A los republicanos y socialistas ESPAÑOLES En días pavorosos, frente a las atrocidades del último Gobierno conservador ultramontano, nació la Conjunción republicano-socialista, como protesta contra la tiranía y como esperanza de dotar a España de una fuerza eficaz que nos llevará al único medio de salvación posible en esta grave crisis de la historia patria. Una delegación de las minorías republicanas del Congreso y Senado entabló negociaciones con los representantes del Socialismo. Del anhelo de todos y de la presión de las circunstancias, resultó pronto un feliz acuerdo, que fue aceptado por la mayor parte de las individualidades parlamentarias. No tardaron en prestar su conformidad los elementos federales y progresistas, y con éstos, con la representación de diputados y senadores, cuyas firmas constan en el acta de Alianza, y con un representante de la minoría republicana del Ayuntamiento de Madrid, quedó constituido el Directorio o Comité Ejecutivo de la Concentración, que agrupa y condensa todo lo que en España significa vitalidad, progreso y renovación política y social.
Desde que comenzamos los trabajos del Comité de Alianza creímos que ésta debía ser nacional. El tiempo ha confirmado esta creencia, y el clamor de opinión que nos llega sin cesar de toda España habríale dado el carácter nacional si desde su origen no lo tuviera.
Fin inmediato de la unión de republicanos y socialistas es imposibilitar la vuelta de la furiosa reacción derrocada en octubre último; fin supremo, ineludible, cambiar el régimen y sacar a esta desdichada nación del cerco tenebroso de fanatismos, incultura y miseria en que se consume. Para esto hemos tratado de organizar y disciplinar las fuerzas congregadas, de estimularlas a una propaganda activa y constante, antes y después de la lucha electoral, produciendo en todo tiempo, una agitación vigorosa que, sin desatender la obra del Parlamento, lleve la mayor fuerza posible a la acción extraparlamentaria. Es, pues, la Conjunción, en nuestro concepto, un organismo esencialmente nacional, impulsivo y revolucionario. Claro es que, para dar eficacia a propósitos tan elevados y para vencer el cúmulo de dificultades que ofrecen cosas y personas, han de ir por delante el desinterés, la abnegación y el patriotismo de todos, principalmente de los que más significación ostenten. Las ideas han de prevalecer sobre las personas, y la armonía del conjunto sobre las amistades más entrañables.
Aunque mil veces se ha dicho, conviene repetir hasta la saciedad la transcendencia de nuestra unión con los socialistas, considerándola indisoluble y definitiva. No hemos de buscar en este vigoroso partido la fuerza numérica, que para nuestros fines importa menos de lo que parece; buscamos, para provecho de todos, la fuerza moral, el ejemplo de organización y disciplina, la solidaridad internacional, factor importante hoy en la política española. Diseminadas en distintas localidades de España, existen organizaciones del Partido Socialista Obrero. Grandes multitudes, que aun no están afiliadas, podrán estarlo pronto al calor de esta conjunción, que pone sus miras en lo porvenir tanto como en lo presente. Pensemos todos en la España futura.
El Comité Ejecutivo lleva muy adelantado el estudio de un programa mínimo, condensación de los ideales comunes a todos los elementos aliados.
Proclamada la República, cooperarán a consolidarla todos los partidos que forman la Alianza, sin perjuicio de procurar, desde sus diversos campos, el triunfo de sus peculiares ideales.
Creemos interpretar la opinión republicano-socialista y el interés nacional prosiguiendo nuestra obra sin desmayar ante nada ni ante nadie, y en ella persistiremos hasta que veamos instaurada en España la República.
Madrid, 10 de abril de 1910
B. Pérez Galdós y Tomás Romero, por las minorías republicanas del Congreso y del Senado. Pablo Iglesias y Francisco Mora, por el Partido Socialista Obrero. Francisco Pi y Arsuaga y Félix de la Torre, por el Partido Federal. Manuel Carande y Francisco Javier Cabañas, por el Partido Progresista
Núm. 424, 23 de abril de 1910
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