Ramón Lamoneda Fernández  /  Homenaje a Costa

 

Como siempre acontece en nuestro país, cuando la Parca segó la vida del luchador que peleó contra la inercia del pueblo y contra la ambición de sus gobernantes a la vez que contra la Naturaleza, que arrebataba a su organismo la energía física; cunado se heló aquel corazón de acero que se mantenía al rojo entre las heladas montañas pirenáicas, aquel corazón ardiente que pretendía transmitir el ardor suyo al pueblo cobarte y resignado; cuando cayó desplomado el cuerpo del titán, todos parece que se han acordado ahora de su talento y portentosa imaginación, y piensn en homenajes y monumentos dedicados al maestro.

 

Los que militaban en sus mismas filas, aunque no siguieron sus ideas, piensan ahora en redirle tributo de admiraciónj y afrendarle un monumento.

 

Los demócratas y liberales, los de la pandilla gobernante, los que calificaron de energúmeno y que no hubieran tenido inconveniente en encarcelarle, los que habían recibido sus zarpazios y habían sido pulverizados por su crítica, los parásito, oligarcas, ambiciosos y farsantes, como si no estuvieran ofendiéndole al continuar su obra de empobrecimiento nacional, con cínica hipocresía, alaban y elogian la obra de Costa y se adhieren al homenaje que se le tributa.

 

¡Cuesta tan poco ensalzar una idea y practicar lo contrario!

 

Nuestro democrático presidente improvisa ante los periodistas discruso grandilocuente y sentimental, elevando la intelectualidad del muerto; nuestro hidráulico Gasset dice que en el pensamiento de Costa está la salvación de España: pantanos, canales, escuelas ... El primero hace intervenir en el duelo nacional al jefe del Estado, que contribuye con una parte de su asignación diaria a la erección de un monumento a la memoria del precario hijo ... y parten tranquilos a las fiestas de Alicante, y mientras la corte se divierte en las regatas y el ministro de Fomento dice que hay que poner en práctica la obra del gran Costa, un pueblo aragonés  Caicena, se reune en la Casa Consistorial para tratar de emigrar en masa ...

 

Mas dejando aparte la visible hipocresía monàrquica, vamos a dirigir unos cuantos razonamientos a los que están identificados con sus ideas y los que admiraban de verdad, por su honradez y por sus ideas.

 

Conviene recordar que Costa, compenetrado del pauperismo y de la degeneración de España, dedicó su inteligencia y su trabajo a estudiar la redención del labriego; por ella entró en la vida política, y cuando al aplicar los remedios, vió que su sana doctrina era semilla que caía en tierra estéril; cuando vió que el partido republicano se desgajaba, movido por la ambición de jefatura de sus caudillos; cuando vió que el pueblo continuaba en la apatía suïcida y en su degeneración espantable, el hombre austero, el luchador incansable, sintiendo la verguenza de que su pueblo fuiera un rebaño de corderos, lanzó contra el país el terrible anatema: “España es un país de eunucos” y nos calificó de “locos, burros y cobardes”, cayendo después influído por los desengaños, en el desaliento y en el pesimismo, que le hizo retirarse de la vida pública.

 

Aquello fue una exaltación de sus ansias regeneradoras, un exceso de amor; quiso ver si España sentía el aguijonazo de su apóstrofe y surgía revolucionaria dispuesta a redimirse. Por eso más tarde, cuando se formó vigorosa y compacta la Conjunción republicano – socialista, Costa tuvo palabras de elogio para Galdós e Iglesias por la indiscutible honradez que representan. Entonces quizá abrigó la esperanza de ver a España elevada y libre.

 

Por eso los que deseen glorificar su obra y su personalidad intelectiva, dedicada a redimir al pueblo laboriosos y productor, no debemos creer que hemos cumplido con nuestro deber, dedicando, en honor del maestro, unas cuantas monedas para pompas y homenajes vanos.

 

Difundamos sus obras por toda España; que el pueblo las lea, inculquemos sus ideas en la masa popular, para que ésta, capacitada y enérgica, derribe a la Monarquíay sobre sus cenizas, y teniendo por base una estricta moralidad administrativa, eleve el monumento de la República, primero que se debe alzar en honordel desaparecido luchador. En él puede darse un puesto al ilustre polígrafo, genuína representación de la austeridad.

 

Costa, como Marx, no necesita monumento, porque allí donde exista una grupo de obreros organizados, allí donde exista un grupo de obreros organizados, allí donde se lean sus obras, y donde exista un periódico que extienda sus doctrinas, allí tendrá un monumento a su memoria. Si los plañideros diarios que hoy lloran su muerte quitaran sus folletines y publicaran en su lugar las obras del ilustre pensador, más le dignificarían.

 

¡Republicanos! ¡Socialistas! Trabajemos todos para redimir a España del yugo monárquico, vigorizando la Conjunción republicano – socialista.

 

Difundamos la doctrina de Costa, y si logramos sacarla de la oscuridad en que yace, podemos decir que hemos cumplido el anhelo del maestro y entonces podemos depositar sobre su tumba una hermosa corona: la de la regeneración nacional

R. Lamoneda

EL OBRERO BALEAR

Núm. 467, 25 de febrero de 1911

 

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