AÑO FECUNDO Al corresponder de nuevo a la siempre agradecida invitación de colaborar en la fiesta del trabajo, hágalo con un motivo más, aunque no con mayor entusiasmo, que en años anteriores. Porque siempre he tenido igual fe en que cada aniversario, recuerdo de que debemos descontar un año más en la indiferente vida del individuo cuya constante decrepitud señala, es y será perpetuamente hita que demarca un nuevo horizonte conquistado, un nuevo paso hacia delante, una estación en la que la humanidad se detiene un breve instante para volver la vista al camino recorrido, fijar el nuevo derrotero y tomar aliento para vencer los próximos obstáculos. No se ha perdido, no, el tiempo durante el año que hoy conmemoramos. Porque la fuerza redentora de la humanidad es tan potente, que las persecuciones, que las injusticias, que las tiranías, que las iniquidades, truécalas en elementos generadores del amor, de la fraternidad, de la injusticia, de la igualdad y del bien universal, elevando el vaho de la sangre y de las lágrimas como incienso quemado en el ara de la confraternidad universal. No sufre inútilmente la víctima: no se pierde su lamento en el desierto. La indignación que produce la injusticia, la ira que despierta el abuso del poder, la sed de venganza que clama contra el tirano, elementos son de próximas luchas, en las que definitivamente la libertad del pueblo ha de conquistar los laureles de la victoria. Por esto, amigos míos, los que hoy con tanta emoción llamo por fin correligionarios míos, por esto la filosofía de la historia enseña a contemplar las mayores catástrofes con llanto en los ojos, con piedad suprema para las víctimas pero con la firme esperanza, con la seguridad, de que el deber individual fecundiza las raíces del progreso de toda la humanidad. Hay otras luchas incruentas, en que la sangre no brota, en que las entrañas no se desgarran, pero que no por estas apariencias de paz son menos crueles, menos despiadadas: luchas sin cuartel que nuestros adversarios llevan al hogar, al taller, a todas partes, sin respetar el santuario de la familia, no el santuario del trabajo, ni el santuario de la conciencia, ni el santuario de la independencia del hombre digno. Mas se equivocan si así creen anonadarnos. ¡Caerá el débil!, pero el varón fuerte ni claudica, ni se rinde! Luchar es vivir. El que se diente enardecido por un ideal, el que aspira al mejoramiento de la humanidad entera, no da un paso atrás, no abandona la arena de la lucha, ni por la amenaza, no por el peligro, ni aún por la realidad del daño. Por eso afirmo, amigos, correligionarios míos, que ha sido fecundo el año transcurrido desde que conmemoramos en 1910 la fiesta del 1º de Mayo. Palma 1 de mayo de 1911 Núm. 476, 1 de mayo de 1911
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