Llorenç Roses i Bernat Marquès: Els judicis a la burguesia mallorquina

Memòria Civil, núm. 40, Baleares, 5 octubre 1986

 

 

   

Bernat Marquès i Rul·lan

 

El primero de octubre del treinta y seis, se condenaba a Llorenç Roses Bermejo a la pena de treinta años de reclusión, acusado de oponerse a un documento tan explícito como era el bando de guerra publicado por el general Goded el diecinueve de julio. Cuando, acabado el juicio, le devolvieron a Ca'n Mir, se reflejaba el optimismo en su semblante y no intuyó, en ningún momento, que la sentencia sería revocada. Es más, pese al fracaso de la expedición de Bayo, consumado un mes antes, y a la cruel represión que asolaba la isla, corrían vientos de optimismo entre los republicanos mallorquines, tal vez porque el desconocimiento que tenían del desarrollo de las operaciones de guerra, favorecía la propalación de bulos tendentes a elevar su moral alicaída. Así, al tener noticias los presos de Ca'n Mir de que un reducido grupo de militares reclamaban la presencia de Roses en el despacho del director del centro, creyéndose que iban a pactar con él una posible rendición de Mallorca. El sarcasmo de la escena es evidente. Mientras los presos se congratulaban por una pronta puesta en libertad, Llorenç Roses era sometido a nuevos interrogatorios u empezaba a comprender, lisa y llanamente que iban a por él.

El amanecer del ventisiete de enero del treinta y ocho, Miquel Óleo, inocente capitán de una fantasmagórica quinta columna republicana, se retorcía de dolor sobre la tierra de Son Valero, húmeda por tanta sangre derramada. La historia que le condujo al paredón se había iniciado el ocho de septiembre del año anterior, cuando compareció en el improvisado juzgado de la Escuela de Artes y Oficios para responder del cargo de rebelión militar. Se ha dicho que con su muerte se consumaba una antigua venganza, ejercida por un personaje que había adquirido notoriedad en el nuevo régimen, pero tal vez, los rumores sólo intentan hallar una explicación lógica a una condena que por sí misma no se sostiene. Oleo pertenecía a la nobleza terrateniente y tenía sesenta y seis años. Sólo estos dos detalles ya cuestionan la veracidad de una acusación tan rotunda como es la rebelión militar.

   

Llorenç Roses Bermejo

En realidad, en los juicios siguientes . tanto en el de Roses, como en el de Marquès o de Oleo - las acusaciones que se hacen a los encausados tienen el denominador común de su falta de consistencia y són difícilmente justificables, aún considerando que fueron realizadas en tiempo de guerra. Con todo podría admitirse que estas tres muertes constituyen el flejo sangriento que salpicó a la burguesía una vez desatada la violencia contra las capas populares, si ignorásemos cual era la consideración social de hombres como Oleo y Roses y de familias como la que formaban los Marquès. Todos ellos rompen con los moldes de clase de una nobleza y de una burguesía, que más que detectar legítimamente una ideología conservadora - que aún en el treinta y seis se inspiraba en la figura de don Antonio Maura - militaba en el más puro conservadurismo inmovilista. Constituían, en aquellos momentos, tanto la nobleza como la burguesía, unas clases de poder a la defensiva, incapaces las unas de abandonar antiguos privilegios e incapaces las unas de abandonar antiguos privilegios e incapaces, las otras de ofrecer una alternativa industrial sólida e imaginativa. de ahí arranca, pues, la autoexclusión de su grupo sociológico natural, de los encausados  en los juicios a los que hacemos referencia en el presente número de Memoria Civil. Oleo, Marquès y Roses se marcaron unas pautas de conducta y de actuación totalmente diferenciadas de las que estaban en uso, en una sociedad ensorbecida por su falta de autocrítica y herida de muerte por su propia inanición, tiene que segregar, forzosamente, odios y envidias.

No se nos escapa que la lectura que hacemos de estos juicios que acabaron de forma tan trágica, puede ser tildada de fácil- Y admitimos que lo es, pero no por ello dejará de ser cierta. Por ejemplo, la figura de Miquel Oleo, señor del Rafalet, se hizo popular entre los payeses de Artà i Son Servera, que compartían con él tanto las chanzas como las juergas. Era un hombre de carácter abierto y de formación liberal. Hay una anécdota que le define: él fue el primer propietario rural de la comarca que hizo que sus gañanes durmieran sobre colchón. Y ello provocó la protesta airada de sus convencidos terratenientes, porque comprendieron que la excepción se convertiría en regla y que sus empleados se negarían a dormir en el pajar.

En cuanto a Roses y Marquès es preciso decir que ambos militaban en Izquierda Republicana y que habían ejercido cargos de responsabilidad política, en su pueblo natal, Sóller. Ambos representaban una burguesía vital e imaginativa, tal vez influidos en sus largas estancias en Sudamérica por nuevas ideas empresarialels. Así Roses fue el empresario que intuyó la proyección turística de Palma Nova y propiedad suya fue el restaurante que se elevó sobre la misma playa, y que actualmente aún permanece abierto, convertido en bar. Hasta el restaurante de Roses, se llegaban los mediodías los "bon vivant", la gente adinerada, que podía disfrutar durante los almuerzos de un entorno paisagístico que, por entonces, era auténticamente privilegiado. Precisamente Goded realizó allí la última reunión de camaradería con sus colaboradores en el alzamiento.No se hubiese imaginado Roses - en caso de saberlo - que el último brindis del general en su propia casa, significaba nada más y nada menos que toda una declaración de guerra.