Mallorca y Cataluña / Punt de vista Memoria Civil, núm. 6, Baleares, 9 febrero 1986
¿Es posible tanta incomprensión? Si fuera necesaria una prueba para demostrar la incapacidad política de ciertas gentes, bastarían sus declaraciones. No se debe hablar de lo que se desconoce. Una cosa es la autonomía política y otra la administrativa. ¿Quién ha pedido jamás para las Baleares la autonomía política? Los que ahora protestan contra mis palabras ¿por qué a tiempo, no formaran un partido que propugnara a favor de aquella autonomía? ¿Qué querían? ¿Qué yo fuese más papista que el Papa? Si la realidad no me ofrece por ningún lado el ideal y el deseo de la autonomía política para las Baleares, ¿iba yo a inventarlos? No ya la autonomía política; ni siquiera la administrativa (para la cual yo no veo inconveniente) consiguieron infundir en la representación del grupo balear los autonomistas mallorquines en la última asamblea porque Menorca se negó a secundarlos. Por ello, dije que no se había llegado a obtener la necesaria cohesión entre las islas para la petición de un estatuto común. Lo que no dije en manera alguna, es que las Baleares hayan de ir unidas a Cataluña contra su voluntad. Sin duda, los que protestan no se han hecho cargo de la cuestión. El precepto constitucional que yo combatía PROHIBE a las Baleares unirse, si así lo desean, a cualquier región autónoma; lo cual es un atentado a la libertad y al derecho de autodeterminación fijado en la doctrina de Pi y Maragall, tan desconocida por los que se llaman sus partidarios. Los asuntos doctrinales no deben convertirse en accesos de sentimentalidad indocta, al modo de anatemas de ortodoxia herida. Y es simplemente, ridículo decir que la falta de madurez política de una determinada colectividad geográfica constituye ofensa para sus habitantes; si así fuese, hablar de la incapacidad del Ampurdán de La Rioja o de Ibiza para tener Estatuto propios, equivaldría a negar la capacidad individual de cada uno de sus habitantes. Dudo, sin embargo, de la que poseen los que lanzan tales sofismas. En cuanto, a mis palabras en el Congreso (que sin alterar su sentido, sufrieron una pequeña mutilación de los taquígrafos, porque yo no pude corregirlas), fueron secundadas en el acto por la adhesión de mis compañeros Canet, Estelrich y Sbert; y después ha aparecido en la prensa la de Alejandro Jaume, que ya previamente me la había prometido; no pudo expresarla de viva voz en el Parlamento, porque estaba ausente de Madrid.. Quedo plenamente satisfecho con esta selectísima solidaridad de diputados mallorquines. El público tiene así los elementos para juzgar. He recibido solamente dos comunicaciones de disconformidad. He recibido algunas más de aprobación. No quiero, sin embargo, ocultar mi extrañeza ante el silencio de algunos elementos que han pugnado siempre por un catalanismo mucho más agudo y estridente que él que haya podido manifestar ahora ... En suma: mi punto de vista, fue el sentido de libertad: la puerta abierta. Que las Baleares, o Mallorca si se quiere, puedan optar entre sus tres caminos: la vinculación a la autonomía común de las tierras catalanas, o el Estatuto propio cuando alcancen para ello la necesaria madurez. Por lo demás. esas explicaciones mías eran inútiles; porque resumen la doctrina política que he predicado toda la vida, y que manifesté a quin quiso oírla en cuanto, se habló del posible Estatuto Balear. Lo único que siento es que quienes no conocen los verdaderos términos del asunto quieran darme lecciones a mí, que he dedicado toda mi existencia a estudiarlos. |
Querido Alomar: Hace ya muchos años, se atrevió Vd. a romper con todos los prejuicios de un pueblo. Incluso los que no compartan sus ideas, tienen que ser sensibles al gesto. Lo jugaba Vd. todo: afectos familiares, amistades, consideración social. Que raro es eso en Mallorca. Yo no siento gran interés por la autonomía balear ni por la causa política de Cataluña. Desde mi mundo apolítico, vago deportista de la cultura, me desagrada un poco oír que deberíamos orientarnos hacia Madrid y mucho más hacia Barcelona. Yo quisiera que mis hijos, si los tuviera, llegaran a pensar en francés. El castellano con ser idioma glorioso, que se habla en la mitad de un continente, me parece menos universal que la lengua en que se expresaron Racine y Voltaire. Creo que Cataluña está dando en estos instantes no ya una prueba de incapacidad, como se ha dicho, sino una prueba de ceguera mental. Es triste. Siempre he visto en este país, al que adornan tantas virtudes, una tendencia instintiva a la limitación, al clan, a la capilla. Hace unos años, hablando de la Revista de Cataluña, hacía yo notar que Ortega no llamaba Revista de Castilla a la de Occidente. Un gran salón de conciertos, donde se tiene que jugar a Mozart y a Ravel, se llama Palau de la Música Catalana. En mis años de estudiante, he visto aplaudir a una cupletista y admirar a un arquitecto fin de siglo, rezagado en la exposición de París, solo porque ambos interpretaban en catalán. Pero hoy he visto más: he visto el castellano proscrito de las aulas, he visto la Facultad de Medicina, abandonada por los alumnos sudamericanos y casi todos los mallorquines que no se resignan a pensar en dialecto. Porque, quiérase o no, dialecto es hoy el catalán que, aparte algunos atisbos líricos estimables, se nos sirven las más insubstanciosas floretes y las más relamidas confituras. Cuando un Alomar, una Margarita Xirgú o un D'Ors necesitan decir algo, ¿a qué lengua recurren? Todo aparece hoy en Cataluña hermético, receloso. La propia sardana es eso: un círculo cerrado, que avanza dándose las manos a espaldas de lo que le rodea. En un momento histórico, pudo Cataluña imprimir su sello a la península Ibérica. No supo hacerlo. Modernamente, ni siquiera ha acertado a sugestionar a Mallorca, un pueblo hermano, que se halla a dos pasos. Es que al redactar su Estatut, ni antes, ni después ¿ha pensado en nostros? Tampoco nosotros pensamos en Cataluña, sería absorbida por ésta. Cuando un filósofo compone esta obra inconmesurable que es el diccionario de don Antonio Ma. Alcover, Cataluña se vuelve de espaldas y no quiere enterarse. Querido Alomar, yo sé perfectamente que Vd. no dijo que las Baleares debieran ir unidas a Cataluña contra su voluntad, pero no se trata de esto. Porque yo le podría creer a Vd. equivocado, pero le vería siempre con el valor de sus actos. Usted, demócrata, no vacila ahora, como no vaciló al principio de su carrera literaria, en ir a contrapelo. ¡Si aquí acertáramos a imitarle los que escribimos! Pero me temo que su ejemplo no sea fecundo y que únicamente Dhey - un amateur, un aficionado del pensamiento - intente recoger ese gesto socrático de manifestar las opiniones sin preocuparse demasiado de las opiniones que produzcan. Manifestaba su extrañeza por el silencio de algunos elementos catalanistas. Querido Alomar, esos elementos decían de Vd. que en el prólogo de Mort de dama había querido nadar y guardar la ropa. Y Vd. sabe que existe una ley psicoanalítica según la cual atribuimos sistemáticamente al prójimo, nuestro modo de ser.
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