1924 – EN NUESTRO PUESTO – Defendiendo actitudes

No es de ahora la cruzada emprendida por ciertos núcleos intelectuales de tendencia antisocialista pretendiendo envolver a nuestro Partido en las responsabilidades cuantas desdichas provoca la reacción.+

“La guerra europea estalló por culpa del Socialismo”, decían estos mismos agoreros de café. “El Socialismo está destrozado”, gritaban más tarde cuando Lenin dio vida al comunismo ruso.

“El Directorio existe en España, dicen ahora, porque el Socialismo quiere”. No valdría la pena de desvanecer ciertas maniobras pueriles si las redes, hábilmente tendidas, no fuesen cayendo incautos comentaristas que, al tragar el anzuelo, vienen a reforzar la infame labor de quienes nunca se supo en que campo militaban, cuáles eran sus ideas y a que disciplina política estaban sujetos.

Así, hombre tan bondadoso, como don Roberto Castrovido, en un artículo que, según ha llegado al público, resulta elogioso para el Directorio, dice lo siguiente:

“No sin fundamento proclamó quietud el Partido Socialista. Razonó bien, muy bien, su actitud. Es lo que disiento del Socialismos únicamente es en la colaboración del señor Llaneza”.

¿Cómo podría discurrir de este modo el señor Castrovido si no fuese por ese ambiente pernicioso, basado en falsedades, a que aludimos más arriba?

El Socialismo definió su actitud desde el primer momento, y sólo quienes no hayan querido enterarse han podido atribuir a colaboración lo que ha sido norma de conducta política nuestra en todas las ocasiones.

El Directorio nació como todo el mundo sabe. ¿Qué responsabilidad tuvo en este hecho la clase obrera que sigue nuestras inspiraciones? Ninguna. Hacer frente por la violencia a los generales que siguieron al señor Primo de Rivera hubiera sido sencillamente suicida.

¿Quién se encargaría de nuevo del Poder? Liberales y conservadores le dejaron abandonado, sin lucha, sin gallardía, sin haber sentido más tarde la dignidad política ofendida. ¿Solidaridad espiritual con esos partidos, cuya desaparición es un bien para España?  Nosotros no la aceptamos, ni tenemos por qué llorar su muerte, ni aspiramos a ser sus herederos.

No tenemos las manos libres para juzgar la obra de gobierno del Directorio, y eso mismo nos veda aplaudir porque no podemos censurar: Lo que desde luego rechazamos son las posiciones cerradas, de crítica negativa contra todo. Cierva y Maura, con ser los hombres más funestos de la política española, cuando desde el Poder hicieron algo que estaba bien orientado lo reconocieron así organismos y hombres de nuestro Partido.

La serenidad para juzgar y la imparcialidad para proceder es indispensable en todo momento. Por eso duele que se juegue al equívoco con el concepto “colaboración”.

Llaneza habló con el Directorio, fue a Almadén requerido por los obreros de aquella cuenca y su intervención dio lugar a que el director de las minas fuese sustituido, como se pedía; a que los obreros tengan intervención en el Consejo de Administración y a que se haya nombrado un nuevo organismo para fiscalizar la actuación de esa Empresa nacionalizada y garantizar la vida de los mineros de Almadén. ¿Es eso colaborar? Pues eso lo ha hecho siempre el Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores en defensa de la clase obrera, y esa actuación nuestra en el Instituto de Reformas Sociales, en el de Previsión, en las Juntas Locales y en los Tribunales Industriales no llevó nunca aparejada responsabilidades políticas con los gobernantes que, si no eran militares, mantenían la vida constitucional suspendida y no daban a los hombres de ideas sinceramente liberales garantías de actuación ni de pensamiento, como en tantas ocasiones hemos probado.

Pero ahondemos más aún. ¿Es que hay grupos políticos burgueses que están contra el Directorio? ¿Cuáles? Tienen el deber de hablar al país. Nosotros lo hemos hecho siempre que ha habido ocasión. Ni a los militares les convendrá dar la sensación de que son instrumento nuestro, ni nosotros soportamos en silencio se insinúe una colaboración con ellos que no existe.

No somos un partido monárquico. No aspiramos a gobernar con la dinastía. Más aún: no gobernaríamos ni aún con la República en tanto las circunstancias políticas no nos obligaran a ello. Partido de masas, con soluciones para el porvenir, aspiramos a educarnos en la oposición, disciplinando nuestras fuerzas en una actuación legal y pública que haga acrecer nuestro espíritu de partido de clase para ser instrumento definitivo, no solución interina que devoren rápidamente nuestros adversarios.

De Directorio no hemos aceptado nombramientos políticos. El republicanismo, más obligado, no llegó a tanto. ¿Por qué, pues hablar de “colaboración”? ¡Ah, es que se querría que la batalla la diera la clase trabajadora, sólo la clase trabajadora como en 1917 … No, no. La causa principal del descrédito de los políticos burgueses españoles es su falta de fe en las ideas y su proceder inmoral. Seer carne de cañón para encumbrar de nuevo a los responsables de cuarenta años vilipendiosos sería una insensatez. El proletariado tiene una Revolución que hacer: la suya; pero no la de la burguesía. Y ésta, por lo que se ve, está todavía con el régimen monárquico y con el Directorio.

Si alguna vez cambiase de actitud, el proletariado tendría la obligación de no estorbar los movimientos progresivos de las fuerzas liberales. Sustituirlas en la dirección política del país, gobernando con criterio ajeno, de ninguna manera.

Y eso sería lo que sucediese si nosotros nos enfrentáramos con el Directorio, como si los expulsados del Poder hubieran sido correligionarios nuestros.

Seguimos, pues, en nuestro sitio de siempre. Nada hay que nos obligue a cambiar. Nada tenemos que reprocharnos, estando seguros de que lo único que se salvará de la actual crisis política será nuestro Partido y con él la clase trabajadora que sólo en su disciplina, en su fuerza, en su actuación como clase debe poner esperanzas para cuando llegue el momento de servir al país desde los altos puestos de la gobernación del Estado, sin confusionismos con fuerzas desacreditadas y desmoralizadas.

EL OBRERO BALEAR nº 1147

4 de abril de 1924