INAUGURACIÓN DE LA CASA DEL PUEBLO  – José Enseñat

A LOS OBREROS PERIODISTAS

No podría responder a la amable invitación de este semanario con unas frases de mero cumplido. La cortesía medida, excesivamente calculada, pone frío aún en los mejores casos de gratitud y yo quisiera revelar bien cálida mi simpatía y mi contento hacia este número extraordinario de EL OBRERO en ocasión de inaugurar su nueva Casa del Pueblo. Por otra parte, aún perteneciendo a un partido de tradición burguesa, no me considero totalmente extraño al colectivismo general, y mucho menos al obrerismo genuino, claro está. Discutir, a estas alturas, como hacían algunos repúblicos de antaño, si un liberal ha de ser socialista o individualista, es una inane majadería. Socialismo e individualismo no son antitéticos porque basta un poco de sentido –sobre todo sentido histórico – para ver, más que saber, que se refieren a problemas distintos. De lo contrario, un inca comunista del antiguo imperio peruano fuera tradición de socialismo como el medievo sería base de nuestras libertades. Por más que Montesquieu diga y rediga que éstas hallen su raíz en las selvas germánicas, yo seguiré viéndolas en Platón, por ejemplo, en la Ciudad Soñada, depuradora de la ciudad ateniense en ejercicio. Y en Platón, como en las orientaciones de los grandes reformares del Atica, late, al lado de una democracia cada vez más perfecta, un deseo de sociedad más perfecta también. Liberalismo y socialismo aspiran a un denominador común, a la Emancipación, y la emancipación es blanca como el sol. Descompuesta la luz, como en el arco iris, tengo por muy difícil señalar en donde “termina” la misión de los liberales y en dónde “comienza” la de los socialistas. Más difícil les ha de ser a los mismos trabajadores no ya discernir los extremos contiguos, como en el caso expuesto, sino las mismas márgenes opuestas, entre sus ideales de matiz diferente. Por eso a mi, que no suscribiría ninguna ortodoxia de las modernas escuelas sociales y que sin embargo, no solamente no combato la orientación obrerista en mi continuado trabajo de prensa, sino que fuera incapaz de intentar suscitación de divisiones entre dos cualesquiera de sus matices más sensibles a la interna querella, me parece imposible que puedan entretenerse en ésta los trabajadores mismos, poniendo más encono que en combatir al común enemigo.

Pero éste que viejo achaque no es el más interesante para nosotros hoy. Hemos de poner de relieve otros dos, llamando especialmente la atención, en estas circunstancias de ahora, a los obreros periodistas, sobre fuentes estériles de malgastadas energías, sólo provechosas al contrario.

Uno de ellos es la red que siempre está extendida en un país falto de libertad. Otro se refiere a la facilidad en dejarse engañar por los más tontos.

Quiero indicar respecto del primer punto, que los obreros que tienen afición al periodismo, como medio de propaganda, deben hacer todo lo que sea posible para no caer en las mallas de la ley. Decimos esto porque experimentamos un vivo sentimiento de dolor, cada vez que nos encontramos con un trabajador perseguido por la justicia, por uso ilícito de pluma y aún de palabra. Hemos sacrificado la belleza de otros temas a éste al que consideramos de suma necesidad recalcarlo en ocasión tan propicia como hoy. Si la ley es estrecha, el ingenio puede ensancharla. Cuando se tiene necesidad de exponer algo que aquella, dictada por el privilegio o por el atraso mismo de una constitución, prohíbe, debe acudirse a todo recurso lícito que haga compatible la publicidad con la irresponsabilidad penal. Nada de hacerse el cándido, de malograr una labor por una tozudez. Lo que hace eficaz la irradiación de una doctrina, no es una frase audaz, ni un concepto descarnado, sino el magisterio y profesión de ella, continuado, valiente leal. En cambio, dejarse envolver por causas, que expresadas de otra manera y quizás con más fuerza, no llamarían la atención de ningún guardián, es perder, al menos, un tiempo precioso, sin ganar nada la causa principal. Hay que azuzar el ingenio, ser siempre sincero, noble, decidido; pero jamás hacer que se ría la caterva de enfrente por cosas que no dañan al enemigo, verdaderamente ni elevan la propia conciencia a la categoría de mártir. Si se ha de llegar, alguna vez, a este extremo, que sea a costa del adversario mientras queda hecho solemne testimonio e la propia fe.

He de referirme, por último, a la infinita consideración concedida por los obreros militantes a sus adversarios tontos. Aunque muy joven, tengo hechas mis experiencias. Y una de ellas es que, frecuentemente, el ataque de los espíritus nobles es el honor que busca el malvado, como distinción suprema. Demasiado a menudo pierden el tiempo los trabajadores replicando a los imbéciles que se han enmascarado con facha de enemigos. Unamuno decía una vez de un libro suyo, que lo había escrito para volver locos a los tontos, porque es la única manera de salvarlos. Eso si, que se vuelvan locos los tontos, que rabien los imbéciles; pero jamás darles pábulo a que crean que son capaces ellos de entontecer a los buenos, dialogando, continuamente, de manera que puedan engañar a los ingénuos presentando su falta de seso como simple habilidad de embusteros.

José Enseñat

EL OBRERO BALEAR nº 1136

18 de enero de 1924