HORACIO G. WELLS Y LA GUERRA
Pensando en la solución
Palabras de Wells, el gran escritor socialista
inglés, en la introducción a “La Guerre Illustré”
La causa de una guerra y su objeto no son
precisamente una misma y sola cosa. La causa de
esta guerra fue la invasión de Luxemburgo y
Bélgica. Declaramos la guerra porque un Tratado
nos obligaba a ello. Hemos contraído la
obligación de proteger la integridad de Bélgica
desde que existe este reino. Si los alemanes no
hubieran violado la garantía que, como nosotros,
habían ofrecido a la neutralidad de esos
pequeños Estados, seguramente no estaríamos hoy
en guerra. Las fortificaciones de la frontera
Este de Francia habrían podido resistir a todo
ataque sin ningún auxilio de nuestra parte. Por
ese
la do no teníamos deberes ni intereses. Respecto
de Francia, no estábamos comprometidos más que a
protegerla contra un ataque por mar; pero los
alemanes nos habían ya prometido no atacarla de
ese modo. Ha sido nuestro Tratado con Bélgica y
el súbito ultraje inferido al Luxemburgo lo que
nos ha precipitado a ese conflicto. Ninguna
potencia hubiese respetado nuestra bandera ni
aceptado nuevamente nuestra palabra si no
hubiésemos peleado.
Tal fue la causa inmediata de la guerra.
Teníamos que combatir porque no obligaban a ello
nuestro honor y nuestra palabra.
Volvamos ahora al objeto de esta guerra. La
empezamos porque nuestro honor y nuestra palabra
no obligaba a ello; pero estando hoy en guerra,
debemos preguntarnos cuál es el fin que han de
asegurar nuestras armas. No podemos simplemente
hacer repasar la frontera belga a los alemanes y
decirles que no vuelvan a pasarla. Estamos en
guerra con ese colosal imperio militar, con el
que hemos procurado con todas nuestras fuerzas
estar en paz desde que se levantó sobre las
ruinas del imperialismo francés en 1871. Y la
guerra es un combate a muerte. Ahora tenemos que
destruir o ser destruidos. Por nuestra parte, no
hemos buscado semejante liquidación de cuentas.
Habíamos hecho lo posible para evitarla; pero
ahora que hemos sido obligados a emprenderla, es
nuestro deber imperativo hacer una liquidación
final. Esta guerra alcanza a todo ciudadano y a
todo hogar de cada uno de los países empeñados
en la lucha. Como ha dicho Mr. Sidney Low, ésta
no es una guerra de soldados sino de pueblos
enteros. Es una guerra cuyos resultados han de
ser tan decisivos que cada ciudadano de los
pueblos en conflicto pueda comprender lo que ha
pasado. No debe concluirse ningún arreglo
diplomático que permita al imperialismo alemán
ocultar su derrota a su pueblo y volver a
empezar de nuevo sus preparativos. Debemos
proseguir la lucha hasta llegar al momento en
que la nación alemana entera sepa que ha sido
derrotada y esté convencida de que se ha dado un
hartazgo de guerra.
Combatimos a Alemania. Pero combatimos sin
ningún odio contra el pueblo alemán. No queremos
destruir su libertad ni su unidad, sino
aniquilar un mal sistema de Gobierno y la
corrupción, tanto mental como material, que ha
invadido la imaginación alemana y ha tomado
posesión de la vida de su pueblo. Tenemos que
deshacer el imperialismo prusiano tan
completamente, como la Alemania de 1871 deshizo
el imperialismo putrefacto de Napoleón III.
También hemos de aprender en la falta cometida
con ocasión de aquella victoria a evitar un
triunfo vindicativo.
El imperialismo prusiano ha sido durante
cuarenta años una peste intolerable en el mundo.
Desde la derrota de la Francia de 1871, esta
peste no ha dejado de aumentar y extender su
sombra sobre Europa. Alemania ha predicado ante
el universo inquieto una propaganda de fuerza
bruta y de materialismo político. Ha alardeado
de que el cimiento de su unidad es de “sangre y
hierro”; y sus hombres de Estado, y sus
profesores, pequeños y agresivos, que han
dirigido sus destinos a la lucha actual, ha
profesado casi abiertamente una doctrina cínica
y un desprecio completo hacia otro fin que no
sea el egoísmo nacional, elevado por ellos a la
categoría de una religión … La brutalidad física
y moral se ha apoderado del espíritu alemán, y
después de Alemania ha ganado al mundo entero.
Yo quisiera poder decir que el pensamiento
alemán y americano han escapado completamente a
esa influencia nefasta. Pero hoy sacudimos al
fin las trabas y vamos contra esa iniquidad para
liberar de ella al mundo. El mundo entero está
cansado de ella. Y “Gott” (Dios) –ese “Gott”
cuyo nombre se invoca perpetuamente-, “Gott”
debe estar también cansado.
Esta guerra es ya la mayor guerra de la
historia. No es una guerra de naciones, es la
guerra de la Humanidad. Es una guerra cuyo
objeto es exorcizar una locura mundial y poner
fin a una era.
Y adviértase bien que esta corrupción pública
hipócrita tiene también su lado secreto. El
comerciante que profesa cínicamente la falta de
honradez en sus propias transacciones
comerciales, hará bien en asegurarse los
servicios de una policía particular y adquirir
una caja registradora automática para uso de su
propio cajero. Es, pues, perfectamente natural
que ese sistema, cuyo exterior es tan vil, esté
corrompido hasta la médula. Al lado del Kaiser
está la Casa Krupp, la segunda cabeza del Estado
Mayor; sobre las propias gradas del trono se
halla el “trust” de los armamentos, ese
bandolerismo organizado que, en su sed
insaciable de ganancias, ha socavado en su base
la seguridad del toda civilización, comprado y
dominado la Prensa, inspirado la literatura
nacional y corrompido las Universidades.
Hemos advertido demasiado tarde que la Humanidad
había cometido una locura incalculable
permitiendo que Empresas particulares extraigan
beneficios de los preparativos guerreros.
oooooOooooo
Esta guerra es una guerra de paz.
Su objeto es el desarme. Su objeto es un acuerdo
que ponga fin para siempre a esos armamentos.
Todo soldado que pelee con Alemania es un
cruzado contra la guerra. Esta guerra, la mayor
de todas las guerras, no es una guerra como las
otras: es la última guerra.
-
No habrá más Kaiser; no habrá más Krupp. Estamos
resueltos a ello. Hay que poner fin a esta
locura.
oooooOooooo
Publicamos este trabajo a pesar de hacer algún
tiempo que lo publicó la Prensa de Madrid, por
los interesantes puntos de vista que contiene y
de que seguramente, muchísimos de nuestros
lectores lo ignoraban
Núm. 660,
3 de octubre de 1914 |