EL SOCIALISMO A TRAVÉS DE LA TRAGEDIA

 A penas los primeros relámpagos presagiaron la inmensidad de la tormenta que iba descargándose sobre los campos de Europa; preso de estupor el mundo por la brutal violación de Bélgica y la profanación de Francia por los ejércitos dientes de los Hunos arrasaban cuanto encontraban a su paso; persuadidos los espíritus, desde el genial repliegue del Marne, que la gran guerra que comenzaba difícilmente podría ser resuelta militarmente, todas las ilusiones, todas las esperanzas, se cifraron en aquellos momentos angustiosos en el socialismo.

 

Sus doctrinas redentoras salvarían la conflagración. No era posible que ensangrentaran sus manos quienes profesaban doctrinas tan puras y tan santas; quienes supeditaban todo ideal a la fraternidad estrecha entre los hombres; quienes no reconocían fronteras que separan, como bestias de los jardines zoológicos, los hombres de las diversas naciones.

 

Y de esa manera el socialismo que había sido rechazado siempre sistemáticamente por la burguesía, que había sido calumniado por ella, iba esta vez, poco a poco, infiltrándose en las almas, no en sus principios y esencias, sino egoístamente, como vis medicatrix, como doctrina que forzosamente, arregladamente a sus principios, debía poner fin a tan inmensa aflicción. Y esa fue la bandera, la sola bandera que veían ondear con simpatía, en aquellos instantes, las multitudes burguesas, ebrias de dolor y de espanto. Todos aquellos a quienes la guerra arrebataba algún ser querido, o arrasaba sus campos, o destruía sus cabañas, anatomizaban entonces la tragedia maldita que ambiciones imperialistas habían desatado y sus miradas angustiosas, suplicantes, se tornaban a las grandes masas socialistas para que en un gesto de supremo heroísmo pusieran, con su fuerza incontestable, fin a tamaños dolores.

 

El móvil sentimental fue entonces el único que guiaba a las gentes. Los imperios centrales habían violado, cierto era, toda ley y todo precepto. Los tratados no eran para ellos más que trozos de papel; desprovistos de todo elemento étnico y artístico habían arrasado innecesariamente monumentos y exquisiteces de imaginaciones artísticas que eran orgullo de Francia y de Bélgica; y las mujeres y niños habían sido sustraídos, brutalmente, al derecho de gentes.

 

Pero, a pesar de todo ello, era menester salvar a la humanidad ensangrentada y esa alta tarea debía efectuarla el socialismo. Y como la guerra, sorda e impasible a esas súplicas, persistió en su obra devastadora, bien pronto se desvaneció aquella ilusión primitiva y lo que fue esperanza no tardó en trocarse en anatema y los mismos que habían evocado la redención del mundo por el socialismo no tardaron en apostrofarlo y pomposamente, sin estudio alguno sereno y desapasionado, proclamaron el fracaso del socialismo. La guerra persistía, luego el socialismo había fracasado estrepitosamente, ruidosamente. Su huestes debía ser disueltas; sus doctrinas serían ya pu [blicaciones ] destinadas a la polilla de los archivos, nacida en la imaginación calenturienta de algún iluso pero totalmente infecunda e incapaz de remediar los males que afligían a la humanidad.

 

Y sin embargo el socialismo, a pesar de su retractación, a pesar de su supuesto fracaso, seguía a paso firme su marcada trayectoria y no los apóstrofes de los superficiales ni la ruda oposición de la prensa y de los gobiernos le desviaba de su ruta que, lentamente, pero resueltamente conducirá a la anhelada paz que había de restaurar definitivamente la harmonía y confraternidad entre los hombres.

 

Basta recorrer la trayectoria que desde Kienthal a la conferencia interaliada de Londres ha seguido el socialismo para convencerse de que ni en un solo momento ha desconocido la altísima y humanitaria labor que le estaba encomendada y como en todos los grandes acontecimientos que se han sucedido tras la gran tragedia el socialismo ha aparecido siempre como un destello de esperanza redentora.

 

Es en Kienthal donde los minoritarios franceses, en medio del horror de la tragedia, por encima de dolores y espantos estrechan fuertemente las manos de los socialistas prusianos. Fue ese acto la primera protesta contra el derramamiento de sangre, la protesta de la paz contra el horror de la guerra; la videncia en el provenir humano; la primera piedra de una arco luminoso gigantesco que de terminar en Londres y cuyas esparramadas por encima de los paises en guerra, enseñarían al mundo los albores radiantes de la paz.

 

La burla, el desprecio y el odio se ensañaron sobre los solitarios de Kienthal. Pero la semilla del amor estaba echada sobre los surcos abiertos por el dolor  que forzosamente, había de germinar. Destaquemos un recuerdo fervoroso a Rosa Luxemburgo y a Liebknecht que [ …] aun en la cárcel sus deseos pacifistas.

 

Había de ser fatalmente en Rusia donde la influencia socialista debía hacerse sentir más vigorosamente por lo [ … ] cerrada secularmente a toda idea …] radora era campo abierto a sus h[…] tarias doctrinas.

 

Rusia ha proporcionado a la causa de los aliados sentimientos alternativos de alegría y pesar. El destronamiento del Zar, no ajeno a la influencia socialista, proporcionó a la humanidad la […] alegría de ver derrumbarse para simpre el andamiaje medieval de aquel […] y la incorporación del mismo a Europa ¡Con cuento placer seguían entonces los primeros episodios de la revolución incruenta!; Como comentamos la alegría de todos aquellos que tornaban en el destierro sus ansias liberadoras! ¡Y cómo se agrandaba [ … ] la figura de ese Kerensky.

 

[…] llard comparaba con Danton t cuta fuerte y sana dictadura parecía que había de conducir, sin grandes trastornos, al pueblo ruso al nuevo régimen.

 

Pero los esfuerzos de Kerensky resultaron estériles. Atento casi exclusivamente a encauzar la revolución política que produjo la caída del zarismo, fue impotente para hacer frente al gran problema social que aquel hecho produjo y no pudo encauzar las ideas intensamente reivindicadoras que germinaban llenas de vida en el alma sencilla de los mujiks. El zarismo, cierto era, había ahogado toda libertad y era menester instaurarla, pero también había engendrado el hambre y era menester satisfacerla. Y he aquí lo que no pudo hacer Kerensky.

 

Para ser justos no es posible desconocer que del fracaso de Kerensky no se halla exenta la Entente porque cuando para calmar las ansias de sus huestes exigió a los aliados que renunciasen a todo imperialismo, que se revisaran los fines de la guerra y se denunciasen los tratados secretos, no se le escuchó, o se le contestó denegando los pasaportes para Estocolmo, y aquella política de desfallecimientos y desorientaciones preparó la entrada en escena de los bolchevikis.

 

Y nuevamente la política de los aliados vuelve a mostrarse incierta, inhábil y sobre todo injusta. Les espantó el carácter fuertemente socialista y expropiador de aquel movimiento, no supieron ver, detrás de cierta turbulencias, sentimientos humanos generosos, se echó en cara a los bolchevikis las mayores infamias, se acusó a sus jefes de estar a sueldo de Alemania y se les abandonó totalmente a su natural inexperiencia, sin ayudarle ni encauzarles, despreciando el consejo de los socialistas franceses [...]toda complacencia que los gobiernos aliados tuvieron con el zarismo convirtiéndose en dureza y exigencias con los revolucionarios.

 

Y en esas circunstancias, completamente abandonados los bolchevikis, sin medios de defensa, sin vías de comunicación, teniendo que batirse los soldados [ … ] ¡pobre carne de metralla! Con un [ … ] por cada dos o tres hombres, ro [ … ] de un hambre y una miseria espantosa, toda aquella falange de espectros que soñaba en justas y prontas reivindicaciones y en la inmediata instauración de la justicia, llegó fatalmente a la paz de Brest-Litovsk que firmaron sin ni siquiera sus condiciones, ante el imperio brutal de la fuerza, el desfallecimiento de todo un imperio y la tremenda desorganización engendrada por la nefasta política zarista.

 

Un país económicamente atrasado, arruinado por tres años de guerra, sin los medios necesarios para evitar una invasión extranjera, no sabemos si podía hacer otra cosa. La prolongación de la guerra hubiera significado, tal vez, el hundimiento de la república de los Soviets, la derrota del principio mismo de la revolución.

 

Tratado de Brest-Litovsk que, en las condiciones en que fue firmado es […] más deshonroso para Alemania que para los bolchevikis, servirá al menos de remanso a la revolución socialista que tendrá nuevas fuerzas para reanudar con mayor pujanza su gran obra emancipadora.

 

[…] militarmente se ha perdido Rusia […] os Aliados no puede en cambio dar aun por frustrada la esperanza que [ale]ado todos los actos de los maximalistas de extender sus principios revolucionarios entre las masas de los imperios […]es. Recuerdese la gravedad de las […] de Berlín y de Viena que fueron […] riamente, declarado delito de traición lo que en todos los países civilizados es un derecho; la huelga. No tiene desperdicios para los fines que persigue el párrafo final del discurso pronunciado por Oscar Cohn en la sesión del Reichstag del 22 febrero pasado a propósito de la discusión del tratado de paz con Ucrania que no fue votado por los socialistas independientes. «La revolución que ha comenzado en Rusia, pasará por encima de las fronteras y estallará en Alemania. Y si los reyes y los hombres de estado no saben terminar esta guerra por una paz que pueda reconciliar a los pueblos entonces los pueblos la impondrán ellos mismos. Yo bendigo el día en que eso suceda, bendigo el día en que los pueblos emprendan su obra contra los reyes y los hombres de estado, contra los militares y sobre todo contra el militarismo alemán». En términos parecidos se expresó Hasse en la sesión del 26 de febrero.

 

Por eso repetimos, que a pesar de todos los contratiempos, a pesar de las convulsiones y trastornos que todo cambio brusco de régimen origina, el socialismo habrá salvado a Rusia. La autocracia habrá desaparecido para siempre y la democracia se habrá instaurado definitivamente en aquel imperio que parecía sustraído eternamente a toda idea liberatriz y bienhechora.

 

Hemos mencionado incidentalmente a Estocolmo, nombre que figura también en la trayectoria recorrida por el socialismo. Las conferencias de Estocolmo fracasaron por otra de la Entente, al negar a los socialistas aliados los correspondientes pasaportes. ¿Fue ello un acierto? ¿Fue un error? Nosotros creemos esto último. No desconocemos la insinceridad con que procedían los centrales al fomentar aquellas conferencias. Ello debió servir de toque de atención a los aliados para ponerse en guardia. Pero rechazarlas nos pareció impolítico, confesión previa de derrota diplomática, falta de fe en la grandeza de los ideales que sustentaban. El contacto con los socialistas germanos hubiera servido, tal vez, para que éstos hubieran abierto sus ojos a la verdad, para desvanecerles errores propagados por sus gobiernos y su prensa y para infiltrar en sus almas la justicia de las pretensiones de los aliados.

 

Allí hubiera ido Albert Thomas; allí estaba Branting que eran garantía suficiente para salvaguardar los intereses de la Entente.

 

Y expuestas a grandes rasgos, en la extensión que permiten los límites de un artículo, las singladuras que a través de la tragedia ha ido marcando el socialismo llegamos, concluyendo, a la conferencia inter-aliada de Londres, estribo final del arco comenzado en Kienthal.

 

El gran valor de la conferencia de Londres, preparatoria de otra internacional, está en la fuerza de las organizaciones que han estado representadas y en los acuerdos tomados. A dicha conferencia asistieron; Camilo Huysmans, secretario de la internacional, Vandervelde, miembro del Gobierno belga, Henderson, exministro laborista, Albert Thomas, Longuet, Renaudel. Y todos esos hombres, representantes de millones de proletarios, unánimemente, sin distinción de socialistas ni sindicalistas, de mayoritarios ni minoritarios, fijaron las condiciones de la paz futura que maravillosamente señaló Henderson, descartando la paz militar y la paz por agotamiento general y admitiendo como única posible la paz democrática, la paz de conciliación de todos los pueblos que borre los odios y salve a la humanidad ensangrentada. Los acuerdos de la conferencia de Londres se harán llegar a los [gobiernos] haciéndoles ver que no se persigue la destrucción económica de sus países sino de los gobiernos culpables de la guerra y que han de ser los mismos pueblos que han de redimirse de sus gobiernos opresores. Y en evitación de que tamañas desgracias puedan repetirse se fundará la Sociedad de Naciones para que dirima todas las contiendas que puedan suscitarse en el futuro, eliminando todos los poderes absolutos, aboliendo la odiosa diplomacia secreta y preparando la supresión total del servicio militar obligatorio.

 

Y el día, tal vez no lejano, en que todos esos principios acordados en Londres, sean divulgados en febril apostolado, entre el proletariado de todos los países; el día en que los socialistas germanos abran sus ojos a la verdad y vean claramente que ambiciones imperialistas desataron esta guerra; el día en que se convenzan de que Rosa Luxemburg y Carlos Liebknecht han salvado el honor de la social democracia: el socialismo habrá triunfado y salvado a la humanidad.

 

El arco de alianza iniciado en Kienthal y terminado en Londres, esparrama ya sus potentes luces sobre los campos de los países en guerra y descubre, a la vez que los horrores de esta tragedia, las multitudes, ávidas de amor y con los brazos abiertos, esperando confundirse en apretado abrazo de hermandad que selle para siempre el amor entre los hombres.

 

Alejandro Jaume

 

EL OBRERO BALEAR

Núm. 847, 1 de mayo de 1918

 

PRIMERA GUERRA MUNDIAL