PROVISTOS de nuestro correspondiente nombramiento y de las cédulas de identificación expedidas por la Dirección general de Agricultura, Industria y Comercio, salimos mi compañero y yo para Barcelona el día 6 de Agosto con el objeto de incorporarnos al grupo que, formado por obreros de Cataluña, Aragón y Valencia, en dicha Capital se había de concentrar. Llegamos allí en la mañana del 7, nuestra primera impresión no fue del todo agradable porque se presentaron con el vapor dos agentes de policía preguntando por nosotros y una vez dados a conocer nos dijeron que tenían orden del Sr. Gobernador de Barcelona para conducirnos al Hotel donde debíamos alojarnos. Como el numeroso público que esperaba la llegada del vapor y el que transitaba por las calles ignoraba quienes éramos, nos miraban con curiosidad al vernos entre polizontes y con el equipaje en la mano.

 

Llegados a la fonda encontramos al delegado por Menorca con el cual trabamos amistad y más tarde con los de Castellón y Alcoy. Por la noche llegaron los de Aragón y a la mañana siguiente los valencianos.

 

Al medio día nos reunimos con los catalanes en la escuela de Bellas Artes situada en el 2º piso de la Lonja y de allí salimos para la estación de Francia después de habernos dado 25 pesetas a cada uno para gastos extraordinarios de viaje el digno director del grupo a que pertenecíamos D. F. Mario López y Blanco del cual conservaremos grato recuerdo toda la vida por haber hecho para los expedicionarios todo cuanto estuvo en sus manos para que el viaje resultara lo más cómodo posible.

 

En la estación vinieron a despedirnos el Gobernador de Barcelona y varios individuos de la Junta directiva de la sociedad “Fomento del Trabajo Nacional” y después de hacernos penetrar en una sala nos dirigieron la palabra ensalzando a la clase obrera y en particular a los que íbamos a emprender el viaje.

 

Cualquiera al oír los ditirambos que allí se prodigaron a boca llena dirigidos a la clase trabajadora, hubiera creído que los que los pronunciaban y los burgueses que forman dicha Asociación era unos santos varones que su más constante anhelo era procurar el bienestar de nuestra clase. ¡Lástima grande que cuando se trata de alguna tentativa de mejoramiento por parte de los obreros que explotan en sus fábricas y talleres, no se acuerdan o no quieren acordarse de lo que en ocasiones como la presente nos dicen y aparentan creer, y valiéndose de todos los medios que tienen en sus manos por reprobables que sean, procuran apretar más y más el tornillo de la explotación que ahoga a la clase proletaria! … pero dejamos estas digresiones que nos llevarían demasiado lejos y volvamos a nuestro tema.

 

Después de haber discurseado varios señores nos repartieron unas cajas conteniendo vituallas para el viaje y subimos a los coches que nos tenían preparados.

 

Al arrancar el tren se dieron algunos vivas que fueron débilmente contestados por algunos expedicionarios. Al salir fuera de agujas nos pusimos a charlar para que el tiempo pasara lo más ameno posible hasta llegar a Francia a cuya estación de Cérbere llegamos cerca de las nueve de la noche.

 

Previo el correspondiente registro de nuestros equipajes por los aduaneros (que dicho sea en honor suyo no nos pusieron ningún obstáculo a la introducción del tabaco que cada cual traía para su consumo), nos dirigimos, precedidos de una música y de un inmenso gentío a la población, la que ofrecía animado aspecto por ser día de fiesta local. Comimos en un cenador improvisado cerca de la playa y después cada cual tuvo que buscar el mejor modo de pasar la noche en vela, por no haber en la población habitaciones suficientes donde instalarnos para dormir.

 

A las seis de la mañana del día 9 acomodados en dos viejos coches de 2ª clase de la compañía del Mediodía, emprendimos de nuevo el viaje. El panorama que se descubre al paso del tren es ameno y variado, subiendo de punto nuestra admiración al penetrar en la extensión pantanosa que en un trecho considerable forman las aguas del mar, antes de llegar a Narbona.

 

El convoy, corriendo entre dos aguas por encima de un terraplén apoyado en estacadas, produce un efecto sorprendente.

 

Cerca ya del medio día llegamos a Bedarieux en cuya estación comimos aprisa, mal y caro, poniéndonos otra vez en marcha sin que ocurriera nada notable hasta llegar a Arbon, en donde cambiamos el tren del Mediodía por el de París Lion Mediterráneo, cuyo material móvil supera en mucho al que acabámos de dejar, respecto a comodidades para el viajero.

 

Con bastante más comodidad que durante el día, hicimos el trayecto de noche con vehemente deseo de llegar a París para poder descansar de nuestras fatigas. Al clarear la mañana del día 10, nuestra vista se recreó contemplando la extensa planicie en cuyo centro se asienta la gran ciudad. A medida que nos acercábamos a ella, los innumerables “chalets” y casas de recreo rodeados de jardines y tupido arbolado que antes nuestros ojos se presentaban, nos indicaba claramente la importancia capital que los parisienses dan al aire purificado por los árboles y las plantas como medida de higiene pública. Otro detalle que también llamó mucho mi atención fue el ver en los departamentos de los coches y después en infinidad de sitios, unos cartelitos en los cuales se suplica al público que, en interés de la higiene y para evitar la propagación de la tuberculosis, se abstenga de escupir en el pavimento, súplica que según tuve ocasión de observar se cumple bastante bien, sobre todo por las gentes del país.

 

Por fin llegamos a la capital de Francia y nos apeamos en los andenes de la inmensa estación, en la cual encontramos al Sr. Capello, uno de los directores del grupo, el cual nos indicó el medio de trasladarnos al alojamiento que nos tenían preparado y … aquí empezó nuestra odisea. Encaramados y estrujados en un carricoche, en el cual nos hicieron tomar asiento a todos los expedicionarios emprendimos la marcha por calles y boulevares hasta la plaza de Betreulli, término de nuestro viaje.

 

Esta plaza está en uno de los barrios extremos de París y no tiene de tal más que el nombre, pues su perímetro está ocupado por un inmenso caserón construido con tablas mal juntadas y toldos de tela semejante a barracón de feria; nos apeamos y al decirnos que aquello era nuestro alojamiento, el alma, como vulgarmente se dice, nos cayó a los pies. Entramos dentro y su interior aun nos causó más repugnancia: largas hileras de camastros con un mal jergón y demás menaje indispensable, a semejanza de salas improvisadas de hospital para apestados, se ofreció a nuestra vista, invitándonos a descansar nuestros asenderados cuerpos. Inútil es decir que desapareció como por ensalmo la fatiga de nuestros cuerpos y … el sueño de nuestros párpados.

 

Protestamos de semejante trato y manifestamos a nuestro director que en modo alguno pernoctaríamos allí y que de no dar solución al conflicto estábamos decididos a regresar a nuestros hogares. A nuestra protesta se adhirieron los individuos llegados a noche anterior procedentes de San Sebastián. En virtud de lo justo de nuestra demanda, los directores que desde un principio se pusieron a nuestro lado, nos manifestaron que avistarían con el Comisario Regio y con el delegado especial y que estuviésemos seguros de que aquello se arreglaría.

 

Con esto vino la hora de comer y si malo era el alojamiento no le iba a la zaga la comida. Sin apenas probar bocado, salimos de allí desparramándonos por la villa en busca de alguna fonda o local a propósito para trasladar nuestros bártulos aquella misma noche.

 

Al anochecer se presentaron los directores con la noticia de que se había acordado darnos 8 francos diarios y que cada cual se arreglase a su gusto y como pudiera dándonos la consigna de que al día siguiente nos presentásemos en el Pabellón de España para recibir el importe de una semana.

 

Oír lo que antecede y coger las maletas para huir de allí buscando nuevo alberge fue cosa que la mayoría hizo en seguida. Aunque en París abundan mucho los hoteles y casas de dormir, no es cosa llana para un forastero y menos si este pertenece al número de los que como nosotros no llevan el bolsillo repleto, el encontrar lo que le conviene. Así es que eran las diez de la noche y aún había quien buscaba donde alojarse; agreguen a esto un tiempo lluvioso y el cuadro será completo. Gracias a los buenos oficios de dos jóvenes catalanes residentes allí, nos colocamos todos.

 

II

 

En la Exposición

 

En la mañana del sábado empecé mis visitas a la Exposición entrando junto con los demás expedicionarios por la puerta monumental, soberbia construcción y notable en mi concepto por lo atrevido que supone el sostener una gran cúpula por medio de solo tres puntos de apoyo. En el centro atrae la atención una artística puerta de hierro ostentando en sus hojas los escudos de diferentes departamentos y ciudades de la Francia.

 

Una vez dentro de la Exposición y adornando las avenidas encuentro ya diferentes instalaciones de estatuas y grupos escultóricos y de pronto quedo parado contemplando un grupo en bronce representando “La Sed”. ¡Momento trágico el escogido por el artista para asunto de su obra!! Dos soldados sudorosos, jadeantes en sus semblantes por un sed abrasadora, encuentran ¡no se sabe donde! Quizá en la huella marcada en el polvo por el casco de un caballo algo con que humedecer sus labios. El que está en primer término, el afortunado? ha recogido con su casco guerrero el líquido que ávido trata de llevar a su boca rechazando con ímpetu el compañero que trata de arrebatárselo ¡Qué admirablemente retratada está allí la lucha por la existencia!! ¡¡Qué inmenso padecer el de aquellos dos hombres!! Confieso que me quedé largo rato sobrecogido por el terror y que al fin mis ojos se humedecieron por las lágrimas. No sé si este grupo fue premiado, lo que si puedo afirmar es que a mi me causó impresión muy honda.

 

Dejando el palacio de Bellas Artes a la derecha atravesé el Sena por el puente de Alejandro, colosal obra construida por 15 cimbras de acero de una longitud de 107 metros cada una, puestas a distancia que dan un total al pavimento de 40 metros de anchura- El puente lo forma un arco tan sumamente rebajado que parece resistir la presión, en sus estribos han debido hacerse fundaciones colosales de granito.

 

Tomando la calle de las Naciones me dirigí al pabellón de España donde estábamos citados. El edificio es hermoso si bien en su interior (al revés de los pabellones de las demás Naciones) no se exhibe ningún producto del suelo español. Tapices antiguos de la Real Casa, armas y una buena estatua de Velázquez por Mariano Benlliure, he aquí todo lo que se ha expuesto.

 

Cuando todos estuvimos  reunidos nos entregaron el importe de 7 días a razón de 8 francos, nos indicaron el grupo a que debíamos adherirnos y el director que nos había de dirigir dándonos cita para el lunes día 13 para empezar nuestras visitas oficiales y con esto se dio fin a la labor de aquel día.

 

Siendo domingo el día 12 lo aproveché para dar un rápido paseo por el recinto de la Exposición y la impresión recibida aquel día y no rectificada después, fue que es demasiado grande aquello, y de que aunque se esté allí todo el tiempo que la misma dure, no hay materialmente tiempo de ver y examinar todo lo expuesto. El palacio de Artes e Industrias situado en el Campo de Marte, por si solo necesita meses enteros para que el visitante pueda hacerse cargo con detenimiento de todo lo que allí se exhibe en las instalaciones que encierra.

 

Remontando el Sena por la orilla izquierda desde la Avenida Suffren hasta la calle de Constantina en la explanada de los Inválidos, son innumerables las instalaciones que pueden visitarse siendo todas ellas dignas de atención y estudio, lo mismo que las que están expuestas en la orilla, empezando por la puerta monumental en la plaza de la Concordia, hasta el palacio del Trocadero.

 

En la mañana del día 13 nos reunimos frente de la escuela militar los obreros del grupo a que yo pertenecía y que lo formábamos los mecánicos y artes similares bajo la dirección de don Alfredo Lassalle entrando en la Exposición y dirigiéndonos a las baterías de generadores de vapor que alimentan las diferentes máquinas que están en funcionamiento, llamando mi atención las dos hermosas chimeneas revestidas de cerámica y de una construcción irreprochable que una en cada extremo de las baterías se yerguen, siendo sus dimensiones 80 metros de altura por 12 de diámetro en su base y 4’500 ms en la cima.

 

Los generadores son en número considerable y aunque los hay de diversos sistemas predominan los multitubulares y por considerar que están destinados a prevalecer sobre los demás, procuraré describirlos aunque sea someramente. La casa alemana Steinmüller tiene instalada una batería de cinco calderas con 254 m2 de calefacción cada una y 5 m2 50 de emparrillado pro[ 18 ]duciendo un total de 18.000 kilos de vapor por hora bajo una presión de 11 atmósferas. La disposición de los tubos es a líneas superpuestas en plano horizontal, ligeramente inclinado hacia la parte de atrás y en cuya parte están instalados los grifos de vaciar que se aprovechan para evacuar las sales calcáreas que se precipitan en un recipiente apropósito, permitiendo con esto la limpieza de la caldera durante la marcha. La producción del vapor seco se obtiene en muy buenas condiciones por haberse interpuesto en el recipiente superior, un aparato apropósito para la separación completa del agua y del vapor.

 

Los talleres de De Naeyer y Compañía en Willebroeck (Bélgica) presentan otro sistema parecido al anterior, pero con esenciales diferencias en sus detalles. Las calderas de esta casa se componen de un número más o menos grande de tubos dentro de los cuales se produce el vapor lo mismo que en los demás sistemas. Estos tubos, de hierro laminado tienen un diámetro aproximado de 0,120 y un espesor de 5 milímetros variando su longitud de 3 a 5 metros según los tipos y el uso a que se destinan. Estos tubos van acoplados de dos en dos por medio de cajas de fundición, hierro maleable o acero fundido formando cada dos tubos un elemento. La superposición de un cierto número de elementos forman una serie, siendo por consecuencia más económica la caldera cuando mayor sea el número de elementos que formen las series. Los tubos acoplados se comunican entre sí por medio de cajas de comunicación haciéndose las juntas por medio de enchufes cónicos con la ayuda de un perno y sin necesidad de interponer plástico ni otra materia.

 

Los tubos al igual que los del sistema anterior se inclinan hacia la parte posterior de la caldera facilitando de esta manera la evacuación del vapor por las comunicaciones.

 

El vapor se reúne dentro un colector emplazado en la parte superior de la caldera comunicando con un gran recipiente construido de chapa y que está colocado encima de las series de tubos. Este recipiente está unido al colector de alimentación que está formado por dos grandes tubos llamados de retorno de agua emplazados a ls cotados de los tubos de vaporización.

 

Las series de tubos de vaporización están divididas en secciones por medio de tabiques verticales los cuales obligan a los productos de la combustión a dividirse en capas delgadas aprovechándose casi por completo el calórico producido.

 

La vaporización media de este sistema de calderas es de 8 a 9 kilogramos de agua por kilogramo de carbón.

 

Para aprovechar el calor que se escapa por la chimenea y que siempre puede considerarse de 250 a 300 grados, se instalan una serie de tubos de circulación de agua y que sirve para la alimentación.

 

La instalación de esta clase de calderas es sumamente fácil y se necesita poca mampostería. El especio que ocupan es tan reducido que una caldera de 100 caballos de fuerza no ocupa más que 3, 300 de largo por 6,100 de ancho.

 

De todos los sistemas presentados ninguno me llamó tanto la atención como el presentado por la Sociedad anónima de Calderas del Norte de Francia por su tipo extraño y desconocido para mí.

 

Componen esta clase de calderas un recipiente cilíndrico provisto de dôme y en cuyos costados van acoplados una serie de colectores de forma rectangular de igual sección en toda su longitud y en los cuales van ajustados los tubos de vaporización.

 

Por la posición especial de los colectores y estando los tubos puestos perpendicularmente a los mismos, los de la derecha se cruzan con los de la parte izquierda formando una especie de X.

 

El hogar esta emplazado en la parte inferior de los tubos entre los brazos de la X presentando gran cámara de combustión aprovechándose mucho el calórico desarrollado, pues después de haberlo recibido los tubos de vaporización propiamente dichos, los gases al escaparse pasan por entre otra serie de tubos secadores colocados en la parte superior de la X y en último término lo aprovechan otros colocados a la parte de atrás y que sirven de recalentadores para el agua de alimentación. Estos últimos están nikelados por dentro y por fuera para impedir la adherencia de las incrustaciones. Ventajas importantes (en mi concepto) la posición especial de los tubos que teniendo una inclinación aproximada de 45 grados, la llama de combustión los envuelve casi por completo presentando de este modo toda su superficie a la vaporización lo que no sucede con los tubos horizontales pues en estos la parte superior está resguardada de la llama cubriéndose generalmente la ceniza u hollín impidiendo más o menos que el calórico esté en contacto directo con las paredes de los tubos y perdiéndose por consecuencia potencia calórica.

 

En todo los sistemas representados se ha puesto especial cuidado en que todas las partes de las calderas se puedan mover libremente en todos sentidos solventándose por este medio las deformaciones que pudieran ocasionarse por construcción o dilatación de los metales. También se ha procurado que todas las piezas sean fácilmente desmontables y que la obra de manpostería para su colocación sea relativamente escasa.

 

Todos los tipos trabajan a presiones elevadas siendo su término medio unas 10 atmósferas. El rendimiento útil puede calcularse  en 8 kilogramos de agua vaporizada por kilogramo de carbón quemado cuando es de buena calidad. En las visitas a las dos sucesiones de calderas empleados dos días.

 

EL OBRERO BALEAR  núm 6, 12 de enero de 1901, núm 7, 19 de enero de 1901,  núm 8, 26 de enero de 1901, núm 9, 2 de febrero de 1901.