ENTREVISTA
"La amenaza comunista al iniciode la Guerra Civil es un cuento chino"
JOSÉ ANDRÉS ROJO
Cuando el historiador británico Ronald Fraser (Hamburgo, 1930) habla de
los dos años que dedicó a las entrevistas con las que armó su libro
sobre la guerra civil española es rotundo: "Fue la experiencia más
apasionante de mi vida profesional". Y explica que durante ese tiempo
"vivía, respiraba y soñaba (muchas veces con pesadillas) el ambiente
humano y político de la guerra, las ilusiones y decepciones, las
grandezas y bajezas de esos hombres y mujeres que nunca se habían creído
destinados a vivir un trance tan terrible. El terror de la represión,
especialmente la del bando franquista, me impactó muchísimo, como me
impresionó la solidaridad de la que es capaz el ser humano en tiempos
tan críticos".
Hace unos meses se ha reeditado otro de sus libros que dan cuenta de
aquella época convulsa. Escondido. El calvario de Manuel Cortés
(Crítica) reconstruye la vida del alcalde socialista de Mijas (Málaga)
que se escondió al terminar la guerra para evitar que lo fusilaran.
Treinta años después, y cuando su vida ya no peligraba, salió de su
escondite. Fraser publicará en otoño La maldita guerra de España.
Historia social de la guerra de la Independencia, 1808-1814
(Crítica), la investigación a la que ha dedicado 12 años.
Pregunta.
Hace setenta años se produjo el golpe militar que condujo a la Guerra
Civil. ¿Qué destacaría de los primeros momentos?
Respuesta.
El odio. El tremendo odio que existía, sobre todo en Andalucía. Recuerdo
lo que me contó uno que se apuntó a Falange en cuanto se produjo la
sublevación. Poco después iba en un camión con sus camaradas de partido
y vio un montón de cadáveres de campesinos en la carretera, y empezó a
rezar espontáneamente. Uno de los suyos lo reprimió de inmediato: "¿Qué
haces rezando?, a ésos hay que matarlos a todos". La intransigencia era
terrible.
P.
¿La había en todos los bandos?
R.
En todos. Es curioso, de todas formas, que en todas las entrevistas que
hice para Blood of Spain [Recuérdalo tú y recuérdalo a los otros]
nadie reconoció haber matado nunca a nadie. Y eso era imposible. La
memoria es siempre una construcción que cada cual hace para justificar
su postura actual, y las experiencias que vas viviendo cambian la manera
de ver el pasado. Hay determinadas cosas que se han hecho que se dejan
de contar.
P.
¿Es difícil entonces llegar a la verdad de lo que ocurrió a partir de la
historia oral?
R.
Cuando se hace historia oral no se puede hablar de verdad objetiva. No
funciona dentro de esos parámetros, es otra cosa. De lo que se trata es
de conseguir la verdad de la persona a la que tratas, no la verdad en
sí. Lo que yo quería en mi libro era encontrar respuestas a determinadas
preguntas. Quería hacer una historia social de abajo, contar lo que
pasaba con los más pobres, con la gente anónima. Así que cuando hablaba
con ellos no pretendía llegar a ninguna parte, no los forzaba. Tenía que
dejarlos hablar, y te contaban una historia prefabricada, sin ninguna
grieta, impoluta. Cuando ya habían acabado era cuando tocaba preguntar
sobre detalles, cuestiones concretas. Entonces llegabas más lejos.
P.
¿Cómo hizo el libro?
R.
Lo empecé a mediados de los setenta, en pleno franquismo. Fui
localizando poco a poco a las personas y cada una me llevaba a otra, y
ésta, a la de más allá. Me moví por toda España y tenía miedo de que la
policía, que sabría lo que estaba haciendo, me requisara las cintas, así
que se las enviaba a un amigo en Francia. Fue muy bonito recuperar las
experiencias de tantas personas que fueron tan valientes. Muchas de
ellas estaban entonces en la clandestinidad. Lo que me interesaba era
recuperar el entusiasmo de las primeras horas, el sueño de hacer la
revolución y de ganar la guerra al mismo tiempo.
P.
¿Cómo fue esa revolución?
R.
Fue colectivista, la hicieron los grupos vinculados a la CNT. Funcionó
en muy pocos sitios. Era muy difícil, por la ignorancia de los que la
hacían. Uno de los responsables de una de estas colectivizaciones quería
que se llevaran las cuentas. No sabían cómo hacerlas. Lo intentaron con
hendiduras en unas cañas, arreglárselas con un alambre y colillas de
tabaco. Algunos hicieron la revolución con entusiasmo, otros creyeron
que habían ido demasiado lejos.
P.
¿Y los comunistas?
R.
Si la revolución no llegó más lejos fue por la oposición del Partido
Comunista. Apenas tenía militantes al principio de la guerra. Decir que
los militares dieron el golpe para evitar la amenaza comunista es un
cuento chino. Lo que más bien ocurrió fue que la sublevación ayudó a que
se produjera la revolución anarquista. Hasta entonces sólo había sido un
sueño, nunca pensaron que pudiera hacerse realidad, y de pronto vieron
que era posible. Los comunistas, en cambio, seguían la política de
Stalin, la de acercarse a las democracias parlamentarias para defenderse
de la amenaza fascista. Buscaban la unión de las clases obreras con la
pequeña burguesía, la fórmula del Frente Popular. Cuando hice las
entrevistas, muchos comunistas reconocieron el terrible error de no
haber buscado la unidad de las clases obreras. Algunos dijeron, incluso,
que fue esa división la que produjo que descendiera el ímpetu
revolucionario. Y si la gente pierde la ilusión de que su vida será
mejor si obtiene la victoria, simplemente deja de luchar.
P.
Escondido, su libro sobre el alcalde socialista de Mijas, propone
otra mirada sobre aquella época.
R.
En 1957 llegué a Mijas. Quería dedicarme a escribir novelas. Aprendí
español para tratar con la gente del lugar. Escuché entonces cotilleos
sobre un alcalde que había desaparecido después de la guerra, e
incorporé su peripecia en la historia que estaba escribiendo. En 1969
estaba en Londres, abrí el Times, leí en primera página la
noticia sobre un tipo que había salido de la casa en la que llevaba
escondido treinta años. Era Manuel Cortés, el alcalde socialista. Viajé
a Mijas, lo convencí para contar su historia.
P.
¿Qué fue lo que más le impresionó?
R.
El pavor. Uno entiende lo que fue la represión franquista al terminar la
guerra cuando sigue la historia de un hombre que se escondió para evitar
que lo fusilaran y pasó treinta años desaparecido por voluntad propia.
P.
La que peor tuvo que llevarlo fue su mujer...
R.
La pude entrevistar después de insistir mucho. Su marido no quería que
hablara y estuvo presente casi siempre, incluso contestando lo que le
preguntaba a ella. Pero un día se aburrió y se fue, y ella explotó.
Contó su vida, y emergió todo su coraje. Y el terror, el terrible terror
que padeció día tras día pensando que iba a ser descubierta, y que
matarían a su marido.
EL PAÍS - España - 16-07-2006 |