Alexandre Jaume        1º de Mayo - Socialismo y paz

 

Quienes conocen sólo superficialmente los grandes movimientos sociales de nuestros tiempos –y en ese caso se halla casi toda la burguesía- llegan, fácilmente, a la conclusión de que los partidos que recogen en sus programas las ansias y palpitaciones que agitan a las multitudes obreras, son partidos de desorden y de perturbación. Para esos espíritus simplistas el régimen actual es la encarnación viva del orden, de la justicia, de la paz social. De ahí que para ellos quines intenten cambiar y remover las bases estructurales de ese régimen, deben ser combatidos despiadadamente, como elementos dañinos y colocados fuera de la órbita de los beneficios y garantías sociales.

No nos extraña ese injusto raciocinio, hijo de la pasión y de la ignorancia. Todos los grandes movimientos liberadores han merecido el mismo injusto concepto, todo progreso humano se ha realizado venciendo la resistencia de los elementos que resultaban lastimados con el avance. El transcurso del tiempo y el estudio sereno y reflexivo llegan a modificar aquella conciencia morbosa. Yo mismo recuerdo aún, perfectamente, el estupor que producían en mis años de niñez, aquellas manifestaciones imponentes del 1º de Mayo, aquellos mítines de ambiente tan caldeado, aquellas giras campestres que perturbaban la tranquilidad de nuestros paseos cotidianos. No comprendía entonces –envenenada mi conciencia por los prejuicios- como comprendí más tarde, que el espíritu que ponía en marcha a aquellas multitudes no era un espíritu perturbador, sino un ideal de paz y de fraternidad universal, ideal cuya mayor grandeza estribaba en el hecho de que era de lejana realización y de que por lo tanto, todos aquellos obreros que desfilaban vibrantes por nuestras calles tenían plena conciencia de que no conseguirían para ellos las reivindicaciones que formulaban. No era el egoísmo de conseguir mejoras de momento lo que agitaba a los obreros, era el amor a la justicia y a la humanidad. No luchaban para conseguir su propia liberación, sino la liberación de las futuras generaciones.

Algunas de las reivindicaciones formuladas por la clase trabajadora desde que se celebra el 1º de Mayo comienzan a infiltrarse en el articulado de las leyes. La jornada de ocho horas, pese a la resistencia que algunas grandes potencias oponen a la ratificación del Convenio de Washington, está ya implantada de hecho en las principales industrias de los principales países. La labor de nuestros antecesores de causa comienza a dar sus frutos.

Este año la Internacional Obrera Socialista, ha ordenado, con muy buen sentido, que incluyéramos entre nuestras peticiones el mantenimiento de la paz. Tomen nota de ellos quienes acusan al partido socialista de preocuparse exclusivamente de intereses materiales, de tener cerrados sus ojos a las grandes inquietudes espirituales. Y he aquí como el partido socialista, considerado antaño como partido de desorden y de perturbación desplegará este año, en todas las ciudades del mundo, ante desorden y el caos burgués, la bandera de la paz.

No existe, en efecto, en estos momentos, preocupación mayor que la que proporciona el peligro, cada día creciente, de nuevas guerras. Ingenuamente creíamos que el escarmiento de la gran guerra detendría por largos años el impulso bélico de nuestros gobernantes. Pero no ha sido así. Apenas comenzada la reconstitución de vidas y de fuerzas devoradas por aquella tragedia espantosa, el peligro asoma nuevamente.

La política imperialista de casi todos los gobiernos está sembrando en todos los continentes gérmenes de nuevas guerras. En el extremo-oriente, las grandes potencias tratar de ahogar, con el envío de barcos de guerra y contingentes armados, el despertar del pueblo chino en su lucha decidida por su independencia e intentan conservar, violentamente, tratados inicuos, concesiones y privilegios en extraterritorialidad, rechazados por el derecho de gentes.

En América ocurre lo propio. En Méjico un gobierno verdaderamente democrático se esfuerza en sustraer las riquezas naturales del país a la voracidad de los capitalistas extranjeros. Y el capitalismo americano, partidario ayer del derecho de los pueblos a gobernarse por sí mismos, se opone hoy, cínicamente, a las justas aspiraciones del pueblo mejicano.

En Europa la situación no es más halagüeña. El peligro de una guerra balcánica, con todas sus terribles consecuencias, amenaza nuevamente. Albania está en vías de ser convertida en colonia italiana.

[Este número ha sido revisado por la censura]

¿De qué fuerzas dispone actualmente el mundo para asegurar el mantenimiento de la paz?

La Sociedad de Naciones podría haber realizado una gran obra en tal sentido. Pero, hoy por hoy, hemos de ser escépticos en cuanto a su eficacia. Entre las promesa de Wilson y los resultados conseguidos hasta ahora media un abismo ……………………………………………………………………………….

Mientras el gobierno de las naciones esté en manos de los capitalistas y la posesión de un nuevo mercado o una mera cuestión aduanera pueda perturbar la paz de las cancillerías, no podremos depositar en ese organismo internacional grandes esperanzas.

El Socialismo es en estos momentos el factor más decisivo para asegurar la paz entre los ente los pueblos. Recordemos que ha sido en Dinamarca, bajo la influencia socialista, en donde se ha planteado seriamente la cuestión del desarme. Ahora mismo el Congreso francés acaba de aprobar el proyecto del diputado socialista Boncour, inspirado en la grandiosa concepción del llorado Jaurès, proyecto que constituye un paso de gigante hacia el aseguramiento de la paz.

El Socialismo internacional, la fuerza obrera de todos los países, unida y organizada, es el freno más potente contra posibles aventuras bélicas. Para la clase trabajadora, que es la que sacrifica mayor número de vidas en una contienda, por ser la más numerosa, y la que más sufre las consecuencias de la destrucción de la riqueza por sus brazos creada, es una cuestión vital la conservación de la paz entre los pueblos. El ideal de la clase trabajadora es crear y no destruir, aporta sus brazos y el sudor de su cuerpo al mejoramiento de la vida, no a la destrucción y a la muerte.

Alejandro Jaume

EL OBRERO BALEAR nº 1306

1 de mayo de 1927