1922 – Salvador Seguí

 

Salvador Seguí es un caso de emancipación personal, de auto educación, o formación libérrima del espíritu. Ha sabido improvisarse unas alas, y con ellas elevarse sobre la condición a que su nacimiento, por la injusticia de la sociedad le condenaba. Es un hombre que puede presentarse como prueba de la defectuosa constitución social, y como justificación viva de su propia doctrina. Si la sociedad tuviese perfecto sentido de una escala de valores en las nativas condiciones de cada persona, Salvador Seguí no habría necesitado el esfuerzo inmenso de su elevación. Pero la jerarquía espiritual, que es la única aceptable para nosotros, no suele aplicarse a los temperamentos de fuerte protesta contra las injusticias de la vida colectiva, que son precisamente los preocupados por las visiones del ideal y por la mejora indefinida de la conciencia humana. A los hombres como Seguí, la sociedad le da por recompensa la prisión indefinida y arbitraria en los castillos, cuando no los hace víctimas de más cruentas penalidades. Y esta es una de las más tristes ironías de la vida social: porque justamente esos hombres son los que, encaminando las inevitables transformaciones de la sociedad por las vías de la inteligencia, dulcifican y gradúan el paso de unas formas a otras, impulsando en el sentido de la evolución lo que la resistencia obstinada de los poderosos impele a resolver por la violencia revolucionaria.

 

Unas palabras de Salvador Seguí, pronunciadas el domingo pasado en el Teatro Balear expresan admirablemente su sentido de la vida. Dijo que la vida debe ser una actuación de heroísmo, una eternización de los actos aparentemente destinados a extinguirse. Esas palabras revelan, mejor que todos los comentarios, la naturaleza espiritual de Salvador Seguí.

 

GABRIEL ALOMAR

 

    CULTURA OBRERA nº 162

   23 de Septiembre de 1922