CONSECUENCIAS DE LA INTERVENCIÓN ITALIANA

Brian R. Sullivan, Institute for National Strategic Studies. National Defense University. Washington

Este artículo corresponde a una conferencia pronunciada en el seminario "La Guerra Civil Española en su contexto europeo" de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander en el verano de 1992, que fue dirigido por el profesor Geoffrey Parker, y en el que también participaron Paul Preston, Gabriel Cardona, Alberto Reig Tapia y José María García Escudero. Ha sido traducido por Carlos A. Pérez.

La participación ita­lia­na en el conflicto espa­ñol desde julio de 1936 has­ta marzo de 1939 tuvo tres gran­es consecuencias:

Primera. La ayuda ita­liana a los nacionalistas jugó un papel importante en su victoria, tal vez decisi­vo. Más aún, el alto nivel de la asistencia italiana fue crucial en el desmorona­miento de la Segunda Repú­blica antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Esto evitó cualquier posibi­lidad de ayu­da francesa, como podría ha­ber ocurrido si hubiese aguantado hasta septiembre del 39.

Segunda. Las consecuen­cias diplomáticas y políti­cas de la implicación ita­liana en la guerra, dificul­taron en gran medida el re­construcción del antialemán “Frente de Stressa” con posterioridad a la guerra de Etiopía. En con­creto, la ayuda italiana y francesa a los dos bandos enfrentados en la guerra ci­vil hicieron virtualmente imposible un reencuentro en­tre Roma y París. En su lu­gar, la alianza “de facto” entre Mussolini y Hitler en apoyo de los nacionalistas les llevó directamente a la for­mación del eje Roma-Berlín en octubre del 36, y contri­buyó significativamente a la alianza militar de mayo del 39, conocida como “Pacto de Acero”. La firma de esta le dio a Hitler la suficiente seguridad para atacar Polo­nia en septiembre del mismo año y comenzar así la Segun­da Gran Guerra.

Tercera. El Ejército italiano y la Fuerza Aérea fueron sig­nificativamente desgastados por la aporta­ción de material pesado a los na­cionalistas y por la implica­ción de dife­rentes unidades aéreas y te­rrestres en el conflicto. En un nivel menor, la Marina italiana también sufrió de esta participación. La debilidad militar resul­tante fue una razón decisiva para conven­cer a Mussolini de la conve­niencia de proclamar a Ita­lia como nación “no be­ligerante” en septiembre de 1939. Más aún, después de la derrota de Francia, Mussolini decidió intervenir en el con­flicto europeo en junio del 40; y las continuas debilida­des de las Armas italianas a causa de su participación española, contribuyeron a los desastres sufridos por sus ejércitos en 1940-41.

Consideremos primero cada una de estas consecuen­cias, y al final, aquellas cuestiones que ha ido creando la historia.

CONTRIBUCIONES ITALIANAS A LA VICTORIA NACIONALISTA

Antes de valorar la in­fluencia general de la participación italiana en el re­sultado de la guerra, debemos comenzar expresando nuestra valoración de las principales intervenciones italianas. Lo que sigue no es un exhaustivo listado de todas las campañas o bata­llas en las que participaron los italianos, pero si de las que supusieron una importante contribución en las victorias nacionalistas.

Julio-noviembre del 36. Los nueve bombarderos italia­nos que llegaron al Marruecos español a finales de julio y los veintisiete cazas que lo hicieron dos semanas más tar­de junto con sus tripulacio­nes y personal de manteni­miento, fueron una significa­tiva ayuda para que los na­cionalistas ganasen el control del Estrecho de Gibral­tar y desarrollasen con éxito sus operaciones de transporte aéreo y naval. Como resulta­do, para finales de agosto, habían consolidado sus encla­ves de Andalucía y conectado con los del resto de la Pe­nínsula. La llegada de más aviación italiana en septiem­bre (pronto organizada bajo un mando autónomo: la Avia­zione Legionaria) ayudó a garantizar la superioridad aérea nacionalista en casi todas partes hasta mediados de noviembre y les permitió ganar el control sobre más territorio durante el otoño del 36. También fueron impor­tantes para el triunfo nacio­nalista en estos combates los tanques, la artillería, las piezas antiaéreas, los aseso­res, los vehículos de motor y la munición que llegó desde Italia en los primeros cuatro meses de la guerra.

Del 5 al 14 de febrero del 37. Mientras se organiza­ban en el Corpo di Truppe Volontarie (el C.T.V; una fuerza de 50.000 hombres en cuatro divisiones, dos briga­das mixtas ítalo-españolas, dos grupos de infantería -regimientos reforzados- y un batallón de carros ligeros, más las unidades de apoyo y servicios), la primera divi­sión italiana en España, apo­yada por unidades aéreas y navales de su país, tomó par­te en la captura de Málaga. Como resultado, este saliente republicano que constituía una potencial amenaza para Cádiz fue eliminado y los nacionalistas consiguieron un gran puerto en el Mediterrá­neo, lo que aumentó las faci­lidades para desembarcar ma­terial procedente de Italia.

Marzo-agosto del 37. Tras su humillación en Guada­lajara (8-23 de marzo), el CTV se reorganizó a la espera de una oportunidad para redi­mir la reputación de las Ar­mas italianas. Esta surgió al final de la Campaña del Nor­te. En ella, pequeñas unida­des de tierra tomaron parte en los combates de marzo, abril y mayo. El CTV se con­centró, rompió las defensas santanderinas y capturó la capital en la segunda mitad de agosto. Los diferentes observadores desacreditaron esta victoria en función de la debilidad enemiga, y sin embargo, los italianos con­tribuyeron con un total apro­ximado de un tercio de las fuerzas nacionalistas en di­cha campaña. Además el empleo de la artillería y de la A­viazione Legionaria fueron cruciales para obtener esta victoria. La conquista de esta zona norte le dio a F­ranco importantes áreas in­dustriales y mineras, gran cantidad de prisioneros y acortó enormemente su frente permitiéndole de ahora en adelante una mayor concentra­ción de fuerzas.

Del 6 de agosto al 4 de septiembre del 37. Franco creía que se iban a realizar masivos envíos de armas so­viéticas por el Mediterráneo hacia la República. A princi­pios de agosto inquirió al Duce sobre la posibilidad de interceptarlos. Este accedió, pero amplió los objetivos a todos los buques con destino en puertos republicanos. El resultado fue la denominada campaña de los submarinos piratas en la que la Aviación y la Marina también partici­paron. Pese a la falsedad de las suposiciones de Franco, las operaciones italianas provocaron el hundimiento de doce mercantes que obligaron a los soviéticos a abandonar permanentemente esta camino para sus cada vez más escasos envíos.

Del 15 de diciembre al 20 de febrero del 38. Tras la brillante conclusión de la Campaña del Norte, Franco planeó una nueva ofensiva para capturar Madrid. Esta vez, el general Rojo se ade­lantó a estos planes y atacó el saliente de Teruel a me­diados de diciembre. Mussoli­ni rehusó comprometer la in­fantería del CTV en las ope­raciones defensivas que se produjeron, pero permitió a la artillería y a la Aviazio­ne Legionaria tomar parte en la batalla. Las bajas fueron numerosas y se repartieron por igual entre ambos bandos. El apoyo artillero y aéreo fueron importantes grandes contribuciones a la dura vic­toria franquista.

De diciembre del 37 a julio del 38. Operando desde sus bases de Mallorca, la Aviazione realizó una serie de intensos ataques aéreos contra mercantes y puertos republicanos, en especial sobre Barcelona. Sobre esta ciudad se llevó a cabo en marzo un bombardeo terroris­ta. Mientras estas incursio­nes no produjeron el esperado efecto psicológico si que causaron un gran daño mate­rial y contribuyeron a dete­ner la ofensiva sobre Teruel, además de desgastar los es­fuerzos defensivos republica­nos durante la Campaña de Aragón.

Del 9 de marzo al 19 de abril del 38. Franco lanzó una ofensiva sobre Aragón tan pronto acabó la de Teruel. Esperaba obtener ventaja de las numerosas pérdidas enemi­gas y dividir el territorio de la República en dos me­diante un ataque hacia el Mediterráneo a través del Maestrazgo. Las tres divisio­nes del CTV estuvieron en el centro de dicha operación. Pese a la férrea resistencia, los nacionalistas alcanzaron el mar a mediados de abril. El CTV avanzó sobre Tortosa, en el Ebro, aislando de forma definitiva Cataluña del resto de la República. De nuevo, la aportación italiana había proporcionado a Franco una considerable ayuda en la con­secución de su más trascen­dental triunfo de la Guerra Civil.

Del 25 de julio al 16 de noviembre del 38. En parte para detener la ofensiva na­cionalista, iniciada el 13 de julio y con el CTV atacando hacia Valencia, y en parte para volver a unir las dos partes de su territorio, los repu­blicanos cruzaron el Ebro a finales de este mes en lo que fue su mayor ofensiva de toda la guerra. Como en Te­ruel, la infantería del CTV no tomó parte de la batalla, pero si la artillería y la Aviazione, que colaboraron en la detención y posterior con­traofensiva nacionalista. Las bajas fueron una vez más e­normes y la moral republicana sufrió un definitivo revés.

Del 23 de diciembre del 38 al 10 de febrero del 39. Tras la reorganización en una división italiana y tres españolas (con cuadros italia­nos), un grupo de ingenieros, arti­llería y carros, el CTV y la Aviazione Legionaria enca­be­zaron la ofensiva naciona­lis­ta sobre Cataluña. Las bajas italianas en esta oca­sión fueron especialmente eleva­das, pero el CTV entró en Barcelona a finales de enero y pese a la preocupa­ción por una posible inter­vención fra­ncesa, los nacio­nalistas ocu­paron toda Cata­luña para fi­nales de febrero. Aquellos republicanos que no murieron o fueron capturados, escapa­ron a Francia. Pese a que no estaba claro en ese momento, los nacionalistas y sus alia­dos italianos habían ocasio­nado a la República un daño que la llevaría a morir un mes más tarde.

Con la posible excepción de la asistencia a los nacio­nalistas entre julio y no­viembre del 36, ninguna de las operaciones arriba cita­das pueden ser consideradas como decisivas por si mismas. Pese a todo es difícil conce­bir una victoria final nacio­nalista sin la participación italiana en todas ellas. En esta apreciación, el esfuerzo aéreo italiano total merece una consideración: 12.700 toneladas de bombas arrojadas en 5.300 ataques de bombardeo y 150 de apoyo a tierra, 225 barcos hundidos o dañados, 943 aviones enemigos reclama­dos como derribados o des­truidos en tierra (unos 500 en realidad) frente a los 86 aparatos propios perdidos.

Es posible que la Repú­blica hubiese aguantado hasta septiembre de 1.939 sin la contribución del CTV y de la Aviazione Legionaria al es­fuerzo de guerra nacionalis­ta. Como argumenta Hugh Tho­mas, la República no tendría que haber resistido tanto tiempo para ser rescatada por loa aliados, si no, solo has­ta la ocupación de Checos­lo­vaquia por Hitler a media­dos de marzo del 39. En con­se­cuencia y seguramente para el 3 de septiembre del mismo año, la mejor opción para acabar la guerra entre unos y otros hubiese sido un final negociado.

Quizá un factor más importante en la victoria nacionalista que la ayuda de las Fuerzas Armadas italianas fue el envío de material por Mussolini. Si que es difícil imaginar esta victoria sin el concurso de la vasta cantidad de armas y equipo suministra­do por Italia. Para el con­junto del CTV, la Aviazione Legionaria y el ejército na­cionalista, esta fue de 1.900 piezas de artillería (inclu­yendo 450 de un calibre de 105 mm o mayor), 1.500 morte­ros, 3.500 ametralladoras, 5.200 fusiles automáticos, 240.000 fusiles, 175 tanques y vehículos acorazados, 7.600 vehículos de motor, 500.000 uniformes y 7.600.000 proyec­tiles de artillería. Casi tan impresionantes fueron los 763 cazas, bombarderos, hidros, transportes y aviones de re­conocimiento, los 1.400 motores de aviación que los italianos emplearon o trans­firieron a los nacionalistas (para marzo de 1.939 los ita­lianos habían traspasado unos 390 aparatos, mientras ellos operaban con unos 370). Ade­más, la Marina nacionalista recibió cuatro destructores, dos submarinos y cuatro tor­pederos. Todo este numeroso material se empleó en España y aquí se quedó cuando el conflicto finalizó.

Quizá lo más significa­tivo en términos de ayuda material fue la asistencia proporcionada durante los primeros e indecisos siete meses de guerra. El equipa­miento y las armas enviadas a España durante ese período del 27 de julio del 36 al 18 de febrero del 37, incluía: 542 piezas de artillería, 756 morteros, 3.422 ametrallado­ras, 105.000 fusiles, 81 tan­ques, 3.783 vehículos, 1.300­.000 proyectiles y 248 apara­tos. Para mediados de febre­ro, había 50.000 soldados italianos en España que equi­valían a una cuarta parte de las fuerzas nacionalistas.

Para finalizar, los ita­lianos también ayudaron en gran medida a sus aliados españoles a través de una amplia labor diplomática, de propaganda e inteligencia. Mientras estos son factores intangibles e imposibles de cuantificar, a los italianos se les puede acusar de con­tribuir en la movilización de la opinión pública en apoyo de la causa nacionalista en Europa y América, de impedir una mayor intervención ex­tranjera por la República, de limitar este nivel de ayuda, de evitar un fin negociado que hubiese socavado la causa nacionalista y de mantener siempre bien informado a Franco de la capacidad real y de las intenciones del enemi­go. El Servicio de Inteligen­cia italiano desarrolló una exitosa campaña de asesinatos y sabotajes contra objetivos republicanos, especialmente en Francia.

CONSECUENCIAS DIPLOMÁTICAS Y POLÍTICAS

La intervención italiana en la Guerra Civil Española contribuyó como ningún otro factor a la formación de la alianza ítalo-germana. Es verdad que la reacción britá­nica y francesa a la invasión italiana de Etiopía había desgastado la cohesión del “Frente de Stressa”. Es tam­bién cierto que la hostilidad de Mussolini hacia estos de países se remontaba a antes de la guerra etíope y proba­blemente se hubiese llegado a la alianza con Alemania fren­te a estas democracias. Pero de hecho, la rapidez con que el Duce abandonó la defensa de la independencia austria­ca, aceptó la destrucción de Checoslovaquia y accedió a la alianza con Alemania -el Pac­to de Acero-, fueron conse­cuencias directas de la Gue­rra Civil española.

Cada uno de estos pasos que conducían al estallido de la Segunda Gran Guerra, pre­cipitaba el siguiente. Así, habiendo sido pospuesto el “Anschluss” parecía posible retardar los siguientes even­tos. Aún cuando Hitler hubie­se destruido Checoslovaquia (posiblemente incluso antes de la anexión de Austria), la configuración de una alianza militar con Mussolini y otra política con Stalin y la pos­terior agresión a Polonia pudieran haber sido pospues­tas durante cuatro o seis años más. En otras palabras, dado el papel clave represen­tado inconscientemente por Mussolini y Ciano en las in­tenciones hitlerianas sobre Polonia y la influencia de la guerra española en esas ac­ciones, la ausencia italiana de este conflicto pudiera haber retrasado el conflicto mundial hasta 1943-45. El mismo Hitler pensaba en estos términos a finales del 37. De todos modos, es imposible calcular con exactitud las fechas en las que las Demo­cracias Occidentales hubiesen disfrutado de una mejor si­tuación militar de la que tenían en 1939-40.

El deterioro de las re­laciones ítalo-francesas se inició tan pronto como cada uno de estos países comenza­ron a apoyar a los diferentes bandos españoles desde julio del 36. El Primer Ministro Leon Blum ya se mostró re­nuente hacia el Duce cuando ocupó su cargo en el verano de 1936. Mussolini demostró las mismas simpatías. Pese a todo, Blum deseaba sincera­mente un entendimiento gene­ral con Italia con objeto de revivir la relación antiale­mana entre ambos estados de 1935. Las discusiones diplo­máticas desarrolladas entre octubre del 36 y enero del 37 dejaron bien a las claras ambas posturas. Mussolini amenazó con acercarse a Hit­ler a menos que Francia cesa­ra toda ayuda a la República y aceptase la victoria nacio­nalista. A la vez de esto, ofreció su garantía de que el nuevo estado español manten­dría buenas relaciones con Francia. Al Duce la relación con Francia le permitiría seguir defendiendo la inde­pendencia austriaca. El go­bierno francés rechazó la propuesta de Roma y en conse­cuencia, el Duce envió el CTV a España. Desde este momento, la continua presencia de este cuerpo en la Península Ibéri­ca, y especialmente, la cam­paña de los submarinos pira­tas de agosto y septiembre del 37, disminuyeron progre­sivamente las posibilidades de un acercamiento entre Pa­rís y Roma. De hecho, para finales de 1.937, alemanes e italianos consideraban vir­tualmente inevitable un even­tual conflicto entre Italia y Francia.

Durante este período, la colaboración germano-italiana en favor de los nacionalistas contribuyó a la creación del “Eje” y estableció las con­di­ciones que Mussolini exigi­ría para aprobar el “Ans­chluss”. Para principios del 37, ger­manos e italianos eran alia­dos de facto en España. De su primera visita a Alema­nia, Mussolini regresó des­lumbrado por el espectáculo del pode­río alemán y tentado por la oferta de Hitler de aliarse para dominar toda Europa. Pese a todo aún exis­tía la posibilidad de un a­cuerdo ítalo-británico que contra­rrestase los crecientes vín­culos entre Roma y Berlín, y respaldase a Mussolini en su oposición al “Anschluss”.

Los ocho meses entre julio del 37 y marzo del 38 fueron el período más decisi­vo de la Guerra Civil en lo referente al posicionamiento de Alemania e Italia. Tras convertirse en primer Minis­tro en mayo, Neville Chamberlain empren­dió un gran esfuerzo para restaurar las relaciones en­tre Gran Bretaña e Italia y evitar que el “Eje” se con­virtiera en una alianza an­tioccidental. En julio se iniciaron conversaciones se­cretas mediante intermedia­rios y al cabo de una semanas se habían establecido las bases para una acuerdo: Mus­solini retiraría sus tropas de España a cambio de que los británicos reconociesen for­malmente la anexión italiana de Etiopía, a la vez que es­tablecían las condiciones para amplios créditos que contribuyesen en el desarro­llo del África Oriental ita­liana. En respuesta, Mussoli­ni mantendría a Italia entre Alemania y Gran Bretaña y reafirmaría su condición de protector de la independencia austriaca. Antes de retirarse de España, el Duce insistió en la consecución de una vic­toria que vengase la humillación de Guadalajara. Cham­ber­lain aceptó, y esta premi­sa se cumplió con la captura de Santander en agosto del 37 por el CTV. Finalmente, Mus­solini prefirió visitar Ale­mania a finales de septiembre tal y como estaba acordado antes de anunciar el acuerdo establecido.

Todos estos planes se desbarataron a consecuencia de la campaña de los submari­nos piratas, especialmente por el ataque italiano a un destructor británico el 31 de agosto y la tensión creada en torno a la Conferencia de Nyon a mediados de septiem­bre. Cuando Chamberlain con­venció a Mussolini para reem­prender sus contactos secre­tos hacia mediados de octu­bre, el secretario del Fo­reign Office, Anthony Eden consideró que estas conversa­ciones eran un error. Esta oposición a una política de apaciguamiento en el Medite­rráneo, la firma en noviembre del pacto Anti-Comintern (in­terpretado por Chamberlain como dirigido contra Gran Bretaña) y la retirada de Italia de la Liga de Naciones en diciembre impidieron cual­quier tipo de avance en las negociaciones. Solo a media­dos de enero, Chamberlain intentó recuperar la ilusión de su gabinete y de Mussolini por un acuerdo. La causa es­taba en el aumento de la pre­sión alemana sobre Austria.

Acomiadament dels legionaris italians a bord del del Duilio el 13 de juny de 1939. A contrallum, el Heinkel 59 B-2 amb els emblemes de l'esquadrilla al morro - un as de piques - i de l'aviació franquista al timó - una creu de san Andreu - (fotografia cedida per Miquel Clamor March per l'obra Pollensa la revolta contra la rebel·lió, el text descriptiu i la imatge corresponen a la mateixa obra

Los contactos se reanu­daron a mediados de febrero y Eden dimitió en señal de pro­testa. Aún así, se habían perdido seis meses y cuando estas nuevas negociaciones parecían llegar a un acuerdo, las tropas de Hitler invadie­ron Austria: marzo del 38. La implicación italiana en Espa­ña y su consiguiente aisla­miento diplomático le habían dejado demasiado débil para oponerse a la acción germana. Esta anexión y el estableci­miento de una frontera común ítalo-alemana transformaron en gran medida la situación europea en favor de Hitler. El acuerdo entre británicos e italianos fue firmado el 16 de abril de 1938, pero su contenido era totalmente di­ferente de lo que Chamberlain había esperado la anterior primavera. A cambio del reco­nocimiento británico de su imperio, Mussolini accedía a retirar sus tropas de España pero solo tras la victoria final de Franco. También ac­cedía a reducir la guarnición italiana en Libia y a abando­nar la emisión de propaganda antibritánica en el mundo árabe. Ambas partes respetarían el “Status Quo” en el Mediterráneo y en el mar Rojo. Pero el “Anschluss” y la complacencia de Chamber­lain por aceptar la presencia italiana en España hasta la victoria final, habían cam­biado la significación de este acuerdo en la mente de Mussolini. En lugar de repre­sentar un alejamiento del “Eje”, solo significaba un movimiento táctico por parte del Duce. Se le habían mani­festado a la vez la debilidad británica y el poderío ale­mán.

En la Conferencia de Munich, Mussolini accedió a retirar 10.000 italianos de España y así lo hizo un mes después. A cambio, en noviem­bre, Chamberlain cumplía su acuerdo reconociendo Etiopía como italiana. En los meses siguientes, Mussolini envió otros tantos nuevos soldados a la Península Ibérica que participaron en la campaña de Cataluña de finales del 38 y principios del 39. Pese a todo, Chamberlain visitó Roma en enero y regresó convencido de que se podía confiar en el Duce, este por su parte, dejó claro su desdén por los bri­tánicos. A mediados de marzo, los alemanes ocuparon Bohemia y Moravia, acción que enojó y asustó a la vez a Mussolini, quien decidió res­ponder mos­trándose benévolo. Pero tan pronto sucumbió la República española, ordenó la ocupación de Albania para abril, aunque esta decisión supusiera una clara violación del acuerdo con Gran Bretaña. Un mes más tarde, ordenó a su ministro de Asuntos Exterio­res, el conde Ciano, la acep­tación de la firma del Pacto de Acero. En mayo, Ciano lle­gaba a Ber­lín para la rúbrica formal de esta alianza, y al día si­guiente, Hitler anun­ciaba a sus generales la de­cisión adoptada de atacar Polonia a la primera oportu­nidad. Esta decisión debía mantenerse en secreto ante sus aliados ita­lianos. Un centenar de días más tarde, se presentaba esta oportuni­dad. Comenzaba así la Segunda Guerra Mundial.

LAS CONSECUENCIAS ENTRE LAS FUERZAS ARMADAS

En su -por otra parte excelente- Intervención fas­cista en la Guerra Civil es­pañola, John Coverdale argu­menta que la ayuda de Musso­lini a los nacionalistas no debilitó militarmente a Ita­lia. Insiste en que solo se envió armamento y equipo an­ticuado de escaso valor para la Segunda Guerra Mundial. Además acusa a los militares italianos de no haber sacado provecho de su experiencia en la guerra española. Stanley Payne se hace eco de estas afirmaciones. Ambos historia­dores están completamente equivocados. Cuando comenzó el con­flicto mundial en septiembre del 39, el Ejército italiano contaba con sólo diez divi­siones efectivas y la Fuerza Aérea disponía de solo 850 aviones modernos y capaces de volar. Esta debilidad era consecuencia del desgaste militar causado por la Guerra de Etiopía y por la posterior intervención en la Guerra Civil Española. Estos hechos impidieron a Mussolini -aun­que no lo admitiese- entrar en la guerra antes y le con­vencieron de que no lo podría hacer hasta por lo menos la primavera del 41. Las victorias alemanas en mayo del 40 y los arduos es­fuerzos realizados por el Ejército y las Fuerzas Aéreas italianas por mejorar su dis­ponibilidad para la guerra convencieron al Duce y decla­ró la guerra a Francia y Gran Bretaña el 10 de junio de 1940. Para entonces, el E­jército italiano encuadraba diecinueve divisiones opera­cionales y otras treinta y cuatro incompletas aunque eficientes. Los aviones ha­bían aumentado hasta los 2.5­00, de los que 1.600 eran razonablemente modernos.

La lamentable situación de las Fuerzas Armadas ita­lianas debe ser ampliamente, aunque no exclusivamente, achacable a la intervención de Mussolini en España. Los números me ayudarán a expli­carlo:

El equipo militar envia­do a España en el tiempo que duró el conflicto civil in­cluía un número de morteros ligeros suficiente para equi­par doce divisiones de infan­tería italiana del modelo de 1940, así como ametrallado­ras equivalentes a las nece­sarias para cuarenta y cuatro de estas divisiones. Esto solo en cuanto a estos dos tipos de armas enviadas. Bajo estas consideraciones se po­dría afirmar con razonable certeza que si el ejército no se hubiese desprendido de esta cantidad de armas y su­ministros en el conflicto español, podría haber dis­puesto de como poco treinta divisiones de infantería com­pletamente equipadas para septiembre de 1939 (el tri­ple de las que en realidad hubo) y de unas cincuenta divisiones completas para junio del 40 (dos veces y media más). Algo quizás más importante, las armas, la munición y los vehículos con­sumidos en España eran sufi­cientes para equipar total­mente cuatro o cinco divisio­nes motorizadas de las utili­zadas en las operaciones del norte de África.

Es cierto que muchas de estas armas y equipo eran obsoletos para el nivel ale­mán o británico de 1940-41, pero otras eran suficiente­mente modernas como los mor­teros y los vehículos de mo­tor. Más aún, estas armas enviadas a España en estos años permanecieron en servi­cio en el Ejército italiano durante la Segunda Guerra Mundial. Combatieron en este conflicto con artillería que en su mayoría había sido fa­bricada durante la Gran Gue­rra pasada o había sido cap­turada a los austriacos en 1918. Cientos de estos obu­ses y cañones se quedaron en España. Con anterioridad al requisamiento de vehículos civiles, el ejército italiano disponía de solo 36.000 vehí­culos en primavera de 1940. Durante el verano de ese mis­mo año, Graziani rogó en vano por 5.200 vehículos con los que motorizar completamente las nueve divisiones con las que tenía que invadir Egipto. Los 7.600 camiones, tractores y motocicletas empeñados en la guerra española podrían haber mejorado en gran manera la movilidad del ejército italiano en la segunda mitad de 1940.

En términos generales, la participación tuvo el mis­mo efecto en la Fuerza Aérea. La mayoría de los aviones enviados fueron unos 500 ca­zas biplanos CR 32. Estos aparatos eran obsoletos in­cluso para el nivel italiano de 1940. Pese a esto, la Fuerza Aérea ita­liana poseía todavía a fina­les de 1939 unos 300 de es­tos aviones operativos y se mantuvieron en producción hasta finales del siguiente. Durante 1940-41 se utiliza­ron en operaciones de ataque a tierra en Europa y el norte de África, y como cazas en el África Oriental. Los CR 32 consumidos por la guerra es­pañola bien podían haber sido útiles a los italianos duran­te la Segunda Guerra Mundial, especialmente en África y en los Balcanes.

Por otra parte, sin la necesidad española de conti­nuar produciendo el CR 32, la FIAT podría haber cerrado sus líneas de producción y tras­ladar a otros aparatos más modernos los recursos utili­zados en su fabricación. Es­tos modernos aviones como el caza FIAT G 50 y los bombar­deros Savoia Marchetti SM 79 y Caproni Ca 310 también se perdieron para las Armas ita­lianas a causa del conflicto español. Aunque es difícil el asegurar cantidades, proba­blemente, Italia habría con­tado con el doble de aparatos disponibles en septiembre de 1939 y un 50% más en junio del siguiente año.

Considerando los gastos económicos italianos podemos también calcular el costo de esta intervención. Aunque no está claro, el montante exac­to de lo que esta guerra cos­tó a Italia -en sus estima­ciones más razonables- osci­lan entre los 7.9 y los 8.7 billones de liras. En el pe­ríodo que va entre mediados de 1936 y de 1939 los gas­tos militares totales italia­nos fueron de 43.8 billones, de los que 21.5 pertenecían a la parte correspondiente al Ejército, Así, la guerra es­pañola parece que consumió en torno a un 18-20% de los pre­supuestos de las Fuerzas Ar­madas. Extrapolando cifras de 1938-39, es el Ejército el que más contribuye con quizás un 30% de su parte durante el período 1936-39. Por otro lado, la menos perjudicada por este conflicto fue la Marina, mientras que la Fuer­za Aérea contribuyó más sig­nificativamente aunque sin llegar al nivel del Ejército. Con estas cifras, se puede bien imaginar las dificulta­des ocasionadas a la prepara­ción de las Fuerzas Armadas: entrenamiento, combustibles, municiones, repuestos, etc.

Todos estos datos nos ayudan a comprender por que los italianos no aplicaron las lecciones aprendidas en España. La mayoría de los altos oficiales apreciaron la necesidad de modernizar su equipamiento, entrenamiento y su doctrina ya obsoleta. Fue la falta de dinero, la infle­xibilidad de los jerarcas de las Fuerzas Armadas y la re­sistencia de la industria armamentística italiana a un costoso proceso de rediseño y modernización lo que hizo imposible el aplicar esta experiencia. Esto no quiere decir que aprendieran todas las posibles lecciones. Los pilotos de caza continuaron convencidos de la superiori­dad de los lentos pero más ma­niobreros biplanos sobre los nuevos cazas monoplanos com­pletamente metálicos, los comandantes de submarinos permanecieron fieles a sus cautas tácticas de estaciona­rias emboscadas en inmersión y los altos mandos de la a­viación permanecieron indeci­sos ante las teorías defendi­das por Dohuet o los conceptos de aviación táctica de Amadeo Mecozzi. Aún así, las leccio­nes fundamentales de la gue­rra terrestre (necesidad de una guerra de movimiento con armas combinadas, una mayor cantidad de mejores tanques y vehículos de todo tipo sobre orugas, una artillería móvil y moderna, un equipamiento efectivo de radios o un apoyo aéreo efectivo de las opera­ciones mecanizadas) fueron comprendidas y divulgadas entre 1939 y 1940. El pro­blema era que carecían de los recursos económicos para po­der aplicarlas. La amplia movilización de 1939-40 so­brepasó la capacidad del sis­tema de entrenamiento y la industria militar se resistió a los grandes gastos que oca­sionaba el suministrar las armas y el equipo necesario. Al final, dada la arcaica e irresponsable naturaleza del sistema industrial italiano, no se dispuso del tiempo su­ficiente para proporcionar estas nuevas armas una vez quedó clara su necesidad. Menos de quince meses después del final de la Guerra Civil española, Mussolini involucró a Italia en la Segunda Guerra Mundial.

Arribada de les tropes italianes -CTV- a Nàpols procedents d'Espanya  el 1939 un cop finalitzada la guerra

CONCLUSIONES

La intervención italiana en la guerra de España tuvo consecuencias contradicto­rias. Por un lado propició el acercamiento entre Mussolini y Hitler de una forma más firme y temprana que en cual­quier otro caso. Como resul­tado, Hitler adquirió sufi­ciente confianza para poder ocupar Austria y Checoslova­quia, y para atacar a Polonia en el plazo de tiempo más breve. El inicio de la Guerra Mundial en esa fecha encontró a Alemania en una situación militar más favorable de la que había disfrutado un año antes, o más probablemente, de la que hubiera gozado tres o cinco años más tarde, tal y como Hitler y Mussolini ha­bían previsto. Es difícil imaginar los triunfos alema­nes de abril-junio de 1940 si la guerra hubiese comenza­do en septiembre de 1938 o en la primavera de 1943.

Esta participación en España debilitó al Ejército y a la Fuerza Aérea, y así per­manecían en junio del 40 c­uando Italia entró en la gue­rra. Como consecuencia, los italianos estaban lejos de poder tomar ventajas de las oportunidades militares que se les presentaron en la se­gunda mitad de este año. En especial, las armas y el e­quipo enviado a España podrían haber proporcionado una gran ayuda en la invasión de Egipto por Graziani y al du­que de Aosta en su ataque al Sudán y posterior defensa del África Oriental italiana.

Naturalmente, la expli­cación de los fracasos mili­tares italianos en 1940-41 no sólo se explica por la falta de armas, de suminis­tros o de equipo. La Italia militar padecía una grave debilidad de naturaleza polí­tica, intelectual y psicoló­gica. Nadie puede demostrar que los italianos habrían podido expulsar a los britá­nicos de Egipto, haber ocupa­do Sudán, tomado el canal de Suez e invadido el Oriente Próximo a finales de 1940 y principios de 1941 de no haber intervenido en España. Sin embargo, esta posibilidad existe.

Otros interrogantes se abren al respecto. ¿Hasta qué punto las derrotas infligidas a los italianos entre octubre del 40 y marzo del 41 reafir­maron la moral británica y su determinación en estos difí­ciles meses?, ¿hasta qué pun­to fueron importantes las victorias griegas y británi­cas en el momento de persua­dir al Congreso norteamerica­no y al presidente Roosevelt de continuar enviando sumi­nistros a Gran Bretaña al mismo nivel que lo estaban haciendo mediante el “Présta­mo y Arriendo”. Estas pregun­tas presentan serias dificul­tades para ser contestadas mediante métodos historiográ­ficos. Y pese a que solo se les puede dar vagas respues­tas, las consecuencias de la intervención italiana en la Guerra Civil española tienen una importancia fundamental.

DATOS DE ESTA INTERVENCIÓN

 

 

ju­lio 36-febrero 37

julio 36-marzo 39

Cañones

542

  1.900

Cañones de 105 mm o más

     ?

450

Morteros

756

  1.500

Ametralladoras

3.422

3.500

Fusiles-ametralladoras

?

5.200

Fusiles

105.000

240.000

Tanques y carros blindados

     81

175

Vehículos a motor

3.783

7.600

Uniformes

 ?

500.000

Obuses

      1.300.000

7.600.000

Motores de aviación

?

1.400

Aviones para los nacionalis­tas

-

(aprox.) 390

Aviones propios

-

(aprox.) 370

Total aviones empleados

     248

763

Destructores

 -

4

Submarinos

 -

2

Torpederas

 -

4

 

 

 

P.D. EL MILICIANO: Boletín centrado en la historia militar de la Guerra Civil Española y sus wargames, iniciado en Septiembre de 1994 y cuyo último número se publicó en Diciembre de 1998.