Porreres. Testimonios de las desapariciones en el pozo de Son Lluís

Convivir con la incertidumbre

Diario de Mallorca 07/07/2009

Sebastià Sansó

Familiares e historiadores intentan reconstruir las últimas horas de tres represaliados por la Falange en setiembre de 1936

   
 

Los rostros de una represión.

Instantánea perteneciente a la Fiesta del Trabajador del 1 de mayo de 1935, donde identificamos a dos de los desaparecidos en Son Lluís:
· 1. Miquel Julià i Nicolau Pa, concejal de Esquerra en el Ayuntamiento.
· 2. Jaume Julià i Mesquida Picarola, afiliado a Esquerra, murió a los 46 años.
 Foto: Cedida por M. Oliver

 

S. SANSÓ. PORRERES. "Era la primera hora de la mañana y los niños desayunábamos trempó en el escalón de entrada de la casa de Son Obra, a unos tres kilómetros del pueblo. Mi padre, de pie, descalzo y sin camisa, comía un poco de sobrassada... entonces entraron dos hombres y mi madre, embarazada de siete meses, sujetó al perro; lo recuerdo a la perfección", describe Antònia Moll (Porreres, 1923). "Uno de ellos era amigo de caza de mi padre. Tropas republicanas acababan de desembarcar en Porto Cristo y le pidieron que les acompañara para ´teneros a todos controlados, tú ya me entiendes´, dijeron. Se vistió y ya sólo le volví a ver una última vez en prisión". Quince días después, Mateu Moll Ratat, Jaume Julià Picarola, Miquel Julià Pa y un cuarto hombre eran conducidos de noche hasta la possessió de Son Lluís, en la que misteriosamente desaparecieron.

Éste no fue un caso más dentro de la represión acaecida en Porreres tras el alzamiento franquista. El pasado lunes, el pleno del Ayuntamiento, con Unió Mallorquina a la cabeza y los votos a favor del Bloc, aprobaba el inicio de la búsqueda para clarificar qué pasó exactamente aquella madrugada del 3 de setiembre y constatar si la historia popular que cuenta que los miembros de Esquerra Republicana Balear fueron arrojados a un pozo de la finca puede transcribirse finalmente mediante pruebas fehacientes.

Asesinados
 

Cuentan que dos de ellos fueron asesinados antes de ser lanzados y que el tercero, vivo aún y con una pierna rota, clamó ayuda desde dentro a una persona que caminaba por uno de los caminos públicos que recorren Son Lluís, que presto se dirigió a las casas para pedir una cuerda con la que rescatar al malherido. Nunca regresó. Antes incluso de llegar al portal de las casas, alguien salió de entre las zarzas y le advirtió que, de hacerlo, podría correr una suerte similar.

"Lo del pozo lo supimos varios meses después", prosigue Antònia, "fue cuando precisamente este testigo finalmente confesó a una monja lo que había visto para así poder morir (siete meses más tarde) con la conciencia tranquila; las propias monges blaves franciscanas se cercioraron de difundir la noticia entre los vecinos". Antes, tanto la mujer de Ratat como la de Picarola –que en esos momentos tenía un hijo de nueve meses– iniciaron un recorrido infructuoso a la búsqueda de pruebas o testigos entre Palma y Manacor.

Pedro Nicolau, sobrino de Jaume Julià Picarola, también conoce el escarnio de su tío y la familia materna: "A mí siempre me dijeron que los tiraron a un avenc sin agua donde iban a parar los animales muertos y que era el capellán de Porreres quien decidía cada jornada quién debía morir".

Nicolau pertenece a la parte de Can Mianes, una saga que, escapando de los primeros horrores de la guerra en s´Arenal de Llucmajor, fue a parar al ojo del huracán. "Lo pasamos muy mal, éramos señalados como quien tiene la peste, sólo por nuestras ideas". Respecto a Picarola, comenta: "Se lo llevaron un día de la calle del Vent, donde vivía, y lo confinaron junto a otras quince personas en lo que funcionaba como cárcel local, allí su mujer le visitaba tres veces al día para llevarle las comidas".

Un día, la cena se quedó en el plato. Poco después, ella también sería privada de libertad durante veinte años, hasta la década de los cincuenta, cuando pudo regresar con su hijo.

El tercero de los represaliados, Miquel Julià Pa, era regidor de Esquerra durante el gobierno del Frente Popular tras las últimas elecciones. Era un hombre robusto, contratista de obras de carreteras nacido el 4 de noviembre de 1901. "Tenemos constancia por varios testimonios que, una vez había sido trasladado y estaba junto al pozo, le comentó al falangista que debía acabar con él que a buen seguro las cosas serían distintas si no llevara un arma", señala el historiador experto en el conflicto porrerenc y autor de diversos libros al respecto, Bartomeu Garí. "A lo que éste tiró su pistola y se enzarzaron en una lucha cuerpo a cuerpo que a punto estuvo de terminar bien para Julià. Cuando Pa ya tenía cogido por el cuello al Nacional, éste logró en el último momento alcanzar la llave que se utilizaba antaño para arrancar los coches y propinarle un golpe seco en la cabeza", detalla. Llorenç Capellà, en su Diccionari Vermell, especula sobre el lugar de su muerte, alegando que Miquel Julià podría haber finado sus días efectivamente en un pozo, pero en el de Sa Marina de Llucmajor.

"Utilizar los pozos para esconder los cadáveres no era algo tan extraño durante un determinado período represivo", recuerda atento Garí. "En Porreres, según he podido constatar, hubo una primera etapa anterior al desembarco en que los golpistas querían mostrar lo que sucedía si no se colaboraba con el nuevo régimen; en cambio, una vez las tropas de Alberto Bayo hubieron llegado, se prefirió hacer ´desaparecer´ a los muertos. Incluso se expedían actas de defunción con motivos tales como que habían fallecido combatiendo contra las tropas marxistas, sin importar las circunstancias reales".

En aquellos días, la cárcel de Porreres era para las familias un punto de sufrimiento añadido al hecho de tener que visitar a sus seres queridos entre rejas. "Las mujeres falangistas nos insultaban y escupían al llegar y se quedaban con casi todos los enseres que dejábamos para los nuestros", insiste apenado Pedro Nicolau. "Ni siquiera les dejaban ir al baño, debían hacer sus necesidades en el propio plato donde habían comido". El sector femenino captaba adeptos y reprimía disensiones.

La hija de Mateu Moll Ratat recuerda emocionada cómo un día llegaron a Son Obra dos mujeres: "Vino una monja acompañada de una modista dispuesta a confeccionarle el típico traje de falangista. Mi madre, todavía encinta, estaba sentada en la cocina y cuando vio el panorama no paraba de hacerme insistentes señales de negación. Finalmente, y tras instantes de discusión, les insistí en que nunca me pondría el uniforme de aquellos que me quitaron a mi padre". Marcharon. Pero no sin antes advertir. "La que iba uniformada me enseñó la pistola y me advirtió de que cada día practicaba su puntería".

Un cuarto hombre

Pere Frau, natural de Manacor pero que trabajaba en una cantera de Vilafranca, pudo ser la cuarta persona que desapareciera junto a los tres reclamados ahora por el Consistorio y que fuera arrojada de noche en el pozo de Son Lluís. "Un día vimos cómo llegaba un hombre ensangrentado y pedía agua en casa de unos vecinos. Él también fue uno de los que faltaron a la cena del día 3 de setiembre", observa Antònia Moll. Las fuentes ´oficiales´ lo niegan, aunque confirman su fallecimiento justo un día después.
Simó Tortella, investigador de la represión local junto a Garí, dice que "es increíble pero todavía existe un miedo latente entre los vecinos a contar cualquier hecho escabroso de los muchos que tuvieron lugar aquí". La suegra de Tortella, Maria Ripoll, familiar directa del que fuera alcalde de Porreres durante el alzamiento, Climent Garau Marió, es casi una excepción: "Ella siempre cuenta que debemos contar lo que pasó en 1936, porque lo dirán y no lo creerán".


Tras el compromiso del pleno, se abre ahora un período de espera que determine si los pasos a seguir deben ser autorizados por los juzgados de primera instancia de Manacor o bien empezar por un acuerdo entre la actual propiedad de Son Lluís con la asociación para la Memòria Històrica, que permitiría que las excavaciones se adelantaran.

DM 07/07/2009