Gabriel Alomar i Villalonga 

      Gabruel Alomar         1º de Mayo - El nuevo patriciado

La manifestación del Primero de Mayo no es ya el acto afirmativo de una clase irredenta o desheredada. Es la forma visible de un espíritu ciudadano que pide su advenimiento, para infundirse en la materia social y sustituir el viejo espíritu caduco. Esos trabajadores que desfilan bajo tus balcones, ciudadano incauto, no son mesnadas vencidas que retornan del Aventino, engañadas por el sofisma de una fábula. No son ya plebe, esto es, clase que así misma se reconoce como inferior y subalterna. Quedan muy lejos las etapas de servidumbre, y las aceptaciones de la limosna más o menos disfrazada, aunque venga de los poderes que arrojan al pueblo el anillo de Polícrates para conjurar la tormenta y evitar el pago de la deuda total.

Miremos con ojos serenos la Historia. Toda rebelión de castas o clases inferiores, que esgrimen su propia inferioridad como un arma, un escudo o una justificación, está predestinada al fracaso. Así las huestes rebañegas de Euno y Espartaco en Roma; así las de Esteban Marcel en la Jacquerie; asi los agermanados de Guillem Sorolla y Joanot Colom. Es natural y aún justo que las castas superiores, mientras las haya, ejerzan la dirección social. No hay sociedad que no sea, en el fondo, aristocrática.

Pues bien; he aquí el sentido del Primero de Mayo; se han subvertido ya las condiciones de la jerarquía social. Esos trabajadores que desfilan no reconocen la herencia de la vieja esclavitud, que envilecía las almas con los cuerpos. Han inflamado su espíritu con una llama desconocida ya por sus adversarios, que sólo por inercia conservan todavía su predominio. Esos trabajadores son la nueva aristocracia, que exige sus derechos.

¿Qué vais a oponer, como razón de superioridad contra ellos? No ya la razón de alcurnia, superada por la Revolución. Ni la del capital, que es forma de materialismo grosero, y atañe a las cosas, no a las personas. No ya, en fin, la vacua distinción de los títulos académicos o las profesiones técnicas, que pueden coexistir con la absoluta ausencia de vida interior y fuerza de espíritu. Esos obreros han recogido sobre las ruinas de un mundo la antorcha del ideal, extinguida en las manos de sus enemigos. Luz guiadora del avance histórico del hombre sobre la tierra, que pasó de mano a mano como símbolo de los que ejercían esa misión suprema de conductores y tremola hoy, al acecho de las vías desconocidas, en las manos de los que redimiéndose a sí mismos de la originaria abyección, han sabido merecerla.

Gabriel Alomar

EL OBRERO BALEAR nº 1306

1 de mayo de 1927