No queremos
guerra
Preocupada la
opinión pública con las incidencias de la huelga de Bilbao y las
alharacas clericales, apenas si ha prestado atención en las últimas
semanas a los
asuntos de Marruecos.
Y vale la pena
de finarse en ellos, singularmente la clase trabajadora, porque aún
cuando en este negocio no se ventilan intereses suyos, es ella la
encargada de suministrar casi exclusivamente lo que hemos convenido en
llamar carne de cañón. Esto por sí solo basta para que los proletarios
paren su atención en el asunto.
De las
informaciones publicadas por la Prensa en los últimos días se deduce
con toda claridad que existe el decidido propósito de acometer una
nueva empresa bélica en el Norte de África, aprovechando cualquier
coyuntura favorable para que las fuerzas españolas acumuladas en Ceuta
emprendan un movimiento de avance hacia Tetuán, que tal parece ser el
objetivo de la presunta campaña.
Si bien es
cierto que el Gobierno niega verosimilitud a esos rumores, es de
público dominio que las tropas han sido reforzadas considerablemente
en Ceuta; que allí se ha mandado abundante material sanitario y
acumulándose grandes provisiones de boca y guerra; que los paseos
militares se realizan con bastante frecuencia, amén de otros detalles,
reveladores de que hay propósito de utilizar dichos elementos en
aquella función para la cual fueron creados y enviados allí.
Como al pueblo
no se le habla claro, ni se le dice, no ya la justicia, sino ni
siquiera la utilidad que nuestra nación haya de obtener de semejante
empresa, siendo el pueblo el más interesado en estas cuestiones,
puesto que es su sangre la que ha de verterse, llegado el caso de
luchar, hay motivo más que sobrado para suponer que ni la justicia ni
la utilidad presiden en esta nueva locura guerrera, y que va a
renovarse la serie de hechos de la campaña de Melilla, cuya
esterilidad ha quedado bien patente, pues ha sido menguada recompensa,
para el derroche de vidas y de millones que allí se hizo, la ocupación
de unos cuantos kilómetros de pedregosos montes e infecundas llanuras,
para cuya posesión nos vemos obligados a distraer un numerosos cuerpo
de ejército, con los enormes dispendios consiguientes.
¿Y para obtener
un éxito tan desgraciado piensa acometerse por la parte de Ceuta una
tentativa de conquista como la del año anterior? No, y mil veces no.
Porque bueno es que el pueblo sepa que aún cuando consiguiéramos
llegar a las puertas mismas de Tetuán, tropezaríamos, como hace
cincuenta años, con el veto de las naciones más poderosas que la
nuestra, con lo cual no habríamos hecho más que levantar la caza para
que otros recogieran el fruto, como sucederá con nuestras flamantes
posesiones del Rif, cuyos yacimientos mineros, su única riqueza,
pertenecen casi en totalidad a empresas extranjeras. Y bueno es que el
pueblo sepa también que ni aún el pretexto de defender nuestros
intereses comerciales es admisible como razón de peso, porque España
ocupa un lugar muy secundario en las estadísticas del comercio con
Marruecos. De los 100 millones que supone el comercio anual del
Imperio, apenas si corresponden ocho a nuestro país.
No vale tampoco
agarrarse al argumento supremo de la defensa de nuestra dignidad
herida y del honor de nuestra nación hollado. Todas esas son
zarandajas que no tienen valor alguno en la ocasión actual, pues no es
Marruecos una nación homogénea; regularmente constituida, sino un
conglomerado de tribus semiindependientes sobre las cuales apenas
tiene influencia el jefe del Estado, y a quien por consiguiente no
puede pedirse, en buena lógica, reparación por los desmanes cometidos
por sus súbditos, a parte de que no son los marroquíes los que se han
metido en nuestro terreno, sino todo al contrario.
Luego si la
guerra en perspectiva no responde a ningún fin, como no sea satisfacer
los egoísmos y ambiciones de determinadas clases, el pueblo no debe
prestarse dócilmente a ese juego, y hacer entender a los mal
aconsejados gobernantes que pasaron los tiempos en que se disponía
impunemente de las vidas de los pecheros y se jugaba a la guerra con
la misma tranquilidad que a los naipes.
El proletariado
europeo, representado en Francfort por los delegados de las cuatro
grandes naciones del continente, ha hecho constar su decidido
propósito de oponerse en los sucesivo a todo intento de lanzar a unos
países contra otros. En el
Congreso de Copenhague,
las delegaciones francesas y españolas condenaron juntamente la
guerra de
Marruecos y anunciaron su firme decisión de oponerse a ella con
todas sus fuerzas.
Al proletariado
consciente de nuestro país corresponden obrar en consecuencia.
EL OBRERO BALEAR
Núm. 447,
1 de octubre de 1910
fideus/
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