El hombre de los seis reales (consumos)

 

Una de las razones, que no pasa de ser una bufonada, que ha dado un concejal para defender el proyecto de los nuevos consumos de la carne con el consiguiente monopolio y trust de carniceros es que el proyecto no podía perjudicar al pueblo puesto que no come carne.

 

Pero hasta en esto se equivocan los señores concejales del partido popular.  Es muy posible que ni de lejos sepan que cantidad de carne come el pueblo; y se asombrarán seguramente, si les decimos que la cantidad total que se sacrifica en el matadero, más de la mitad es comprada por las clases necesitadas, por aquellas clases que viven de su jornal, de sus modestos honorarios o de insignificantes rentas.

 

Es sabido de todo el mundo que el mayor comprador es el pueblo, aunque esto no esté a la vista de los tontos. Y por consiguiente la disminución de los medios de consumir en el proletariado es para el industrial y el comerciante, una calamidad tan grande como la pérdida de las cosechas, la invasión de una epidemia o una guerra.

 

El fabricante, el tendero y todos los que más apartados creen estar de los efectos del hombre de los seis reales debieran aprender que sin él ya pueden parar sus artefactos, amarrar sus vapores y cerrar sus tiendas.

 

La supresión de los consumos, si se hubiese efectuado con lealtad y de buena fe hubiera arrojado al mercado comercial algunos millones de pesetas al año lucrándose de ellos los industriales y comerciantes, vendiendo, que es su oficio y su ganancia; y los trabajadores comprando lo que ahora no pueden y les hace falta para sus perentorias necesidades.

 

La ley autorizaba al Ayuntamiento para echar mano a jugadores y tahúres, a enriquecidos propietarios del ensanche, a monopolistas vendedores de gas que para su recreo el pueblo paga doblemente los empedrados a riquísimos funcionarios que habitan edificios del Estado, en fin tenía un instrumento justa para realizar el ideal de toda democracia, que es: que el sacrificio del tributo sea proporcionado a los recursos del contribuyente.

 

Nada han hecho de esto, han hecho todo lo contrario, creyendo que el trabajador estaba tan embrutecido que no vería el gatuperio.

 

EL OBRERO BALEAR

Núm. 501, 28 de octubre de 1911

fideus