Homenaje

 

A petición de varios compañeros empezamos hoy a publicar el discurso leído en la velada necrológica celebrada el día 19 de mayo de 1911 en el Centro de Unión Republicana, por don Baltasar Champsaur, con motivo del aniversario del fallecimiento de D. Antonio Villalonga.

 

Dice así:

 

Ciudadanos:

 

Nunca es el hombre tan verdad como cuando se asoma a su mundo interior y comienza su diálogo de ideas. Allí está él integro, todo presente y abierto como un enigma descifrado. Entonces es fuerte, irreductible y recto. Las palabras pierden su espíritu diabólico de mentira y falsedad. Son lo que deben ser: chispas del propio pensamiento, el pensamiento mismo con luz. Estamos allí ante nosotros y ante el mundo como ante dos realidades libres que lo contienen todo. Realmente, el diálogo se entabla entre dos cosas inmensas, infinitas, lo necesario y la consciente, cuya plenitud es la verdad. ¿Quién se atrevería a mentir en ese diálogo de eterno Edipo y de eterna Esfinge? ¿Quién se atrevería a decir: este pensamiento mío no es mío, esta afirmación mía no es mía, este gesto de hipócrita no es gesto de hipócrita? Sólo el intentarlo envilece.

 

Y, sin embargo, la mayor parte de los hombres se niegan a sí mismos. Entre la libertad de negarse y la libertad de afirmase no sólo hay una diferencia de motivación psicológica sino una diferencia de orden ético. El que se niega sustituye, primer, la realidad por una ficción; y, después, realiza este cambio, ya indecoroso, por un motivo de interés personal bajamente egoísta, que es la nota fundamental de los actos inmorales. Por el contrario, el que se afirma, no sólo permanece y tiende a permanecer en la esfera de las realidades, que es ya en sí dignificación de la racionalidad, sino que pone por encima de todo motivo interesado el único que ha de ser siempre norma de las acciones humanas: la verdad. Toda libertad es condicionada, y su carácter ético depende de la naturaleza misma de lo que la condiciona. Por eso, la característica del hombre civilizado consiste en dar al motivo ético un sobre-valor de eficacia práctica más intensa que el valor ordinario de los motivos puramente egoístas. Porque civilizar no es, en el fondo, otra cosa que intensificar los valores intelectuales y éticos, individual y colectivamente.

 

En los pueblos degenerados, estos grandes valores humanos se desmonetizan, por decirlo así, no circulan y hasta se les llega a poner en la picota del ridículo. Y así resulta que se mixtifica nuestro mundo interior con un retorcismo de baja ley, causa de todo rebajamiento moral. En vez de construir nuestro yo y de unificarlo para la acción civilizadora, lo demolemos a cada instante desmenuzándolo con falsas sustituciones para fines puramente egoístas.

 

Por otra parte, podemos afirmar que no hay existencia, que no hay personalidad sin la constante afirmación de sí mismo. Y en los seres libres, por el hecho de ser libres, esa afirmación, es un compromiso con su decoro y un imperativo de su racionalidad, que es lo que constituye el deber. Afirmarse es reclamar para sí el derecho y reclamarlo para los demás; es reconocerse, en la sucesión de las cosas, como sujeto de fines propios, no como medio para cumplir fines ajenos; es constituirse en eslabón espiritual entre la acción pasada y la acción futura; en un palabra, es pertenecer, por derecho propio, a los constructores del bien humano.

 

Pero para afirmarse es preciso poseer un contenido ideológico, un verdadero mundo interno organizado y con propia orientación para fines morales e intelectuales en el tiempo y en el especio. Si no se es nada idealmente, si se está vacío de todo compromiso redentor individual y colectivo, si no se aspira a nada ni se quiere nada en el orden de las ideas, entonces, no solo se anula por completo la vida sino que se cae en la vergüenza del eunuco voluntario. Siendo, como es, tan imperfecta nuestra sociedad presente delinque quien no se haya forjado un ideal de mejora y no ponga sus manos en la obra común del progreso humano. ¡Pero con cuantos hombres vacíos nos codeamos todavía en la calle, en las reuniones, en los espectáculos públicos! Una arruga del frac o una infracción de la etiqueta les sume en profundas amarguras o en terribles explosiones de cólera. Son los grandes de la infinitamente pequeño. Tienen su inmoralidad en el Olimpo de los dioses ceros. Ya escribirá su historia el olvido.

 

(CONTINUARÁ)

 

EL OBRERO BALEAR

Núm. 502, 4 de noviembre de 1911