus