Lorenzo Bisbal                     Borrón y cuenta nueva

En el número extraordinario de EL OBRERO BALEAR dedicado a la inauguración de la Casa del Pueblo, apareció un artículo de mi muy distinguido amigo Juan Monserrat Parets, de Lluchmajor, titulado “Borrón y cuenta nueva”.

Como todos los suyos, estaba muy bien escrito y muy bien inspirado. Si admirable en dicción más admirable aún en contenido, todo él saturado de sentimiento de cordialidad y de pasión fraterna. Las emociones que burbujeaban aquellos párrafos tan bien perfilados semejaban efluvios de fuego emanados de un volcán ideológico que parecía estar en erupción en el interior de su alma. La lava parecía caer como lección sobre los socialistas “oficiales”, tal vez sobre mí. Imposible sustraerme a la tentación de reproducir lo más sustanciosos y policromado de aquel trabajo de  Monserrat Parets. Su importancia, además de la oportunidad que le dan las circunstancias, bien lo vale.

El ideal –decia-, la defensa de nuestra causa exige de nosotros en este momento, algo más que la simple toma de posesión del nuevo edificio. La organización obrero, su engrandecimiento y prosperidad, demandan imperativamente que, de una vez para siempre callen los agravios y enmudezcan las malas pasiones.”

Sería para los obreros mallorquines noble y elevada ejecutoria, si la inauguración de la Casa del Pueblo fuera principio de una nueva era de cordialidad y compañerismo y el fin de tanta discordia, nacida ésta más que por esenciales diferencias ideológicas por insignificantes cuestiones de procedimiento, cuando no pueriles rivalidades. Sea, por tanto, esa inauguración, esforcémonos para que lo sea, doblemente trascendental, uniendo a su importancia en sí el propósito firme de fundir nuestras almas, de unir nuestros corazones, de asociar nuestras voluntades, de sumar, en fin, nuestros esfuerzos en la obra que nos es común.”

Y así, con esas pinceladas de maestro trazaba  Monserrat el camino de la cordialidad obrera, invitando a todos a deponer odios y rivalidades en aras del ideal y de la lucha por la noble causa. El lazo de esa cordialidad había de ser la nueva Casa del Pueblo, al que debíamos animar de espíritu tal que habíamos de convertirla en castillo inexpugnable de los derechos y libertades del pueblo, en cuartel de aguerridas legiones proletarias para la conquista de la tierra de promisión, en escuela de ciudadanía social y política en ciudad ideal, en fin. Nuestra futura labor de propaganda, de organización, de agitación de los espíritus, de constante y tenaz acción debía tener un serio sentido constructivo, de preparación de las masas, de verdadera educación revolucionaria.

¡Qué lástima, me decía yo al leer tan hermosos trabajo, que este hombre viva en Lluchmayor! Si viviera en Palma, con sus conocimientos, su fe en el ideal, su sensatez y constancia, ¡qué labor más hermosa y fecunda no podríamos realizar!

oooOooo

El día siguiente tuvo lugar la inauguración de la Casa del Pueblo, a la que asistió  Monserrat con una veintena de sus amigos de Lluchmayor. Por la tarde, después del “Café de fraternidad” hizo uso de la palabra y con su elocuencia volvió a cautivarnos. Recuerdo que entre otras cosas bellas y sustanciosas dijo: “Nosotros los payeses, los pueblerinos queremos también que esta casa sea nuestra casa, queremos de este hermosos edificio un trocito … “

Al terminar el acto salimos los dos calle de María Cristina arriba, comentando satisfechos el éxito de la fiesta. De pronto se volvió de cara a mí y me dijo: “Amigo Bisbal: voy a daros una noticia porque no quiero que la sepáis por otros antes que de mí. Muy pronto fijaré mi residencia en Palma, pues paso de empleado en Porto-Pí, en los depósitos de vencina de don Juan March.” Me quedé tan sorprendido de momento que no tuve palabra para contestarle, sentía un no sé qué que me oprimía la garganta …

Bien, me alegro, le dije al fin, y pensando en el artículo de “Borrón y cuenta nueva”, cruzó por mi imaginación lo que sería la Casa del Pueblo y el Partido Socialista palmesano teniendo entre nosotros un elemento de tanto valer. Pensé, deleitado, en aquel brillante párrafo de fundir nuestras almas, unir nuestros corazones, asociar nuestras voluntades, sumar, en fin, nuestros esfuerzos en la obra que nos es común.

Han pasado quince meses desde que se inauguró la Casa del Pueblo. Monserrat, en efecto es empleado de don Juan March [1] y reside en Palma des de aquella fecha. Los socialistas “oficiales”, si no hemos logrado que el edificio fuese castillo inexpugnable y escuela de ciudadanía hemos trabajado para que respondiese a los fines para que fue construido; la conciencia no nos acusa de haber abandonado el cuartel ni de haber dejado incumplidos nuestros deberes, hemos hecho todo lo que hemos sabido y podido.  Por lo que toca al amigo Monserrat, el dirá lo que ha hecho de cuanto dijo en su artículo “Borrón y cuenta nueva”; que diga si ha venido a fundir almas, a unir corazones, a asociar voluntades, a sumar esfuerzos en la obra común. La Casa del Pueblo, su ciudad ideal, en la que se le tenía preparado el más alto puesto, ni siquiera ha tenido la satisfacción de poderle contar entre sus socios.

Borrón y cuenta nueva, sí, pero de veras, de todo corazón, con hechos, amigo  Monserrat.

Lorenzo Bisbal


[1] El ser empleado de don Juan March o de otro burgués cualquiera, no puede ser mengua para un socialista, siempre que ello no suponga claudicación de las ideas; pero cuando un socialista significado ocupa puestos que puedan ser sospechosos de ello ante la masa, es preciso demostrar con actos que se tienen independencia política. De lo contrario, se sirve muy mal a las ideas.

 

EL OBRERO BALEAR nº 1203

1 de mayo de 1925