1924 – LOS SINDICALISTAS Y LA UNIFICACIÓN DEL PROLETARIADO PALMESANO

Desde que se inauguró la Casa del Pueblo y tomando pie de unas palabras mal interpretadas del donante del edificio don Juan March y otras del presidente del Patronato del inmueble, los sindicalistas –que en unión de comunistas rompieron la unidad obrera yéndose con sus sindicatos a formar rancho a parte- ahora que se ven solitos en medio del desierto en que les han dejado los trabajadores están haciendo mil piruetas para entrar en la Casa del Pueblo pretextando que quieren la unificación obrera, la que, sin escrúpulo alguno, destrozaron y seguirán destrozando cada vez que la candidez de los trabajadores asociados se lo permita.

Como quiera que sus sindicatos se deshagan como un volado dentro el agua, han alzado la bandera de la unificación para que su entrada en la Casa del Pueblo eclipse su fracaso y tenga todas las apariencias de un acto altruista. Esta habilidad nos parecería muy lógica y seria tolerable si sólo tendiera a que su ingreso en el referido local apareciera lo menos humillante posible ante los suyos, pues del alguna manera han de justificarse ante aquellos trabajadores que se dejaron arrastrar por ellos cuando se fueron de la calle de Ballester porque les repugnaba convivir con los socialistas en un local pagado por un millonario, repugnancia que no tuvieron para aceptar el regalito, ni durante el tiempo que ellos pudieron mangonear la dirección y administración (de triste memoria) en aquel local, con lo cual demostraron que en teniendo el mundo ellos no hay pujos de repugnancia que valgan.

Pero los sindicalistas no sólo pretenden atenuar sus errores y fracasos ante los suyos con la capa de la unificación, sino que por encima de ésta ponen otras condiciones que ya ni son lógicas ni tolerables. Pretenden nada menos que antes de ingresar en la Casa del Pueblo se modifique o se les prometa modificar a su capricho la escritura y reglamento interior del edificio. Y esto, camaradas sindicalistas, ni con la ayuda de fatuos y ridículos cirineos lo conseguiréis. No lo conseguiréis porque es un absurdo, porque equivale a rebajar la dignidad de las entidades que viven dentro la Casa y hipotecar la voluntad y el voto de sus socios, hipoteca que en casos como éste no tiene valor alguno.

Inútiles son, por consiguiente, todos vuestros tanteos y reuniones para obtener promesas sin valor. La citada escritura y el reglamento tienen sin duda yerros que en su día serán modificados si impera el buen sentido, pero no porque vosotros lo pidáis desde fuera y como condición precisa para entrar a convivir en la Casa del Pueblo, pues ni vosotros sois más guapos que los que ya conviven en ella ni con vuestra previa y absurda pretensión demostráis que lo que os guía es hacer la unificación obrera de que tanto alardeáis, pues la dejáis en segundo término y además no tiene nada que ver la unificación del proletariado con los yerros que pueda haber en unos documentos que sólo representan el título de propiedad de un edificio y regularizan un régimen representativos y administrativo. ¿No os parece que subordinar la idea de unificación a una simple cuestión de propiedad y administración de un edificio es considerar más valor al concepto de propiedad que al de la unión obrera? En los hombres de ideología burguesa tendría eso su explicación, pero en los sindicalistas que en su vida les han importado un pito las cuestiones de propiedad y que para huir de ese principio ni siquiera se cuidaron en toda España de levantar una mala Casa del Pueblo que les sirviera de albergue social, vamos, hombres, que vuestros propósitos de unificación del proletariado palmesano subordinándolos a la modificación previa de una escritura de propiedad revelan que ni sois sindicalistas conscientes ni tampoco queréis la unificación. Lo que pretendéis es mover lío, que nunca habéis sabido hacer otra cosa.

Los sindicalistas viven ahora en un local alquilado, que por ser propiedad de un burgués éste lo representa y administra, sin obligación de darles cuenta de nada. Allí viven con toda dignidad e independencia y mientras paguen su alquiler y no estropeen el edificio nadie se mete con ellos. En ese mismo local propiedad de un burgués y representado y administrado por un burgués, ningún sindicalista se opondría a que se hiciera la unificación obrera deseada, porque la considerarían muy lógica, muy digna y muy conveniente. En cambio, esos mismos sindicalistas no pueden aceptar, porque su dignidad sufriría demasiado el convivir con las demás Sociedades obreras en un local propiedad de todos los trabajadores, representado y administrado por trabajadores a base de un Comité o Patronato elegido por los trabajadores, con obligación de dar cuenta de su gestión a los trabajadores y con derecho de los trabajadores a fiscalizar la gestión administrativa del Comité. En un edificio representado y administrado por un burgués, si pueden; pero representado y administrado por trabajadores con garantía de libertad completa para el funcionamiento de los Sindicatos .. ¡eso constituye un atentado a la dignidad de los sindicalistas!

De donde resulta que lo de la unificación obrera es un mito para los sindicalistas y que lo que persiguen es que previamente a todo y por encima de todo se modifique la escritura de propiedad de la Casa del Pueblo para abrirse camino por donde poder asaltar el Patronato y mangonear la administración del edificio a la manera que nos tienen acostumbrados a administrar todas las cosas de la clase obrera. Y eso, amiguitos, está muy verde aunque alguien lo vea color de rosa.

Abiertas están las puertas de la Casa del Pueblo a todos los Sindicatos Obreros que acepten su reglamento y no se crean menos ni más dignos que los que ya están. Imponer condiciones previas de reforma de documentos que las Sociedades que están dentro aceptaron es querer humillar a éstas y a esas humillaciones no podrá prestarse nadie como no sean un zoquete sin emociones de dignidad representativa. Y aún en el supuesto de que abundaran esos zoquetes no faltaría quien impidiera triunfases esos manejos de burda comedia de los sindicalistas y en la que no faltan comparsas para dejar en el mayor de los ridículos a las entidades de la Casa del Pueblo.

Todos queremos la unificación obrera a base la convivencia común en la Casa del Pueblo y sin duda todos sentimos la necesidad de alguna modificación en la escritura, pero esa necesidad es secundaria, no afecta para nada el libre desenvolvimiento de los sindicatos ni de sus ideas y mucho menos puede ser invocada como condición previa para hacer la unificación si es que honradamente se tiene ese sentimiento.

El movimiento se demuestra andando y si de veras quieren los sindicalistas es unificación ya saben lo que les toca hacer: andar, es decir, pedir el ingreso en la Casa del Pueblo.

Todo lo demás es querer ser más papistas que el papa y demostrar que no se quiere lo que se dice que se quiere.

EL OBRERO BALEAR nº 1150

25 de abril de 1924