Dos concepciones de la guerra

 

Entre las dos concepciones de nuestra lucha contra el imperialismo alemán es profunda la diferencia, la oposición. Entre nuestros reaccionarios, como entre muchos pseudo-republicanos, es cada vez más el odio feroz, demente, no de Guillermo II y de los gobernantes de Berlín, sino del pueblo alemán, entregado por completo al aniquilamiento. Son los métodos bismarckianos de fuerza que oprime el derecho, adoptados con cinismo, preconizados abiertamente para el día próximo de nuestra victoria, la repetición contra los otros del crimen cometido contra nosotros en 1871.

 

Entre los demócratas y los socialistas de Francia y de toda Europa es, por el contrario, y a pesar de todo, el mantenimiento irreductible del principio proclamado por nuestros bisabuelos de la Convención, que “hacían la guerra no a los pueblos, sino a los tiranos”; la afirmación de que la Francia republicana lucha contra los Hoenzollern, la casta odiosa de los “Junkers” y de los hidalgos prusianos, y que no pretende destruir la unidad alemana, como no puede tolerar que Alemania atente contra la unidad francesa.

 

No hay equívoco posible sobre esto, y nadie puede ser víctima de esa argucia miserable de que, rompiendo la unidad alemana, se librará a la Alemania del Sur del yugo de Prusia. En las páginas admirables de su “Historia de la guerra de 1870, nuestro gran Jaurés desvaneció el sofisma. La Alemania actual, entre sus 67 millones de habitantes, tiene (aparte de tres millones de eslavos de Polonia, de un millón y medio de franceses de Alsacia-Lorena, de 200 mil daneses de Schleswig, arrancados por la violencia a sus patrias) 62 millones de alemanes, a los que nosotros, defensores de la libertad y de la independencia de los pueblos, no tenemos derecho a negar el de que se constituyan unitariamente en nación autónoma.

 

M. Denys Cochia, en un artículo de “Le Figaro”, quejábase de no ver a nuestros gobernantes seguir el ejemplo de los ingleses, que se baten bien, pero que hablan tan bien como se baten y no tienen temor de explicar la batalla”. Tiene razón; pero conviene saber qué lenguaje espera de nuestros gobernantes y cómo quiere que “expliquen la batalla”. Los grandes políticos ingleses, Asquith, Lloyd George , Winston Churchill, en discursos admirables, destruyen los sofismas miserables de los directores alemanes, denuncian sus crímenes contra la civilización, contra la fe de los Tratados, contra la existencia de las pequeñas nacionalidades, contra la libertad de Europa y la independencia del mundo. Pero sus discursos están penetrados completamente de un ardiente idealismo democrático y humanitario, que es el antípoda de las concepciones de los amigos de M. Denys Cochin.

 

Mientras todos los reaccionarios, M. Barrés como M. de Mun, M. Berthoulat como M. Mauras, “Le Matin” como “L’Echo de París”, piden el exterminio de la nación alemana, su “desmembramiento”, vemos Mr. Churchill proclamar, hace dos días nada más, al propio tiempo que su odio irreconciliable al militarismo prusiano, su voluntad de tratar con el pueblo alemán, al que tiene buen cuidado de distinguir de sus directores.

 

Y Lloyd George, en su vibrante discurso de Queen’s-Hall, declara:

 

“No combatimos al pueblo alemán. El pueblo alemán se halla bajo el talón de la casta militar prusiana tanto –o más aún-, a Dios gracias, como cualquier otra nación europea”.

 

El mismo pensamiento penetra en todos los grandes órganos del pensamiento liberal inglés y hasta de los periódicos más moderados. Así, en la gran revista casi conservadora “Nineteenth Century”, hemos leído un importante artículo de Mr. Ellis Barker, en el cual declara:

 

“Todos cuantos deseen tratar a Alemania con equidad “deben distinguir cuidadosamente entre las castas gobernantes y la masa del pueblo alemán … “

 

Esta distinción fundamental, que excita la oposición rabiosa de nuestros publicistas conservadores, se encuentra en la base misma del entusiasmo republicano y liberal que ha levantado contra el imperialismo alemán a toda la democracia de la Europa occidental. Si, por desgracia, hubiera sido desconocida por nosotros y por nuestros aliados ingleses; si llegásemos a dar al pueblo alemán (del que ya se ha abusado bastante con la campaña hecha en ese sentido por sus directores) la convicción absoluta de que su unidad, por la que ha luchado y sufrido durante sesenta años, va a ser destruida por nosotros, habríamos dado a ese militarismo prusiano que odiamos, y al que queremos destruir, el más funesto apoyo al demostrar que su existencia estaba unida a la Alemania misma.

 

JUAN LONGUET

 

EL OBRERO BALEAR

Núm. 661, 10 de octubre de 1914

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL I MALLORCA