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REGENERACIONISMO | ||||
Se llama Regeneracionismo al movimiento intelectual que entre los siglos XIX y XX medita objetiva y científicamente sobre las causas de la decadencia de España como nación. Conviene, sin embargo, diferenciarlo de la Generación del 98, con la que se le suele confundir, ya que, si bien ambos movimientos expresan el mismo juicio pesimista sobre España, los regeneracionistas lo hacen de una forma objetiva, documentada y científica, mientras que la Generación de 1898 lo hace en forma más literaria, subjetiva y artística. Su principal representante fue el aragonés Joaquín Costa con su lema Escuela, Despensa y siete llaves al sepulcro del Cid. Origen del términoLa palabra regeneración se encuentra ya a principio del siglo XIX y está tomada del léxico médico, como antónimo de corrupción, a fin de metaforizar una expectativa política. En realidad, es una nueva forma en la que se vierte la vieja preocupación patriótica por la decadencia del país, que se expresó en los siglos XVI y XVII a través de la obra de los arbitristas y en el siglo XVIII por medio de la Ilustración y el reformismo borbónico, a veces satirizado en la figura del llamado Proyectismo al que atacara José Cadalso en sus Cartas marruecas. Pero su desarrollo a fines del siglo XIX es una consecuencia directa de la crisis del sistema político fundado por Cánovas en la Restauración: la alternancia de partidos, que había proporcionado al país una falsa estabilidad basada en su triunfo en las Guerras carlistas, era ilusoria y se sostenía sobre la base de una gran corrupción política que impedía visualizar la efectiva miseria del pueblo y el mal reparto geográfico de una tardía revolución industrial, el caciquismo, el pucherazo electoral y el triunfo de una oligarquía económica y política, que habían relegado el papel motor de la burguesía a los reductos catalanes y vascos, adueñándose prácticamente de todo el suelo productivo del campo español mediante tramposas desamortizaciones que generaron improductivos latifundios, creando mano de obra barata en una extensa clase de jornaleros hambrientos. Este término se definió ideológicamente a través de la influencia del Krausismo, filosofía que pregonaba la libertad de conciencia, introducida en España por Julián Sanz del Río. En la actualidad sigue estando vigente dentro del nacionalismo aragonés, del que constituye una de sus bases ideológicas. Revistas del RegeneracionismoLos intelectuales regeneracionistas trataban de forjar una nueva idea de España basada en la autenticidad, por lo que era esencial desenmascarar las imposturas de la falsa España oficial mediante la divulgación de sus estudios en revistas de amplia difusión. Muchas de estas revistas anteceden a las del 98 y en parte se confunden con ellas. La primera fue sin duda la Revista Contemporánea, fundada en 1875 (duró hasta 1907) por José del Perojo, un hombre muy imbuido de los ideales regeneracionistas y que contó en sus inicios con numerosos colaboradores pertenecientes a la Institución Libre de Enseñanza, como Rafael Altamira, Julián Sanz del Río, Rafael María de Labra y Urbano González Serrano, personajes que consiguieron importar corrientes estéticas y filosóficas europeas, rompiendo así la vinculación con la tradición cultural española. Gran prestigio tuvo también durante los años de la Regencia La España Moderna (1889–1914). Fundada por José Lázaro Galdiano, pretendía representar en el país lo que la Revue de Deux Mondes en el vecino. Como méritos cabe señalar que intentó ser la «suma intelectual de la edad contemporánea», con una marcada tendencia europeísta que sirvió como transmisor de un espíritu cosmopolita. En la revista colaboran figuras como Ramiro de Maeztu y Miguel de Unamuno. Y también es preciso citar la revista Nuevo Teatro Crítico, con Emilia Pardo Bazán prácticamente como única autora, en la que expuso desde sus teorías literarias hasta su pensamiento, marcado por el europeísmo y un sincero feminismo. Los escritores del RegeneracionismoLos escritores del Regeneracionismo reaccionan contra la descomposición del sistema canovista publicando estudios y ensayos que denuncian esta situación, que llega a hacerse evidente con la derrota del técnicamente obsoleto ejército español en la guerra con Estados Unidos en 1898 y la pérdida de lo que quedaba del imperio colonial español (Cuba, Puerto Rico y las Islas Filipinas).
El autor más importante de este movimiento y en cierto modo su líder fue Joaquín Costa, que causó una auténtica conmoción con sus obras Colectivismo agrario en España (1898) y Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España (1901), si bien su camino fue preparado anteriormente por Los males de la patria y la futura revolución española (1890), de Lucas Mallada y El problema español, de Ricardo Macías Picavea, así como por las críticas que sobre el analfabetismo y la pedagogía del estado habían sido vertidas por los krausistas de la Institución Libre de Enseñanza dirigida por Francisco Giner de los Ríos. Por otra parte, una constelación de autores vino a seguir los caminos marcados por Costa. Así, el alicantino Rafael Altamira (1866–1951) escribió Psicología del pueblo español (1902), donde concibe el patriotismo como un concepto espiritual ingénito en los pueblos. Tras pasar revista a los propagadores de este sentimiento desde Juan Ginés de Sepúlveda, Francisco de Quevedo, Benito Jerónimo Feijoo, etc., hasta el aragonés Lucas Mallada, cuya obra desaprueba, menciona los defectos del Idearium español propuesto por Ángel Ganivet y trata la hispanofobia francesa como un grave mal, atenuado por la hispanofilia alemana. Defiende la actuación española en América y cree que su reputación ha mejorado, pese a desinteresarse aún de sus propios asuntos. Después trata la situación presente rechazando el pesimismo de Ricardo Macías Picavea (1847–1899) en El problema nacional y su proposición de una dictadura y simpatiza con Juan Pablo Forner y con Joaquín Costa. Separa la vida nacional de la política de sus dirigentes, poco ejemplar, y resume los males nacionales en:
Por último interpreta el «cirujano» de Joaquín Costa como símbolo de la confianza en sí mismo del pueblo español, con sus vicios y virtudes. La educación solucionaría problemas: si las Universidades difundieran el saber en cada centro y clase social —aplaude a Concepción Arenal—, despertaría inquietudes. Pide carta blanca para la escuela, que creará una «noble pasión por engrandecer la tierra donde uno ha nacido», en frase de Lucas Mallada, con el esfuerzo de que es capaz el español. Un pensamiento similar se recoge en el castellonense José María Salaverría (1873–1940), autor de Vieja España (1907). Los ideales y propuestas de los regeneracionistas fueron acogidos por políticos conservadores como Francisco Silvela, que escribió un famoso artículo, «Sin pulso», publicado en El Tiempo (23 de diciembre de 1897), y Antonio Maura, que vieron en esta corriente un adecuado vehículo para sus aspiraciones políticas y se adhirieron a la misma; igualmente hicieron los liberales Santiago Alba, José Canalejas y Manuel Azaña. Benito Pérez Galdós asimiló este pensamiento como una derivación de su inicial krausismo en sus últimos Episodios nacionales e incluso un dictador como Miguel Primo de Rivera llegó a apropiarse de parte del discurso de Costa, que llegó a recomendar un «cirujano de hierro» que acometiera las reformas urgentes que necesitaba el país. De hecho, emprendió y llevó a cabo uno de los sueños de Costa: un plan hidrológico. Pero fueron escritores como Juan Pío Membrado Ejerique, Julio Senador Gómez, Luis Morote, Ramiro de Maeztu, Adolfo Posada o José Ortega y Gasset quienes principalmente prolongaron este movimiento intelectual hasta el estallido de la Guerra civil española en 1936.
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