1924 – Nuestros colaboradores – La Casa del Pueblo como templo de una religión social.

 

Se inauguró el domingo próximo pasado la Casa del Pueblo. Este edificio simbólico que saluda el porvenir como una visión de grandeza, representa una soberbia mansión, donde se forjará el espíritu ciudadano, en defensa de una ideología, cuya grandeza de propósitos se cifra en conseguir una sociedad mejor, más humana y más fraternal.

 

El acto fue una sobria manifestación de agradecimiento. Quedó en ella patentizada la liberalidad absoluta del donante, el desinterés de la acción, y la gratitud de los donatarios. “Esta casa ya no es mía, es vuestra, de la gente trabajadora, y el trabajo durará en el mundo lo que dura la obra Huacana”.

 

Así quedo dueña una clase, la sufrida, la desheredada, de un local social el mejor del Mundo … como así dice un colaborador de “El Obrero Balear”

 

Tiene la Casa del Pueblo para nosotros doble importancia. Asistimos a su pensamiento generador; contribuimos parca, pero sentidamente a realizar el donativo; y concurrimos religiosamente al acto, tomando agua bendita en la Iglesia proletaria, y penetramos en el Templo en nombre de la LIBERTAD.

 

Bajo las arcadas repletas de gente apiñada y ávida; en el amplio salón destinado a los actos, en donde las armas de la controversia reñirán batallas, y el choque del Ideal fraguará focos de luz prístina que alumbrará el espíritu de unas generaciones venideras, vimos otra luz también, la luz del Sol, que refulgía dando claror y vida a la animada asamblea. La palabra de los actuantes hubo de ceñirse al objeto; no pudo el verbo encaramarse a la cima del ideal y derramar con brillo su numen fecundante. Faltaba algo, otra luz, la luz del entendimiento que las circunstancias nublan; y que es sin duda anhelo general el de que se nos devuelva pronto la libertad de emitir el pensamiento.

 

Mientras discurría la asamblea hubimos de pensar: “Los hombre al ungirse la túnica ciudadana, tienen la doble misión de servirse ayudando a los demás. Deberes de humanidad superiores a los egoísmos individuales compelen al apostolado de difundir el pensamiento. Los que aspirando a una sociedad mejor dedican su esfuerzo a acabar el régimen del privilegio, que es la casta, que por serlo, absorbe en el proceso histórico la justicia, que es la injusicia secular en que los hombres han vivido, colaboran, por diversa senda, con los que predican la lucha de clases, tratan de abolir y si fuese posible exterminar, a los que han merecido por sus actos el poco loable calificativo de “opresores”.

 

Unos y otros de consumo aspiran al alivio y a la dignificación y a la redención de los “oprimidos”.

 

Estando en planos sensiblemente diferentes realizan una acción única, que moldea noblemente los efluvios de un sentimiento universal que forzosamente ha de triunfar, ¿Quién lo duda? en una jornada “gloriosa”

 

Pero en verdad creemos, que para llegar a eso habrá que pasar por el suplicio de Tántalo, y por la heroica tenacidad del condenado Sísifo. Mas esta jornada de la emancipación proletaria, no será nunca completa ni fructificará, si no la impulsa y fecundada la libertad bienhechora.

 

Ambos  triunfos se completarán, tanto, que el triunfo de uno, corona el anhelo del otro. Triunfar sin libertad el proletariado redimido, es triunfar con libertad el asalariado y su argolla.

 

Eso no lleva a hablar, condensándolas, de esas dos tendencias que se dibujan en Europa, perfectamente descritas por Luis de Zulueta y que son: un socialismo liberal idealista, humanista, según el cual la transformación económica es el medio para una vida social mejor, más fraternal, más bella, más culta, más íntima, más espiritualmente civilizada. Y confundido tal vez con este socialismo –al modo como el aceite se confunde con el agua en un recipiente agitado –perdura otro socialismo dictatorial y utilitario, para el cual el régimen económico colectivista o comunista no es un medio, sino el fin último, al cual debe sacrificarse sin escrúpulos, llegado el caso, la libertad, los derechos del hombre y el progreso moral del mundo.

 

No deben subsistir esas dos tendencias, deben reducirse solo a una, para el bien de la causa, para la completa victoria, para el cabal éxito de la vida mejor y para mayor garantía ciudadana.

 

Pues no se comprende que se anhele el triunfo del “cuerpo” dejando maltrecho el “espíritu”. La vida corporal sin la espiritual sería una victoria ruin y quizás, o sin duda, una paso atrás, un alto en la marcha, un salto en las tinieblas. Basta ver el Comunismo de Paraguay o el más antiguo de los Incas, que si en nombre de la civilización fueron arrollados no pueden ser ahora demandados.

 

Las Casa del Pueblo tiene la misión altísima de fundir todas esas ansias proletarias al común denominador liberal, y servir esta ingente causa para bien de todos.

 

Así en vuestra Casa, cuando la patina secular, que será la amargura de toda una Historia del dolor nimbando sus confines se ofrezca a las miradas respetuosas de los emancipados: éstos, besarán sus paredes, inclinarán su frente y evocando el trabajo, que simboliza el sudor que nace del esfuerzo, entonando un cántico de agradecimiento en holocausto de su libertad, habrán salvado el mundo, en la transformación que se avecina.

 

Esta es la piadosa idea que os ofrecemos desde nuestro campo, en aras de un mejor propósito, y os lo ofrecemos hoy en que el alma atalayando la vida, vislumbra un horizonte, en que la luz está recargada de sombras y sólo en las alturas hay una lámpara que guía al que con fe espera ver conseguidos sus anhelos y redimidos sus males.

 

Ofrecer, por adelantado, el recuerdo de lo que será en el provenir “La Casa del Pueblo” es equivalente a grabar toda la significación , de la grandeza que representa, de lo que dice el gran Castelar en su admirable prólogo de la Historia de la revolución religiosa, al rendir tributo a los templos índicos, a los combates de los Dioses pérsicos, a la luz que trajo el sabeismo y los caldeo, con el culto a los astros: y hasta la religión de la muerte que levantó las Pirámides; dedicando un cántico a los reformadores, a los que adoran al Dios único, y al hombre emancipado y a la adoración del Verbo. Para terminar diciendo: “Y nos confundimos en toda Historia con todos cuantos esfuerzos generosos ha hecho el género humano, para salir de lo que podríamos llamar su naturaleza animal, su esclavitud, bajo las fatalidades de la materia: para elevarse a una idealidad divina, en la cual no caben ni el error, ni el mal, ni la muerte”.

 

Con dolor, con esperanza y con fe, esta “Casa del Pueblo” será todo lo que el cántico del esfuerzo y del anhelo refunde Castelar en estos párrafos de gloriosa prosa; y conduzca al ideal de una humanidad nueva, para, con amor, guiarla a sus más altos destinos.

 

Luís ALEMANY

 

   EL DIA

  23 de Enero de 1924