EL SOCIALISMO A TRAVÉS DE LA TRAGEDIA
Sus doctrinas redentoras salvarían la
conflagración. No era posible que ensangrentaran
sus manos quienes profesaban doctrinas tan puras
y tan santas; quienes supeditaban todo ideal a
la fraternidad estrecha entre los hombres;
quienes no reconocían fronteras que separan,
como bestias de los jardines zoológicos, los
hombres de las diversas naciones.
Y de esa manera el socialismo que había sido
rechazado siempre sistemáticamente por la
burguesía, que había sido calumniado por ella,
iba esta vez, poco a poco, infiltrándose en las
almas, no en sus principios y esencias, sino
egoístamente, como vis medicatrix, como doctrina
que forzosamente, arregladamente a sus
principios, debía poner fin a tan inmensa
aflicción. Y esa fue la bandera, la sola bandera
que veían ondear con simpatía, en aquellos
instantes, las multitudes burguesas, ebrias de
dolor y de espanto. Todos aquellos a quienes la
guerra arrebataba algún ser querido, o arrasaba
sus campos, o destruía sus cabañas, anatomizaban
entonces la tragedia maldita que ambiciones
imperialistas habían desatado y sus miradas
angustiosas, suplicantes, se tornaban a las
grandes masas socialistas para que en un gesto
de supremo heroísmo pusieran, con su fuerza
incontestable, fin a tamaños dolores.
El móvil sentimental fue entonces el único que
guiaba a las gentes. Los imperios centrales
habían violado, cierto era, toda ley y todo
precepto. Los tratados no eran para ellos más
que trozos de papel; desprovistos de todo
elemento étnico y artístico habían arrasado
innecesariamente monumentos y exquisiteces de
imaginaciones artísticas que eran orgullo de
Francia y de Bélgica; y las mujeres y niños
habían sido sustraídos, brutalmente, al derecho
de gentes.
Pero, a pesar de todo ello, era menester salvar
a la humanidad ensangrentada y esa alta tarea
debía efectuarla el socialismo. Y como la
guerra, sorda e impasible a esas súplicas,
persistió en su obra devastadora, bien pronto se
desvaneció aquella ilusión primitiva y lo que
fue esperanza no tardó en trocarse en anatema y
los mismos que habían evocado la redención del
mundo por el socialismo no tardaron en
apostrofarlo y pomposamente, sin estudio alguno
sereno y desapasionado, proclamaron el fracaso
del socialismo. La guerra persistía, luego el
socialismo había fracasado estrepitosamente,
ruidosamente. Su huestes debía ser disueltas;
sus doctrinas serían ya pu [blicaciones ]
destinadas a la polilla de los archivos, nacida
en la imaginación calenturienta de algún iluso
pero totalmente infecunda e incapaz de remediar
los males que afligían a la humanidad.
Y sin embargo el socialismo, a pesar de su
retractación, a pesar de su supuesto fracaso,
seguía a paso firme su marcada trayectoria y no
los apóstrofes de los superficiales ni la ruda
oposición de la prensa y de los gobiernos le
desviaba de su ruta que, lentamente, pero
resueltamente conducirá a la anhelada paz que
había de restaurar definitivamente la harmonía y
confraternidad entre los hombres.
Basta recorrer la trayectoria que desde
Kienthal a la conferencia interaliada de
Londres ha seguido el socialismo para
convencerse de que ni en un solo momento ha
desconocido la altísima y humanitaria labor que
le estaba encomendada y como en todos los
grandes acontecimientos que se han sucedido tras
la gran tragedia el socialismo ha aparecido
siempre como un destello de esperanza redentora.
Es en
Kienthal donde los minoritarios franceses,
en medio del horror de la tragedia, por encima
de dolores y espantos estrechan fuertemente las
manos de los socialistas prusianos. Fue ese acto
la primera protesta contra el derramamiento de
sangre, la protesta de la paz contra el horror
de la guerra; la videncia en el provenir humano;
la primera piedra de una arco luminoso
gigantesco que de terminar en Londres y cuyas
esparramadas por encima de los paises en guerra,
enseñarían al mundo los albores radiantes de la
paz.
La burla, el desprecio y el odio se ensañaron
sobre los solitarios de
Kienthal. Pero la semilla del amor estaba
echada sobre los surcos abiertos por el dolor
que forzosamente, había de germinar.
Destaquemos un recuerdo fervoroso a
Rosa Luxemburgo y a
Liebknecht que [ …] aun en la cárcel sus
deseos pacifistas.
Había de ser fatalmente en Rusia donde la
influencia socialista debía hacerse sentir más
vigorosamente por lo [ … ] cerrada secularmente
a toda idea …] radora era campo abierto a sus
h[…] tarias doctrinas.
Rusia ha proporcionado a la causa de los aliados
sentimientos alternativos de alegría y pesar. El
destronamiento del Zar, no ajeno a la influencia
socialista, proporcionó a la humanidad la […]
alegría de ver derrumbarse para simpre el
andamiaje medieval de aquel […] y la
incorporación del mismo a Europa ¡Con cuento
placer seguían entonces los primeros episodios
de la revolución incruenta!; Como comentamos la
alegría de todos aquellos que tornaban en el
destierro sus ansias liberadoras! ¡Y cómo se
agrandaba [ … ] la figura de ese
[…] llard comparaba con Danton t cuta fuerte y
sana dictadura parecía que había de conducir,
sin grandes trastornos, al pueblo ruso al nuevo
régimen.
Pero los esfuerzos de
Kerensky resultaron estériles. Atento casi
exclusivamente a encauzar la revolución política
que produjo la caída del zarismo, fue impotente
para hacer frente al gran problema social que
aquel hecho produjo y no pudo encauzar las ideas
intensamente reivindicadoras que germinaban
llenas de vida en el alma sencilla de los mujiks.
El zarismo, cierto era, había ahogado toda
libertad y era menester instaurarla, pero
también había engendrado el hambre y era
menester satisfacerla. Y he aquí lo que no pudo
hacer
Kerensky.
Para ser justos no es posible desconocer que del
fracaso de
Kerensky no se halla exenta la Entente
porque cuando para calmar las ansias de sus
huestes exigió a los aliados que renunciasen a
todo imperialismo, que se revisaran los fines de
la guerra y se denunciasen los tratados
secretos, no se le escuchó, o se le contestó
denegando los pasaportes para Estocolmo, y
aquella política de desfallecimientos y
desorientaciones preparó la entrada en escena de
los bolchevikis.
Y nuevamente la política de los aliados vuelve a
mostrarse incierta, inhábil y sobre todo
injusta. Les espantó el carácter fuertemente
socialista y expropiador de aquel movimiento, no
supieron ver, detrás de cierta turbulencias,
sentimientos humanos generosos, se echó en cara
a los bolchevikis las mayores infamias, se acusó
a sus jefes de estar a sueldo de Alemania y se
les abandonó totalmente a su natural
inexperiencia, sin ayudarle ni encauzarles,
despreciando el consejo de los socialistas
franceses [...]toda complacencia que los
gobiernos aliados tuvieron con el zarismo
convirtiéndose en dureza y exigencias con los
revolucionarios.
Y en esas circunstancias, completamente
abandonados los bolchevikis, sin medios de
defensa, sin vías de comunicación, teniendo que
batirse los soldados [ … ] ¡pobre carne de
metralla! Con un [ … ] por cada dos o tres
hombres, ro [ … ] de un hambre y una miseria
espantosa, toda aquella falange de espectros que
soñaba en justas y prontas reivindicaciones y en
la inmediata instauración de la justicia, llegó
fatalmente a la paz de
Brest-Litovsk que firmaron sin ni siquiera
sus condiciones, ante el imperio brutal de la
fuerza, el desfallecimiento de todo un imperio y
la tremenda desorganización engendrada por la
nefasta política zarista.
Un país económicamente atrasado, arruinado por
tres años de guerra, sin los medios necesarios
para evitar una invasión extranjera, no sabemos
si podía hacer otra cosa. La prolongación de la
guerra hubiera significado, tal vez, el
hundimiento de la república de los Soviets, la
derrota del principio mismo de la revolución.
Tratado de
Brest-Litovsk que, en las condiciones en que
fue firmado es […] más deshonroso para Alemania
que para los bolchevikis, servirá al menos de
remanso a la revolución socialista que tendrá
nuevas fuerzas para reanudar con mayor pujanza
su gran obra emancipadora.
[…] militarmente se ha perdido Rusia […] os
Aliados no puede en cambio dar aun por frustrada
la esperanza que [ale]ado todos los actos de los
maximalistas de extender sus principios
revolucionarios entre las masas de los imperios
[…]es. Recuerdese la gravedad de las […] de
Berlín y de Viena que fueron […] riamente,
declarado delito de traición lo que en todos los
países civilizados es un derecho; la huelga. No
tiene desperdicios para los fines que persigue
el párrafo final del discurso pronunciado por
Oscar Cohn en la sesión del Reichstag del 22
febrero pasado a propósito de la discusión del
tratado de paz con Ucrania que no fue votado por
los socialistas independientes.
«La
revolución que ha comenzado en Rusia, pasará por
encima de las fronteras y estallará en Alemania.
Y si los reyes y los hombres de estado no saben
terminar esta guerra por una paz que pueda
reconciliar a los pueblos entonces los pueblos
la impondrán ellos mismos. Yo bendigo el día en
que eso suceda, bendigo el día en que los
pueblos emprendan su obra contra los reyes y los
hombres de estado, contra los militares y sobre
todo contra el militarismo alemán».
En términos parecidos se expresó Hasse en la
sesión del 26 de febrero.
Por eso repetimos, que a pesar de todos los
contratiempos, a pesar de las convulsiones y
trastornos que todo cambio brusco de régimen
origina, el socialismo habrá salvado a Rusia. La
autocracia habrá desaparecido para siempre y la
democracia se habrá instaurado definitivamente
en aquel imperio que parecía sustraído
eternamente a toda idea liberatriz y
bienhechora.
Hemos mencionado incidentalmente a Estocolmo,
nombre que figura también en la trayectoria
recorrida por el socialismo. Las conferencias de
Estocolmo fracasaron por otra de la Entente, al
negar a los socialistas aliados los
correspondientes pasaportes. ¿Fue ello un
acierto? ¿Fue un error? Nosotros creemos esto
último. No desconocemos la insinceridad con que
procedían los centrales al fomentar aquellas
conferencias. Ello debió servir de toque de
atención a los aliados para ponerse en guardia.
Pero rechazarlas nos pareció impolítico,
confesión previa de derrota diplomática, falta
de fe en la grandeza de los ideales que
sustentaban. El contacto con los socialistas
germanos hubiera servido, tal vez, para que
éstos hubieran abierto sus ojos a la verdad,
para desvanecerles errores propagados por sus
gobiernos y su prensa y para infiltrar en sus
almas la justicia de las pretensiones de los
aliados.
Allí hubiera ido Albert Thomas; allí estaba
Branting que eran garantía suficiente para
salvaguardar los intereses de la Entente.
Y expuestas a grandes rasgos, en la extensión
que permiten los límites de un artículo, las
singladuras que a través de la tragedia ha ido
marcando el socialismo llegamos, concluyendo, a
la conferencia inter-aliada de Londres, estribo
final del arco comenzado en
Kienthal.
El gran valor de la conferencia de Londres,
preparatoria de otra internacional, está en la
fuerza de las organizaciones que han estado
representadas y en los acuerdos tomados. A dicha
conferencia asistieron; Camilo Huysmans,
secretario de la internacional,
Vandervelde, miembro del Gobierno belga,
Henderson, exministro laborista, Albert Thomas,
Longuet, Renaudel. Y todos esos hombres,
representantes de millones de proletarios,
unánimemente, sin distinción de socialistas ni
sindicalistas, de mayoritarios ni minoritarios,
fijaron las condiciones de la paz futura que
maravillosamente señaló Henderson, descartando
la paz militar y la paz por agotamiento general
y admitiendo como única posible la paz
democrática, la paz de conciliación de todos los
pueblos que borre los odios y salve a la
humanidad ensangrentada. Los acuerdos de la
conferencia de Londres se harán llegar a los
[gobiernos] haciéndoles ver que no se persigue
la destrucción económica de sus países sino de
los gobiernos culpables de la guerra y que han
de ser los mismos pueblos que han de redimirse
de sus gobiernos opresores. Y en evitación de
que tamañas desgracias puedan repetirse se
fundará la Sociedad de Naciones para que dirima
todas las contiendas que puedan suscitarse en el
futuro, eliminando todos los poderes absolutos,
aboliendo la odiosa diplomacia secreta y
preparando la supresión total del servicio
militar obligatorio.
Y el día, tal vez no lejano, en que todos esos
principios acordados en Londres, sean divulgados
en febril apostolado, entre el proletariado de
todos los países; el día en que los socialistas
germanos abran sus ojos a la verdad y vean
claramente que ambiciones imperialistas
desataron esta guerra; el día en que se
convenzan de que Rosa Luxemburg y Carlos
Liebknecht han salvado el honor de la social
democracia: el socialismo habrá triunfado y
salvado a la humanidad.
El arco de alianza iniciado en
Kienthal y terminado en Londres, esparrama
ya sus potentes luces sobre los campos de los
países en guerra y descubre, a la vez que los
horrores de esta tragedia, las multitudes,
ávidas de amor y con los brazos abiertos,
esperando confundirse en apretado abrazo de
hermandad que selle para siempre el amor entre
los hombres.
Núm. 847, 1 de mayo de 1918
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