El
hijo del ´flecha´ naval opina que
deben dejar el monumento "y quitar sus
símbolos fascistas"
LOURDES DURÁN. PALMA.
Un gran lienzo azul prusia de Joan
Fuster habla por sí solo en la casa de
la familia de Nadal Antelm, el último
superviviente del crucero Baleares,
reflotado de nuevo a cuento del
monumento en sa Feixina que enfrenta a
los partidarios de mantenerlo con
aquellos que lo quieren tirar abajo en
cumplimiento de la Ley de la Memoria
Histórica. La pintura muestra el
hundimiento del buque insignia de las
tropas nacionales. De los 1.200
hombres que estaban a bordo, se
salvaron 402. Uno de ellos, el
mallorquín Nadal Antelm. Hoy ya no
puede hablar. Fallecido en noviembre
de 2008, su esposa, Antònia Oliver y
sus hijos Joan Antoni y Catalina son
su voz.
"Mi padre nunca hizo alarde de este
suceso. Incluso yo no me enteré hasta
que tuve 13 años. Ya lo dijo en su
momento, y nosotros pensamos igual que
él: el monumento, librado de sus
símbolos fascistas, es una remembranza
de los marinos mallorquines muertos,
hecho con donaciones populares",
expresa el hijo primogénito, un
profesor de latín y griego
prejubilado.
La viuda, una mallorquina descendiente
del cardenal Reig, aplaude mantener un
monolito que "sólo conmemora a los
muertos, y no es un símbolo de la
represión como dicen".
Nadal Antelm nació en Cuba. Su abuelo
fue un mallorquín más que emigró a la
isla. Montó un negocio de barcos
pesqueros. Hizo fortuna. Su vástago
regresó a Mallorca como cónsul de
Cuba. El pequeño Nadal tenía 7 años.
Siete después, su vida daría un vuelco
al estar haciendo prácticas en el
crucero Baleares como flecha naval. Lo
que había sido un premio –sus buenas
notas en un curso de radio y señales
le llevaron a aquel barco de guerra–,
acabó marcándole la vida. Historias de
guerra.
"Mi padre no era franquista para nada.
Si él hubiese querido podría haber
entrado en la academia militar, pero
no le interesaba nada. Creo que él era
más bien liberal, sólo que era un
chiquillo de 14 años que le debió
hacer ilusión eso de las flechas, pero
de una manera ingenua", cuenta Joan
Antoni Antelm.
"Para que te hagas cargo de cómo era,
creo que esta anécdota te puede
ilustrar. En mis tiempos había una
asignatura, Formación del Espíritu
Nacional, de la que te podías librar
haciendo dos campamentos. ¡Me libré,
claro! Al concluir uno de ellos, se
invitó a los padres. El falangista
Joan Sastre le pidió a mi padre que
izara la bandera, a lo que se negó
rotundamente. Fue en ese momento
cuando me enteré que mi padre había
sido uno de los supervivientes del
Baleares".
Otra historieta sacude cualquier
rastro de sospecha de la adscripción
al régimen de Franco de Nadal Antelm.
La relata de nuevo su hijo: "Le dije a
mi padre que quería apuntarme al
campamento de la OJE. Me contestó,
rotundamente: ¡De ninguna manera, si
quieres te puedes apuntar a los
Escoltes!´ Mi padre fue un liberal
toda su vida, pero le tocó estar en un
lado de la trinchera".
La vida es más tozuda que la historia.
Dos hombres peinan canas y ya no se
preocupan de las arrugas de sus
rostros. Se dan la mano. Al uno le
tocó estar en el bando perdedor,
Málaga; al otro, en el vencedor, el
mallorquín Nadal Antelm. Sellan con un
apretón de manos una guerra que no
buscaron. "Poco antes de morir, se
conocieron y se hicieron muy amigos",
apunta Joan Antoni Antelm.
Ya, por su cuenta y riesgo, opina
sobre la polémica de derribar o no el
monumento a las víctimas del crucero
Baleares en sa Feixina. "Reclaman
quitar símbolos fascistas, bien, pero
no son más que pequeños monumentos.
¿Por qué no dinamitan el Valle de los
Caídos, una auténtica vergüenza?
¡Quitamos estatuitas y no derrocamos
el gran monumento!". La madre le mira,
y no se santigua de milagro. "¡Es que
yo soy más conservadora que mi marido
y que mi hijo!".