1923 – EXCULPACIÓN ACUSADORA Gabriel Alomar

 

¿Es posible aceptar esa versión de que no existe el menor indicio racional para encontrar a los culpables del asesinato de Segui? Yo creo, muy al contrario, que esas propias afirmaciones son el más claro indicio … Veamos, veamos. ¿No habrá llegado el caso de convertirnos en policías … contra la Policía?

 

Siempre que ocurre un atentado contra algún hombre perteneciente a los grupos de izquierda, brota de los centros policíacos y de los órganos derechistas la misma cantinela: “Susúrrase que la agresión salió del mismo partido de la víctima … Parece que hay muchos descontentos de la opinión moderada que había expuesto … Dícese que su condenación del sistema bolcheviquista había disgustado profundamente a las masas … Han desaparecido algunos sospechosos afiliados al Sindicato único … La Policía tiene una pista que considera segura … Han sido detenidos algunos individuos peligrosos, reputados como anarquistas de acción … “

 

No creo necesario aducir muchas pruebas de esa grosera maniobra. Recordemos el día del asesinato vilísimo de Layret. No faltó entonces la consabida nota tendenciosa: “Se cree que el motivo del asesinato ha sido la propaganda de Layret a favor de la evolución política del sindicalismo y preconizando la intervención electoral …

 

Cae, gravemente herido, Pestaña. Y suena la misma canción. ¿De qué argumento convenía echar mano? Del tópico refernte a la condenación de los bolcheviques. Como Pestaña había vuelto de Rusia desilusionado …

 

Muere, en fin, Salvador Seguí: no podía faltar el “cliché” respectivo. ¡Segui era un moderado!

 

Entre tanto, se da tiempo a que los verdaderos criminales, los que no pueden ser una duda para ninguna conciencia honrada, como no sea la de un imbécil, escurran el bulto lindamente …

 

Esas versiones policíacas tan burdas y, al propio tiempo, tan reveladoras, reveladoras de lo contrario a su malévola intención, pueden ser contrastadas con aquellas otras cínicas notas que los mismos centros suministraban cuando era asesinado cobardemente un paria innominado, señalado  la muerte por una represión inconcebible y folletinesca. Siempre el muerto era, según tales “fichas”, un forajido, un peligro social enorme, cuya supresión resultaba un bien. Su asesinato quedaba convertido poco menos que en acción meritoria, en gesto salvador de la sociedad. ¿Para qué molestarse en buscar al matador? ¡Como no fuese para darle las gracias, reglarle un premio y concederle la cruz de Beneficiencia!

 

La versión “despistadota”, “confusionista”, aplicada una vez más con motivo del asesinato de Segui, ha dado sus frutos. Muchas gentes cándidas se nos han acercado, con aire inocente, preguntándonos: “¿De manera que sus propios partidarios han matado al “Noy del Sucre?” Si la cortesía no hubiese puesto trabas a nuestra ira significadora, hubiésemos contestado: “¡No, señor! Quien le ha matado es usted! ¡Usted con sus aprobaciones vergonzosas del crimen autoritario! ¡Usted, con su vocación de reptil, forjada en la lectura de la Buena Prensa! ¡Usted, con su absoluto envilecimiento espiritual, que aclama como acto de justicia el crimen, cuando halaga las conveniencias de sus amos!”

 

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“No se tiene el menor indicio acerca de quien pudo asesinar a Segui.” Pues yo digo que esta falta de indicios es el indicio mayor. ¡Es una exculpación acusadora! ¡Como! He aquí una ciudad, Barcelona, sometida durante largos meses a la lucha sangrienta entre dos bandos. Para perseguir a uno de ellos se han agotado los medios policíacos, lícitos e ilícitos: se ha incurrido en la espantosa deshonra nacional y Huacana de la ley de Fugas; se ha recurrido al episodio tenebroso, como en el caso Sabater; a la ficción sarcástica de libertad, como en el caso Boal; tal vez, a los horrores melodramáticos que denunciaron Indalecio Prieto y ciertos artículos del semanario “España”. Contra ese grupo se ha considerado lícito cualquier sistema de exterminio; se le ha señalado al odio público y se ha organizado contra él bandas de pistoleros, amparados por la seguridad de escapar a toda sanción. En cambio, cada vez que ha caído un hombre del bando protegido, los elogios han envuelto su nombre, un encarnizamiento de persecución ha seguido a su muerte: se ha anunciado públicamente, sin rubor, la inminencia de las represalias, no ya el ojo por ojo, sino diez, veinte, cincuenta ojos por ojo. Y el entierro de su cadáver ha recorrido aparatosamente las calles de la ciudad, con representación oficial, entre una escolta provocativa y bravucona, sin ese temor farisaico a la “alteración del orden”, que ha sustraído el cadáver de Seguí al cortejo cívico de sus compañeros.

 

Pues bien; acaba de morir una de las personas más significadas del bando proscrito; y no solo se deja en paz a los elementos, conocidísimos, del bando adverso, sino que se declara poco menos que imposible comprender de donde salió la agresión, y se intenta desviar la ineludible designación de los culpables con torpes insinuaciones de sospechas … ¡Claro! ¡Como el crimen es patrimonio exclusivo de los partidos de emancipación proletaria! ¡Como los organismos de derecha en todo el mundo, y singularmente en Barcelona, tienen un aspecto escrupuloso a la vida humana! Lo cierto es que a la hora presente no hay en la cárcel ni uno solo de los conocidos como enemigos mortales de Segui, el cual, no se olvide, había sufrido ya dos tentativas de agresión. Comparemos esa lenidad policíaca con la aparatosa persecución que siguió a la muerte del señor Dato. Y la jerarquía social de la víctima no debe influir sobre la naturaleza moral y jurídica del crimen. ¿Qué se hubiese dicho si, en aquellos días, la versión difundida en los centros policíacos hubiera sido la de que el señor Dato había sido asesinado por elementos conservadores, indignados de la famosa bondad del presidente?

 

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Queda otro aspecto en la cuestión: la lógica y el criterio moral revelados por la prensa derechista. ¿Pues no ha llegado algún periódico ha invocar el retorno del Sr. Martínez Anido como medio admirable que hubiera impedido la muerte de Seguí? Cualquiera creería que esos periódicos toman por tontos a sus lectores. ¡Para remediar una situación de desafuero, de irritante desigualdad, de menosprecio ético y jurídico, volvamos a entronizar al que la creó! ¡Para castigar la muerte de Seguí, demos autoridad al que sentó la increíble teoría gubernativa de que le salvaba la vida encerrándolo en un castillo, y abandonó a Pestaña a las asechanzas de sus agresores, irritados por no haber conseguido matarle! Para esa Prensa, lo grave no es que haya crímenes, puesto que aclama como modelos de gobernación los más sangrientos períodos de mando: lo grave es que las víctimas no pertenezcan todas a la espiritualidad renovadora, aunque así perezcan lo más indudables ejemplares de la ciudadanía.

 

Y ante ese magisterio siniestro, difundido por la más eficaz de las cátedras, que es el periódico, yo pregunto a mis compañeros si no creen llegada la hora de romper toda solidaridad de profesión con ellos, y lanzar ese gesto de ruptura como una opuesta lección de saneamiento y dignidad sobre el pueblo que ellos emponzoñaron.

 

(De La LibertadGABRIEL ALOMAR

 

Volvemos por segunda vez, y agradecidísimos de ello, a publicar un artículo del publicista Sr. Alomar. Ello prueba que en España a trueque aún de estar moral y materialmente arruinada, castrada en todo y por todo, suena alguna que otra vez la voz vibrátil , enérgica, de ademán acusador, de este ciudadano que toda su vida ha sido y es para dedicarla a hacer el verdadero magisterio de ciudadanía.

 

Alomar en todo y por todo siempre ha dejado oír su voz atronadora, en defensa de lo noble, de lo justiciero. Siempre sus proclamas han sido el corazón del pueblo instándole a que defienda sus derechos hollados. En todos momentos este corazón pasional se ha erguido o bien apostrofando al régimen que arrolla al pueblo o bien induciendo a este pueblo por los caminos de su libertad.

 

Hoy reproducimos este enérgico artículo del catedrático Alomar porque en él véase plasmada la ignominia que siente un hombre de pertenecer aun pueblo que asesina alevosamente a los hombres demócratas, al valor nuevo de la humanidad.

  

   CULTURA OBRERA nº 189

   31 de Marzo de 1923