Lorenzo Bisbal                   Huyendo por la tangente 

 

Nadie puede negar que Joan Monserrat Parets posee unas cualidades envidiables: sagacidad, destreza, penetración, perspicacia, elocuencia, sutilidad, ingenio. Pero con un defecto muy grande: el de aplicar muy mal esas virtudes. Tan mal que en vez de utilizarlas como gran linterna que diera su foco ideal que le dio nombre, contorneándolo de luz y clarividencia para poner en relieve toda su virtud y pureza, hace esfuerzos sobrehumanos para difuminarlo y confundirlo con cualquier otro mandado ya liquidar.

Cualquiera que con desapasionamiento y serenidad haya leído y analizado los dos artículos que lleva publicados, habrá visto lamentablemente confirmado lo que yo digo. En ellos no se destaca ninguna idea clara ni propósito definido, todo son ambigüedades, confusionismos y medias tintas. Y esto ni está bien ni crei que en buna lid política sea muy decoroso. La salud de las ideas y el prestigio de los que dicen profesarlas exige otra cosa que retóricas y sutilezas más o menos deslumbrantes. Las circunstancias han llevado las cosas a un límite que no hay más remedio que concretarse y definirse.

Los hombres que en política actúan en las primera líneas de un partido o de una masa, los que mantienen o alientan grupos bajo la advocación de una idea, los que asumen la responsabilidad de guiar, dirigir o estar al frene de esos grupos, los hombres como Monserrat, en una palabra, no tienen derecho a ocultar el significado de su bandera, si la tienen, en un juego de palabras incoloras. Yo no se que es lo que lleva Monserrat entre dientes, a que obedecen sus ambigüedades, pero si digo que está andando entre dos aguas y esto no puede continuar así. Si quiere que siga teniéndole las consideraciones que le tengo, si quiere que políticamente le haga caso es necesario que diga concretamente y sin eufemismos cuales son sus ideales, en que programa o doctrina se inspira, a que partido u organización política está adscrito o tiene sus simpatías.

Porque yo debo saber con quien trato, si con un hombre a quien yo creía que no había claudicado, con un socialista convencido y leal, o con un enemigo más o menos encubierto del socialismo. Pues se da el caso estupendo de que Monserrat, el excandidato a diputado a cortes por el Partido Socialista, el del borrón y cuenta nueva, el que hace dos semanas sostuvo en letras de molde que no había hecho apostasía de sus ideales, el hombre conocido por líder del socialismo en Lluchmayor, se da el caso asombroso que este hombre, en vez de hacer honor a su historia y demostrar con pruebas lo que pregona de palabra o con la pluma, rechaza la paz que yo le he propuesto porque dice que esa paz a base de ingresar los socialistas que de tal se tildan en el partido de este nombre y acatar su programa y disciplina, significan para él “ABANDONO DE SU POSICIÓN POLITICA, TENDRIA TODAS LAS APARIENCIAS DE UNA APOSTASIA Y SERIA UNA INSINCERIDAD Y UNA TRAICIÓN A SU CONCIENCIA QUE LE CONDENARIA POR ANTICIPADO A LA INACCIÓN Y A LA ESTERILIDAD”.

¿Cuál es esa posición política de Monserrat que no quepa en los amplios moldes democráticos y de tolerancia del Partido Socialista Obrero Español? ¿Qué partido hay en España que contenga en su doctrina un mayor y más fuerte sentido liberal que el socialista? ¿En qué consisten, pues, esas discrepancias tácticas y doctrinales de Monserrat con dicho partido?

No esperaba yo una contestación así de Monserrat. Yo no creía que su ingreso en el Partido Socialista Obrero Español, en nombre de cuyos ideales ha venido actuando tantos años, pudiera implicar para él nada menos que una apostasía y una traición a su conciencia. ¡Y yo que creía que al rotular su primer artículo con las palabras “Ni apostasía ni claudicación quería convencernos de que era un socialista íntegro como sus primeros y más puros tiempos! ¡Con qué ingenuidad me dejé caer del nido!

Porque fueron precisamente aquellas palabras de no claudicación ni apostasía las que me llevaron a hacer la propuesta de paz mediante el cobijo de todos en el Partido Socialista, condición que yo creía no podía rehusar en buena lógica ningún socialista sincero por ser ella la más natural y digna para todos. Fueron ellas, únicamente ellas las que abrieron mi pecho a una esperanza casi ya perdida y me guiaron por el camino de la templanza, inclinándome a adoptar una actitud que pudo tener todas las apariencias de una humillación personal, únicamente para ver si con mi ejemplo de humildad conseguía la deseada unión socialista. Fueron únicamente aquellas palabras las que me hicieron enarbolar la bandera de la paz con olvido completo de todo lo pasado, sin más vencedores que el ideal socialista, a base del borrón y cuenta nueva, iniciado por el mismo Monserrat y que ahora él, precisamente él, con asombro y estupefacción mía, elude con evasivas y excusas.

¡Quien iba a sospechar que una propuesta de paz socialista cimentada en una abrazo de amor y fidelidad a este ideal pudiera herir los sentimientos políticos de Monserrat Parets hasta el punto de humillarle y conducirle, en el caso de que la aceptara, por el camino de la traición y la apostasía! Por lo visto cometí con mi propuesta una imperdonable herejía. ¿Debí proponer que ingresáramos todos al partido liberal? Quien sabe si así habría desatado el nudo de que habla Monserrat. Porque bien claro lo ha dicho él: por este camino – el del ingreso al Partido Socialista – no llegaríamos seguramente a entendernos nunca.

Entonces ¿por qué camino nos vamos a entender si no es por el del Socialismo?

oooOooo

Sin embargo y aunque tenga todas las trazas de un sarcasmo, Monserrat acepta el armisticio y también quiera la paz, pero sin negociarla, sin pactarla, que ello equivaldría –dice- a hacerla poco más que imposible.

Quiero la paz –ha dicho- sobre la base de la tolerancia, sin apostasías ni claudicaciones por parte de nadie. Esto remarca más el bochorno con que le ha caído mi propuesta y demuestra que no quiera le plaz de ideas, bien porque ya no las tiene o porque son tan distintas y contradictorias con las mías que unirlas y solidarizarlas en un mismo molde orgánico supone para él un delito de claudicación y apostasía.

Y agrega: Unidos en lo esencial, no puede ni debe ser motivo de lucha lo accidental y secundario. Pero ¿qué será lo esencial para el amigo Monserrat? Para mí lo esencial es ser socialista del Partido Socialista Obrero Español, única organización política que conozco en España con solvencia y autoridad para ostentar este nombre. ¿Es que Monserrat no se la reconoce? ¿Es qué habrá soñado quizá disputarle ese nombre y hacerle la competencia levantando bandera frente a él? No presumo tamaña tontería en mi amigo Monserrat aunque es público y notorio que alienta capillitas de un socialismo particular incoloro. Mas de todos modos conviene y es necesario que se defina que explique cuales son sus ideales y el por qué no encajan dentro la organización socialista española, cuya disciplina responde a un régimen de democracia basado en la voluntad de las mayorías, principio que no he de suponer rechace Monserrat porque entonces si que vendría bien aquello de patriarca infalible, endiosamiento personal, vanidoso, etc. Porque algo de todo eso suelen tener los que dicen profesar un ideal y no quieren sujetarse a una disciplina de partido.

La paz que quiere Monserrat ¿es personal o política? ¿de individuos o de ideas? ¿ particular o socialista? Porque yo la propuse de y para los correligionarios del ideal socialista a base unirnos todos al parido que legítimamente lo representa en España. Más como Monserrat ha dicho que el aceptar el ingreso en dicho parido sería claudicar y traicionar su conciencia, resulta que el no es correligionario mío sino adversario, enemigo político. Porque una de dos: o es socialista o no lo es. Si lo es, la única paz lógica es la que yo propuse: cobijarse bajo la bandera del socialismo, si no lo es, si sus ideas no caben en él dignamente, como ha querido suponer, tampoco puede dignamente hacer la paz política con los socialistas, con sus adversarios. Según él, por el camino del socialismo “oficial”, único que yo puedo aceptar y tener en cuenta, no llegaríamos a entendernos nunca, luego lo lógico es que tampoco quiera la paz con los socialistas oficiales, la misma repugnancia que hay para lo uno existe para lo otro.

Porque a la paz puramente personal no se referirá por cuanto no hay para que, pues somos amigos, no hemos tenido nunca cuestiones.

Por consiguiente queda demostrado que la paz de que habla Monserrat es una paz amorfa, no tiene base, ni sentido, ni finalidad, es un dar largas al asunto, una huída por la tangente, palabras, nada más que palabras y para eso el diccionario. Hechos, demostraciones prácticas es lo que hace falta.

Por otra parte, si resulta que Monserrat es adversario mío porque sus puntos de vista son opuestos a los que sostiene mi partido ¿podría yo querer la paz política con él sin incurrir también en apostasía y claudicación? Paz sí, pero con los míos, con los que se sienten socialistas y no les abochorna ni deprime el pertenecer al partido de este nombre. Las cosas clarar: o con el socialismo o contra él.

Lorenzo Bisbal

EL OBRERO BALEAR nº 1207

29 de mayo de 1925

 

1924-1925  Borrón y cuenta nueva  POLÈMICA  LLORENÇ BISBAL/ JOAN MONSERRAT PARETS

 

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