Los otros militares de julio de 1936
JOSÉ ANDRÉS ROJO
"La Historia que se está escribiendo es ficticia, falsa, amañada,
deforme, inmoral, dogmáticamente perversa, fanáticamente cruel,
políticamente turbia y ciega, socialmente demagógica", escribió el
general Vicente Rojo en un texto de 1961 titulado Defensa de los
militares profesionales, y que incluyó como anexo XXI en su
Autobiografía. No hablaba por hablar: el severo diagnóstico que
contiene esa frase se sostenía en su experiencia más inmediata.
El año 1957, el militar republicano había regresado a España después de
un largo exilio que empezó, en su caso, el 9 de febrero de 1939 junto a
las últimas tropas que cruzaron hacia Francia presionadas por el avance
de sus enemigos sobre Cataluña. Cuando la guerra acabó, viajó a
Argentina y unos años más tarde se instaló en Bolivia. Estaba enfermo
cuando decidió volver, quería morir en casa. En uno de los Consejos de
Ministros que presidía Franco se autorizó su regreso. Poco después de
llegar, fue juzgado por "rebelión militar" (finalmente, por "auxilio a
la rebelión") y condenado a reclusión perpetua.
Así se construía la historia durante la dictadura ("ficticia, falsa,
amañada, deforme..."), y a uno de los militares de mayor rango del
Ejército de la República, el que había sido jefe del Estado Mayor
Central y que fue, como tantos otros, fiel a su juramento de lealtad al
régimen legal, era convertido, gracias al poder omnímodo de los
ganadores, en traidor. Así se manipulan y tergiversan las
palabras: los militares que hoy exactamente hace setenta años se habían
rebelado contra la República, y desencadenado una guerra civil que
terminaron por ganar, condenaban a sus antiguos compañeros de armas que
fueron entonces leales por ¡¡¡"rebelión"!!!
En febrero de 1958, el general Rojo recibió un documento por el que se
le indultaba de la cadena perpetua, pero se le confirmaban las condenas
accesorias: interdicción civil e inhabilitación absoluta. En esas
condiciones, en ese "silencio hostil", "en esta paz de la muerte civil
en que vivo", aceptaba que ya sólo podía "pensar" y "trasladar a estas
cuartillas mi pensamiento a sabiendas de que no va a tener fruto
positivo inmediato, pero con la confianza, más bien fe, de que puede
tenerla en un futuro cuya lejanía nadie puede medir". Lo que en 1961
trasladaba a esas cuartillas que tituló Defensa de los militares
profesionales era la urgencia de luchar por la rehabilitación de sus
compañeros de armas.
Setenta años después del inicio de la guerra conviene volver a escuchar
su voz. "No escribo para el público de hoy sino para el de mañana", dice
en ese texto, donde explica que si se hubieran escuchado sus palabras en
la España de 1961, "suscitarían la condena, la calumnia, la persecución,
y serían enterradas o aventadas por dañinas; se estimarán como palabras
de un loco, o de un renegado, o, en el caso más favorable, de un
equivocado".
Lo que Rojo explica, en definitiva, es que cuando en julio de 1936 se
produjo el golpe de Estado contra la República, hubo muchos militares
que fueron leales a su juramento: "Cuando se planteó el problema de
nuestra guerra civil hubo unos hombres, profesionalmente consagrados a
la función de defender a su patria -no se olvide que la patria es
esencialmente el Pueblo, porque sin éste la patria no puede existir-,
que juraron, o prometieron por su honor, hacerlo defendiendo la Ley
comúnmente aceptada, y cualquiera que fuere el sacrificio que se les
exigiese, hasta el de la vida".
"Hubo una masa de militares profesionales que se mantuvo en su puesto,
lisa y llanamente por entender que su estricto deber militar así lo
exigía". "Simplemente midieron el daño que del mal desatado iba a
derivarse y se aprestaron a evitarlo hasta donde pudieran y, en todo
caso, a repararlo". "Y al hacerlo así procedieron según los dictados de
su propia conciencia". Así escribe Rojo y, como era habitual en él (tan
amigo de las relaciones, de las listas, de la rigurosa enumeración por
puntos), no tarda en sintetizar los diez rasgos esenciales de lo que
esos militares hicieron por defender la República.
En primer lugar considera que lucharon por el "restablecimiento gradual
de la disciplina y el orden social". El segundo aspecto al
que se refiere es acaso el más ambicioso: transformaron gracias a
diferentes medidas al pueblo armado, "primaria expresión de las
determinaciones con que el Gobierno afrontó el problema de defender las
Instituciones legalmente establecidas", en un Ejército regular, que
desde diciembre de 1936 pudo consolidar la defensa de Madrid, "maniobrar
después ofensi-vamente en Brunete y en Aragón, batirse con éxito en
Extremadura, ganar la batalla de Teruel (aunque después se perdiera la
plaza, pero sin quiebra del esqueleto defensivo), resistir la peligrosa
ofensiva de Levante, desarrollar la audaz maniobra del Ebro, librando
una larga y difícil batalla de cuatro meses y, por último, realizar una
maniobra de retirada, la de Cataluña, evitando una catástrofe militar".
En el tercer punto, Rojo señala que "por la dignificación que supieron
imponer a la lucha, acabaron con las vergonzosas represiones
político-sociales que se venían desarrollando en la retaguardia". El
cuarto abunda en esta idea, y dice que produjeron un cambio radical de
las conductas al "predicar con el ejemplo y la abnegación, el valor y la
nobleza de sentimientos en todas las actividades de la vida militar".
Los militares profesionales supieron afrontar al final de la guerra "una
derrota inmerecida", escribe Rojo en el punto quinto. "Inmerecida, no
sólo porque defendían una causa nacional noble, justa y popular, sino
porque aquella derrota llegaba por obra de fuerzas y poderes extraños al
ámbito nacional y a los intereses de España", y recuerda entonces la
ayuda que recibió Franco de Italia, Alemania y Portugal, habla de la
"cooperación diplomática" del Comité de No Intervención y de la ayuda
económica "de los usureros extranjeros". El sexto trata de "la severa
moralidad, en el orden económico y en el ideológico, de que hicieron
gala
[los militares profesionales] durante la guerra y en el exilio".
"Ninguno se ha enriquecido. Ninguno usó durante la guerra otros dineros
que los suyos, ni vivió de otros recursos que los que le daba legalmente
el Estado. Y ninguno se sometió a los poderosos y los fuertes".
Es entonces cuando Rojo recupera la experiencia concreta de algunos de
sus camaradas y habla del coronel Velasco, que fue asesinado en las
cámaras de gas de Mauthausen; recuerda al coronel Arguijo y al teniente
coronel Sánchez Faires (y a su hijo), que murieron en los campos de
concentración de Francia; habla de aquellos que fueron "reclutados para
los inhumanos trabajos forzados del Sáhara", o trata del coronel Fontán,
que falleció "pobre pero dignamente" en un hospital de Chile. Y se
refiere también a "los que se han tenido que suicidar para no perecer de
hambre", a "los que han enloquecido ante los horrores de su infortunio",
a "los que han padecido toda clase de vejaciones en los calabozos de las
cárceles españolas o trabajando como esclavos en el Valle de los
Caídos".
"Mienten quienes les han tachado de rojos", escribe Rojo, y
explica que en ese momento, de los militares profesionales que entonces
estaban fuera de España sólo eran comunistas un general y un teniente
coronel, y añade: "Ciertamente no censuro a éstos porque comulguen con
tales ideas, porque como hombres pensantes que son tienen perfecto
derecho a hacerlo; simplemente les he citado como expresión de la
falsedad con que se viene esgrimiendo aquel calificativo para mantener
encendido el odio y la persecución contra los que fueron leales al deber
que les imponía su juramento".
El punto siete: "Los militares a los que me refiero no han participado
en ningún acto indigno, deshonroso, denigrante, como tampoco han puesto
en su conducta el sello del odio al adversario, ni siquiera del rencor".
El ocho: "Fueron justicieros y magnánimos con los rebeldes compañeros de
armas: no conozco un solo caso de crueldad en la conducta de mis
camaradas". El nueve: "Obraron practicando las virtudes cristianas y
guiados por los principios de la religión castrense en que fueron
educados".
En el punto décimo, el general Vicente Rojo incorpora a su defensa de
los militares profesionales a todos aquellos que lucharon en el Ejército
de la República, a "los demás cuadros de mando de diversas procedencias
que dieron cohesión y eficacia a las unidades armadas durante nuestra
guerra, porque también ellos merecen esa rehabilitación".
A todos ellos les corresponde "ocupar una página de honor en nuestra
historia", escribe el general Rojo. Y termina aquellas cuartillas que
redactó en 1961 en Madrid, dirigidas a ese futuro lejano en que se
pudiera volver sobre los dolorosos hechos de la guerra con mayor
templanza y lucidez, con mayor rigor histórico frente a las
deformaciones de los vencedores: "Lo merecen precisamente por eso,
porque cumplieron su deber, arriesgando su vida desde el 18 de julio
todos los días y a todas las horas y sin ensuciarse las manos de sangre
ni oro. La empezaron pobres y dignos. La terminaron pobres y dignos. A
ningún español, ni a España, han pasado la cuenta del sacrificio que
llevaron a cabo por defender su libertad y su soberanía. El Estado,
algún día, les hará la justicia que merecen".
EL PAÍS - España - 17-07-2006 |