REDENCIÓN

 

¡Qué hermosa fiesta la vuestra! Contrastando con el dolor que aflige al mundo, vuestras rojas banderas, vuestras giras y vuestros cantos, en plena primavera, entre el abrir de los capullos, me parecen como un brote de libertad, como un brote espléndido de primavera florida.

 

Sois la sola esperanza, la futura vida. Vuestro problema es el gran problema de la humanidad, tal vez el único que de manera imperiosa habrá de resolverse terminada la gran tragedia.

 

Tres grandes cuestiones han preocupado a la humanidad en nuestros tiempos; el clericalismo, el militarismo y el socialismo. Y triste suerte la nuestra; el hombre de España no figura en ninguna de esas grandes luchas.

 

Francia, nuestra amada patria espiritual, supeditando la Iglesia al Estado, batió valientemente el clericalismo y arrancó para siempre de las conciencias las tinieblas que dificultaban el libre desarrollo de los espíritus. La historia ha deparado a esa misma Francia, siempre redentora, acogiendo amorosamente siempre las grandes reivindicaciones, la gloria de aniquilar el militarismo prusiano y, gracias al heroísmo del Somme, del Marne y de Verdún las águilas imperiales vuelan ya a ras de tierra y se repliegan heridas.

 

Inglaterra, la civil Inglaterra, libre del germen militarista, ha dado golpe de muerte al ejército profesional y asombrando al mundo ha puesto en pié de guerra millones de hombres que baten gloriosamente los ejércitos del Kaiser desde el Somme a Yprés, secundada brillantemente por todas sus colonias que como tributo a su bienhechora política colonial han querido compartir con la metrópoli, en hombres y en dinero, la gloria que les reserva la historia.

 

Y en un país donde la propiedad y el régimen político tienen una fisonomía especialísima que parecía secularmente arraigada en las conciencias, ha sido posible que ocupara el primer puesto de la nación hombre como Llody George cuyo espíritu, intensamente liberal y democrático está en pugna abierta con la constitución tradicional de su país y cuyo genio vigoroso va sembrando de su patria gérmenes altamente transformadores.

 

Hasta Rusia ha podido librarse en estos días de sus trabas seculares y la presencia en su Gobierno de temperamentos tan revolucionarios como Milyukoff y Kerensky permiten abrigar la esperanza de que no servirán ya no la tétrica fortaleza de Pablo y Pedro ni las heladas estepas de Siberia para ahogar las ansias regeneradoras de sus más grandes hombres.

 

Mientras esas grandes luchas han conmovido el mundo hemos pretendido nosotros permanecer ajenos a ellas como si tarde o temprano no hubieran de repercutir en nuestra tierra. Esa es precisamente, tal vez a pesar nuestro, nuestra salvación. La humanidad no tiene fronteras y sus latidos se reflejan y repercuten en todas partes. Ya veis como de cada día va siendo más difícil la situación de los países neutrales porque no hombre ni pueblos pueden permanecer neutrales cuando luchan en el mundo la libertad contra la autocracia.

 

Esta guerra, trabajadores, habrá precipitado el advenimiento de vuestros tiempos. Lo que antes parecía utópico la experiencia ha demostrado que puede ser realidad; casi todos los países en guerra han nacionalizado la mayor parte de sus medios de producción y ésta no había sido nunca tan intensa. Por otra parte, esta guerra, entre otros tópicos, ha echado al suelo el del ejército profesional; hoy todos los ricos y pobres, sufren los mismos sinsabores y luchan juntos en el dolor y en la gloria y cuando retornen a sus hogares no consentirán que sus penalidades hayan sido estériles y que unos pocos hayan de seguir disfrutando las delicias de la vida mientras los otros hayan de continuar arrastrando sus miserias.

 

Cantad trabajadores, gritad, exigid, izad bien alto vuestra roja bandera. Vuestro día se acerca. Entre la inmensa conmoción que agita el mundo vuestra causa aparece como un arco-iris de esperanza. Sobre las ruinas de la actual tragedia elevad vuestro canto redentor y preparad amorosamente vuestros brazos para recoger los anhelos de la doliente humanidad.

 

Alejandro Jaume

 

EL OBRERO BALEAR

Núm. 794, 1 de mayo de 1917

 

PRIMERA GUERRA MUNDIAL