Alejandro Jaume /HERTZIANAS    La Asamblea Nacional y el Partido Socialista

La Unión General de Trabajadores y el Partido Socialista han de reunirse en Congresos extraordinarios para decidir con entera libertad, una vez conocido el texto del decreto convocatorio, si sus componentes podrán o no participar en la proyectada Asamblea Nacional. La actitud del Partido Socialista y de la U.G.T. no puede ser más correcta ni más democrática. La mayoría de sus respectivos afiliados es la que debe decidir. No admitimos que pueda prevalecer opinión sana en contra. Por prestigio que tengan los dirigentes de ambos organismos no pueden, sin faltar a los principios más elementales de la democracia, resolver por si solo extremo de tanta trascendencia. Esa era la práctica bochornosa que observaban los jefes de los partidos dinásticos, tratando como mesnadas a sus afiliados y orientando a los partidos según su exclusiva visión personal o conveniencia.

Actitud tan clara y tan correcta no ha sido apreciada ni por la prensa burguesa ni por hombres que se titulan liberales. La campaña sistemática de insidias y calumnias lanzadas día tras día contra el Partido Socialista y la U.G. de T. únicas fuerzas organizadas que han podido sobrevivir al golpe de Estado porque no gozaban de vida prestada ni se nutrían de savia oficial, no lleva trazas de desaparecer. Repasad, cualquier día, toda la prensa burguesa. Desde El Debate a periódicos de extrema izquierda la coincidencia de atacarnos es perfecta. Parece, a través de esas campañas, que el único partido que ha hecho dejación de sus deberes, en estos momentos críticos, ha sido el partido socialista. Todos los demás sectores de la opinión pública, especialmente los partidos que aún se titulan dinásticos, han cumplido gallardamente con su deber, salvando su dignidad tan seriamente herida el 13 de Septiembre. Como la realidad es muy otra, los fines de esa campaña no pueden ser elevados. De lo que se trata es de crearnos un ambiente de hostilidad, de detener la marcha progresiva de nuestras fuerzas, de ocultar propias cobardías acusando falsamente a los demás. Y lo más deplorable del caso es que respiren esa atmósfera malsana espíritus que se titulan liberales cuando su liberalidad debería consistir en estos momentos en agruparse en torno nuestro,  bien para defender nuestras actitudes, bien para desviarlas si a sus juicio son equivocadas, todo menos sumarse al coro de reaccionarios o despechados cuyo mayor deseo sería ver hundir a nuestro partido en el lodazal en que ellos han quedado sepultados.

Creo que puedo hablar de la cuestión que nos ocupa, libre de apasionamientos. En EL OBRERO ha quedado fijada, con toda claridad, mi opinión. Desde el advenimiento del Directorio he sido siempre partidario decidido de la abstención más absoluta en la aceptación de cargos públicos, por motivos sentimentales en primer término y además porque esa aceptación daba, a juicio mío, apariencias de validez o de solvencia al actual régimen. Afortunadamente ese criterio ha imperado en nuestra Agrupación.  A Bisbal y a mí nos fueron ofrecidas actas que rechazamos sin titubeos. Y si cualquier afiliado no hubiese secundado nuestra actitud yo hubiera propuesta su expulsión. Podría señalar, sin embargo, afiliados a todos los demás partidos que ostentan cargos públicos o han realizado actos de adhesión al actual Gobierno sin haber sido dados de baja de sus casinos políticos.

A la U.G. de T. de Baleares le ha cabido la honra de ser la iniciadora del Congreso extraordinario que ha de celebrarse con vistas a la Asamblea. El Delegado recientemente nombrado ha recibido ya instrucciones contrarias a la participación en la referida Asamblea. La actitud, por lo tanto, de nuestra Agrupación y de la U.G. de T. de Baleares está ya bien definida. Estamos por esa razón exentos de las censuras que se dirigen en globo a los socialistas y libres de responsabilidad por acuerdos que pudieran adoptarse contrarios a nuestro pensar y sentir. Pero ello no nos libra de sentir la injusticia con que se trata a nuestro Partido y la dilación de que son objeto algunos de sus hombres más representativos.

El odio contra nosotros no puede desatarlo, en estos momentos, la actitud del Partido Socialista en relación a la Asamblea Nacional por la sencilla razón de que nuestro Partido no ha actuando aún en ese asunto, sino la opinión de algunos de sus miembros por haber admitido la posibilidad intervencionista, si el decreto convocatorio, que nadie conoce todavía, garantizara la dignidad de la clase trabajadora. Ello demuestra la pasión y la mala fe con que se nos trata. ¡Toda la prensa burguesa llenando sus columnas de improperios contra nosotros, por la opinión no bien definida aún, de algunos afiliados! ¿Desconoce esa prensa, la opinión contraria de otros significadísimos elementos?

Exigir a un partido tan numeroso como el nuestro y edificado sobre bases tan democráticas unanimidad absoluta en la apreciación de la táctica más conveniente a seguir en un determinado momento, es exigir un imposible. En nuestro partido todos tenemos derecho a opinar y a que se escuchen nuestras opiniones, desde los más altos valores intelectuales que poseemos hasta el más humilde y modesto de nuestros afiliados. Y esa diversidad de opiniones y tendencias es precisamente lo que da vida característica a nuestro partido porque éste, en sus Congresos, se orienta y escoge entre las diversas opiniones y tendencias la que estima más adecuada.

Los dos hombres de más alto valor, tal vez, del Socialismo español encarnan en estos momentos las dos tendencias que se agitan en el seno de nuestro Partido a propósito de la Asamblea Nacional. Julián Besteiro e Indalecio Prieto. Mientras Prieto preconiza con una fogosidad característica una abstención total y rotunda, Besteiro prevé la posibilidad intervencionista si no ha de sufrir con ello la dignidad obrera. El Congreso habrá de decidir esa contienda. Quien esto escribe ha suscrito ya, sin salvedades, la tendencia de Prieto. Indalecio Prieto interpreta, al parecer, además de la opinión de un sector de nuestro Partido, el pensamiento de casi todos los izquierdistas burgueses, de los políticos llamados liberales. A juicio de ellos, Prieto es actualmente el verbo de la libertad. Coincidimos. Lo que deploramos, de todas veras, es que esos liberales en vez de zaherir a nuestros discrepantes no se agrupen en torno de Prieto para dar fuerza y vida a su opinión y contribuir así al triunfo de la libertad.

La opinión de Besteiro –que no compartimos, repetimos una vez más- no se aparta, hay que reconocerlo, de la táctica tradicional de nuestro Partido: ganar puestos en todos los baluartes de la burguesía para propagar nuestras doctrinas o defender los intereses de la clase trabajadora. Táctica que ha seguido el Socialismo en todos los países. En Suecia y en Inglaterra los socialistas han aceptado el Poder a pesar de la monarquía. En Bélgica Vandervelde ha compartido sus tareas ministeriales con elementos católicos, enemigos irreductibles de la libertad y del Socialismo. En Francia Paul Boucour actúa en Ginebra en nombre de un Gobierno presidido por político tan tildado de reaccionario como Poincaré.

No es posible exigir al Socialismo para su actuación la previa existencia de un régimen político puro en su origen y de libertad. Esa es precisamente una de las finalidades que le impulsan. El Socialismo niega la legitimidad y la pureza de todos los poderes burgueses constituidos, hijos siempre de la audacia de una minoría sin escrúpulos que amparada en la ignorancia o indiferencia de la inmensa mayoría, prostituye y amaña a su antojo todas las fuentes de soberanía. Por eso los socialistas hemos sentido náuseas ante las manifestaciones constitucionalistas de Bugallal y Romanones. ¡Defender a la Constitución y al sufragio ellos que descaradamente han sido sus grandes violadores! A las Cortes por ellos fabricadas no iba la verdadera representación del pueblo. Aquello era una tertulia de hijos, de sobrinos, de yernos y de validos. Allí no había más que una representación legítima: la antidinástica. Y cada vez que es representación se levantaba airada para formular acusaciones o exigir responsabilidades la consabida suspensión de sesiones sellaba los labios de nuestros tribunos. Indalecio Prieto es testigo de mayor excepción. La prudencia y la vergüenza deberían imponer silencio a aquellos políticos fracasados. Ya no hay alondras que cazar. Nosotros no hemos de optar entre ésta o aquella dictadura. Las rechazamos a todas. Aspiramos a un régimen completo de libertad. Por eso no hemos de mirar ni el presente ni el pasado, sino el porvenir que tratamos de Instaurar.

Esperamos con verdadera inquietud el resultado de nuestro Congreso extraordinario. Todos nuestros votos para que triunfe la táctica que preconizamos.

[Alejandro] J[aume]

EL OBRERO BALEAR nº 1283

19 de noviembre de 1926