Ignacio Ferretjans                Los albañiles y su organización                                                     

Ha pasado el año 1926 y los que hemos tenido los cargos directivos de nuestra entidad debemos tener interés en que nuestra gestión trascienda a la publicidad para conocimiento de aquellos elementos que, por recelo o indiferencia no han acudido a engrosar nuestras filas.

Asimismo debemos preguntarnos: ¿ha sido acertada nuestra gestión? ¿Habremos conseguido sentar una base sólida a nuestro organismo sindical? La contestación no puede ser pesimista, hemos logrado algo, no todo lo que aspiramos porque esto no se consigue en un día ni tal vez en un año.

Hemos conseguido reorganizar a las sucursales y aumentar el número de asociados; nos hemos ocupado de la crisis de trabajo; hemos constituido el Comité Paritario, quien está a punto de resolver sobre unas bases por nosotros presentadas para reglamentar los salarios y la jornada de ocho horas en nuestro oficio; todos los accidentados han sido debidamente atenidos y hemos aumentado considerablemente los fondos de socorro; hemos prestado solidaridad material a medida de nuestras fuerzas a los presos sociales y a los movimientos huelguísticos de la localidad y del continente y por último hemos emprendido una extensa campaña de divulgación referente a lo beneficios que nos reportan las vigentes leyes sociales.

Estos datos justifican que no hemos perdido el tiempo y que debemos continuar nuestras tareas de reorganización convencidos de que nuestra modesta colaboración personal ha de ayudar a la formación de una conciencia de clase entre nuestros hermanos de oficio.

Para los albañiles es una novedad el hablarles de leyes sociales. La inmensa mayoría adolecen de un desconocimiento total de las leyes del Retiro Obrero, Tribunal Industrial, Ley de accidentes, etc., etc. Por equivocada dirección se ha adueñado de ellos la creencia de que la organización existe solamente para defender las mejoras materiales de la vida. Alguien decía con satisfacción: el gremio acude cuando se le invita para conseguir una mejora de aumento de salario y esto es lo bastante. ¡Como si la misión del hombre sobre la tierra tuviese por única finalidad llenarse el estómago! Esta teoría tan peregrina como perjudicial debemos desterrarla por completo de nuestro oficio. El hombre sin cultura, insensible ante los grandes acontecimientos político-sociales, desprovisto de espiritualidad democrática constituye el más pesado lastre que retiene el adversario de la sociedad más justa y más humanizada.

Ignacio Ferretjans

EL OBRERO BALEAR nº 1292

21 de enero de 1927