El Gobierno de la “Commune

La Commune hubo de reconocer bien pronto que la clase obrera, una vez en el Poder, no podía servirse de la vieja máquina gubernamental, y que para no caer bajo el yugo de nuevos amos se debía abolir todo el sistema de opresión que hasta entonces había funcionado contra esta clase, adoptando para ello todo género de precauciones contra sus propios subordinados y sus propios funcionarios, declarándolos, sin excepción y en todo tiempo, amovibles. Efectivamente; ¿en qué, hasta aquí, ha consistido el Estado? En su origen, y por una simple división del trabajo, la sociedad se dio órganos especiales para regular sus intereses. Pero encontrándose estos órganos a la cabeza de la sociedad se convirtieron en amos.

Esto es verdad, no sólo la monarquía hereditaria, sino en la república democrática: en parte alguna los políticos forman un clan separado, y el más poderoso de la nación, que en América. Allí, cada uno de los partidos que alternativamente ejerce la hegemonía está dirigido por gentes que hacen un negocio de la política, que especulan con un puesto en las Asambleas federales y aun en las de Estado, que viven de la agitación en beneficio de su partido y que son recompensadas con buenos puestos. Es sabido que los americanos tratan desde hace treinta años de sacudir el yugo, verdaderamente insoportable, de los políticos, y, a pesar de todo, cada vez se enfangan más en este pantano. En América es donde mejor puede notarse cuán funesta es la independencia del Estado frente a la sociedad, para cuyo servicio fue creado en su origen. Allí, en efecto, no existe ni dinastía, ni nobleza, ni ejército permanente aparte “un puñado de soldados” para contener a los indios-; su burocracia con puestos fijos y derechos pasivos, y sin embargo, existen dos coteries de políticos especuladores que se apoderan por turno del Estado y le coplotan por los medios más “finos” y más vergonzosos, y la nación es impotente ante estos dos grandes cartels de políticos, que se llaman sus servidores y que son en realidad sus amos y explotadores.

Para evitar esta transformación –hasta aquí inevitable en todos los regímenes- del Estado, de servidor, en dueño de la sociedad, la Commune empleo dos medios infalibles. Desde luego sometió todas la plazas de la Administración, Justicia y Enseñanza a la elección, bien por sufragio, bien por los intereses; en segundo lugar no retribuyó los servicios –inferiores y superiores- sino con un salario igual al de los demás trabajadores: la más alta retribución fue fijada en 6.000 francos. Así se ponía un freno a la lucha por el empleo, el arrivismo, sin contar con que el mandato era imperativo a los delegados en las asambleas legislativas.

Esta abolición del Estado, tal cual ha existido hasta aquí, y su reemplazo por una nueva organización verdaderamente democrática, está descrita por Marx con una gran profundidad; pero me ha parecido conveniente escribir estas líneas, porque en Alemania y en otras partes la superstición estadista ha pasado de la Filosofía a la conciencia de la burguesía, y aún a la de bastantes obreros. Según la Filosofía, el Estado es “la realización de la Idea”, el reinado de Dios sobre la tierra, el dominio en que la verdad y la justicia eterna se realizan o deben realizarse. De aquí el respeto que se instala con tanta mayor facilidad en los espíritus cuanto que se estés habituado a imaginar que los intereses generales de la sociedad entera pueden regularse de otro modo que lo fueron hasta aquí, es decir, por el Estado y sus subordinados, debidamente instalados en funciones. Se cree haber realizado un progreso cuando se emancipa cualquiera de la creencia en la Monarquía hereditaria para jurar en la república democrática; pero en realidad el Estado no es sino la máquina de opresión de una clase contra otra, lo mismo en una monarquía que en una república democrática y lo menos que puede decirse de él es que es un azote, y el proletariado, en su lucha para llegar al Poder, deberá hacer lo que hizo la Commune, atenuando todo lo posible sus malos efectos hasta el día en que una generación educada en la nueva sociedad de hombres iguales pueda desembarazarse de todo el confuso agregado gubernamental.

Los cretinos exclaman con santo terror: “¡Dictadura del proletariado!” ¿Y queréis saber, señores, lo que quiere decir esta dictadura? Mirad la Commune de París.

Esa es la dictadura del proletariado

Federico Engels

CONMEMORACIÓN DE LA “COMMUNE” DE PARÍS

La Agrupación Socialista y la Federación de Sociedades Obreras el domingo, día 18, a las cuatro de la tarde en el Centro Obrero, celebrarán la conmemoración de la “Commune” de París con un the; terminado éste, los delegados de ambas entidades demostrarán a los reunidos la importancia del acto.

Asistan, pues, los trabajadores a tan importante conmemoración.

EL OBRERO BALEAR

Núm. 277, 17 de marzo de 1906

 

fideus