La guerra que no cesa
JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ CASANOVA
No la de Irak, Agfanistán o el Líbano, que tampoco cesan, sino la
cainita española de hace hoy 70 años, los míos. La iniciada por un
general africano y ambicioso,que no se sumó al golpe de Estado
inducido por las viejas derechas contra la democracia republicana hasta
contar con el apoyo de Hitler y Mussolini. La República de 1931
pretendió ser el primer proyecto democrático y de amplia reforma social
que acabara por fin con el monopolio secular del poder político y de la
riqueza nacional en manos de una minoría privilegiada, conservadora,
reaccionaria y autoritaria. Al bienio de su intento reformador, su
moderación desesperó a los proletarios superexplotados, pero fue
suficiente para encender las iras del bloque conservador, incluida la
jerarquía eclesiástica, su máximo agente ideológico y movilizante en una
sociedad inculta y retrógada. Las derechas excitaron a sus bases
tradicionales, el "macizo de la raza", y recuperaron el gobierno.
Pasaron a la contrarreforma y exacerbaron a las masas de izquierda. La
reacción preventiva de ésta frente a la amenaza de un golpe fascista
como el de Italia y Alemania fue tan duramente reprimida que un nuevo y
gran impulso popular devolvió el gobierno, en febrero de 1936, al amplio
frente republicano de izquierdas. Como inmediata respuesta a esa
victoria,el temido golpe acabó produciéndose a los pocos meses, y dio
inicio a la guerra civil más sangrienta de nuestra historia. Fue una
guerra cruel y extenuante de tres años debido a la estrategia
nazi-fascista de ensayar en España su prevista guerra mundial, a la
tenaz resistencia popular, pero sobre todo a la decisión de las derechas
y su caudillo de extirpar para siempre la democracia y su impulso de
cambio social. Esto supuso la aniquilación sistemática de la llamada "anti-España",
ya fuera en el avance militar sin piedad , ya fuera, tras la victoria
bélica, por muerte, cárcel o exilio de los mejores cuadros políticos,
sindicales e intelectuales del país mediante una represión física y
moral aterrorizante de varios lustros. Tranquilizada la derecha eterna,
dio el poder omnímodo a su caudillo Franco, sin libertades públicas ni
democracia, mas con la bendición de una Iglesia jerárquica que
recuperaba su poder ideológico sobre la población. La Guerra Civil
continuó así, en aparente calma, fruto del miedo, dividida España en
vencedores y vencidos, sin paz, piedad ni perdón para quienes, al no
aceptar la rebelión militar por dignidad moral, fueron hechos reos de
ella con el mayor sarcasmo. Hubo que esperar a la muerte del autócrata
para que la derecha tuviera que someterse a la Constitución de 1978,
forzada electoralmente por la mayoría democrática. Joan Reventós dijo en
las Cortes que con la Constitución, la Guerra Civil por fin había
terminado.
Pero el franquismo no podía desaparecer mientras esa derecha refractaria
a la democracia no cambiara. Una minoría de españoles, de inmadurez
política y de fácil manipulación en sus sentimientos y prejuicios más
irracionales, ha servido otra vez de base social para, en mal uso de los
cauces de la propia democracia recuperada por el pueblo, oponerse a ella
en la práctica. La Alianza Popular de Manuel Fraga, ex ministro de
Franco, rechazó el Estado autonómico, no votó los estatutos vasco y
catalán y exigió al Gobierno la guerra sucia contra ETA. La trama
civil del golpe de Tejero nunca se descubrió.Los gobiernos socialistas
fueron tachados de "rojos" infiltrados en el Estado. Tras una
conspiración mediática, el PP recuperó el poder para la vieja derecha
reaccionaria. Los gobiernos aznaristas fueron autoritarios, rechazaron
toda oposición, denigrándola y sin responsabilizarse jamás de sus
múltiples corrupciones, atentados a las libertades y a la seguridad de
las personas; manipularon el poder judicial, embarcaron al país en una
guerra ilegal y sangrienta que aún persiste. No previnieron sus
terribles efectos, achacados todavía hoy con todo descaro a una conjura
PSOE-ETA. Condenados a ser oposición, el tragicómico triunvirato
aznariano no ha cejado en el acoso y derribo del Gobierno, de insultar y
calumniar con un estilo bronco a quien no se le someta, de proclamar el
final del Estado y de la unidad española, de agredir a las
nacionalidades, de utilizar a militares y a obispos, y, si podía, al
Papa, para combatir leyes progresistas. Ha acabado negándole al Gobierno
que represente al Estado. No le apoya contra ETA en la causa de la paz
valiéndose con alevosía inhumana del dolor de sus víctimas. Todo ello,
como siempre, usando la mentira y la calumnia y fingiendo hipócritamente
que sólo él defiende el Estado de Derecho y la democracia.
No cabe, a mi juicio, mayor fidelidad a la ideología, fines y medios del
franquismo (y de la derecha eterna y violenta que le dio origen y apoyo)
que esa permanente actitud de guerra sin cuartel contra la España
democrática. Sólo le faltaría ya, aunque parezca imposible, volver al 18
de julio de 1936. Su intolerancia y odio siguen siendo los mismos. Por
tanto, el actual PP (esperemos que haya otro) no puede condenar la
anterior autocracia porque ella es el eje psíquico de su actitud y
porque de alguna forma vuelve a imponerla o a reflejarla mientras se le
deje hacerlo. La misma ley de partidos que concibió contra Batasuna
podría ilegalizar este partido, pues el veneno terrorista de su conducta
pública, aun incruento en vidas humanas, está matando algo tan básico
para la convivencia como la vida política normal y la paz social. Ahora,
70 años más tarde de aquella tragedia, sigue latente una guerra cainita
en un sector minoritario, pero poderoso e influyente, de nuestro país.
Aprestémosnos todos a defender con energía nuestra siempre frágil
república.
EL PAÍS - España - 19-07-2006 |