Ráfagas de tempestadLa interpelación sobre el proceso de Francisco Ferrer, iniciado tan hábilmente por el batallador Rodrigo Soriano y reforzada por la tribunicia palabra de Melquíades Álvarez, el más grande orador de la España actual, ha dado al traste con el gobierno del Sr. Canalejas.
Los razonados argumentos empleados en demostración de la inocencia de Francisco Ferrer Guardia fusilado tan inicuamente en los fosos de Montjuich, han sido la causa de la vergonzosa huída del gabinete demócrata, cuyo jefe el señor Canalejas, visto el mal aspecto que tomaba el debate y tal vez escuchando los consejos del funesto mallorquín Sr. Maura tomó tal determinación, dejando con ello desamparado el régimen que vacila y se tambalea. En su huída a campo traviesa, recordó el hombre sus buenos servicios que venía prestando a la Monarquía y a ruego de los mismos que le mal aconsejaron se sintió fuerte, giró su vista hacia el sillón abandonado y viéndolo aún vacío y en peligro de una usurpación, voló nuevamente hasta empoltronarse en él, dejando en mitad del camino a la mayoría de sus amigos, a los inútiles, a los que le llevaron a tomar tan cobarde determinación. De momento la tormenta parece estar conjurada; pero el huracán amenza allá a lo lejos con señales de próximas tempestades. Mientras tanto el debate sobre el proceso Ferrer continúa en el Congreso, el país sigue con inusitado interés las fases de dicho proceso; los elogios a Melquíades Álvarez el gran tribuno, son calurosos en todo el país; el Trepoff murciano prosigue su discurso calumniando a los honrados ciudadanos que tan brillantemente protestaron y protestan de las bárbaras hazañas llevadas a cabo en la funesta etapa del partido conservador, que sellaron con tanta sangre inocente allá en el campo africano y en el mismo suelo hispano, fusilando a mansalva al ciudadano inocente que protestaba virilmente de tanta villanía. Los reaccionarios ven con satisfacción la brillante y ridícula campaña de bastantes periódicos, que llamándose independientes, están pendientes de la voluntad de su dueño … de su señor … don Antonio Maura. Y cual perritos falderos acarician la mano ensangrentada del que osó arrebatar la vida al ciudadano Ferrer, fusilado, más por sus enseñanzas libertadoras que por los hechos que se le acusaba. No ven la inocencia de Ferrer. ¡No! Su ceguera es tanta, que aún muerto claman a voz en grito ¡Muera Ferrer! ¡Desdichados! El hambre no les hace ver las cosas claras tal como son, sinó que en la oscuridad más impenetrable no distinguen lo blanco de lo negro. ¡Pobrecitos! La trágica sombra de Ferrer acusa a Maura y Cierva en pleno parlamento y el soberbio Maura sonríe, su sonrisa burlona es amarga. De momento su cerebro se trastorna y la fantástica visión del inocente fusilado se agiganta ante su vista, y como espuma de cerveza, la sonrisa, la soberbia, el gesto del político nefasto, desaparecen por completo, y el hombre pierde su voz no atreviéndose a articular sílaba alguna, y en sus débiles oídos siente la acusación fatal de su pasado irreparable, lleno de horrores y vergüenzas. La Cierva le saca de la pesadumbre con su venenosa palabra, y el hombre recobra algo de lo que perdía, pero la sombra, la fatídica sombra de Ferrer se interpone y vuelve a interrumpir su trágica sonrisa, su gesto mortal. De repente vibra la elocuente palabra de Salvatella y el debate vuelve a recobrar el ambiente perdido, las acusaciones prosiguen en pié sin contestación; y el país ve la necesidad de apoyar resueltamente a sus dignos representantes en el parlamento, para llevar a feliz término la obra de regeneración tan necesaria en nuestra pobre y desgraciada España. A.R.G. Núm. 473, 8 de abril de 1911
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